Un Buen Remedio para Dormir
Ya es la tercera jodida noche que no duermo. Esta maldita tormenta no arrecia. No dejo de recordar el momento en el que cerré la puerta de mi casa de un golpe, para venir aquí a pasar el fin de semana. “Necesito tiempo”, me dijo… ¡Ya! Tiempo. Recuerdo sus falsas lágrimas, recorrer negras de maquillaje su mejilla sonrojada. Y aun así, llorona, manipuladora y mentirosa, me volvía loco. Le habría hecho el amor en aquel momento y todo se habría solucionado, pero decidí irme. Decidí dejarla allí bebiéndose sus toxicas lágrimas, sorbiéndose los mocos, gritando como una loca que no la merecía… Me duele la cabeza. Siento… siento, que fuera a estallar. Los ojos me pican, como si los tuviera llenos de arena. Dios… necesito dormir un poco. Daría mi alma, por poder cerrar los ojos diez minutos seguidos sin que me sobresalte un trueno o las gotas tratando de atravesar el maldito cristal. Solo… descansar un poco. No sé cuántas pastillas de estas me he tomado ya. “Son estupendas para el insomnio”, me dijo la rubia de la farmacia con una sonrisa. Seguro que ella me quitaría el insomnio mejor que ninguna pastillita. La cabeza me da vueltas. Mejor voy a tumbarme en cama. Una pastilla más y un trago de bourbon, si así no me quedo en coma, ya no sé qué más hacer. Cerraré los ojos lentamente… y, procuraré, no, pensar, en… nada… ¡Joder! Otro puto trueno. ¿Dónde coño está el interruptor? La luz me ciega, son como un millón de agujas clavándose en mis retinas. El viento golpea los arboles del bosque, escucho las ramas quebrarse y el silbido agudo del vendaval colándose por las rendijas de las ventanas. Desde la cama examino las paredes y el techo de la vieja casucha. Está todo lleno de botellas vacías, ropa sucia tirada aquí y allá, polvo cubriendo cada rincón y un innumerable montón de espesas telarañas repartidas por las esquinas y los muebles. Recuerdo mi casa. Antes de que ella llegara y la convirtiera en su morada, era mi refugio: fumaba, bebía, veía películas… Luego… no me quedó más remedio que comprar estas cuatro paredes viejas y sucias, alejadas de todo el mundo, para tratar de tener un poco de intimidad… Pero ella estaba en todas partes, como estás sucias telarañas. Observando cada uno de mis movimientos, tal cual lo hace esa araña en la esquina. Está ahí quieta, mirándome. Lo sé, lo noto. ¡¿Por qué me miras con tanto odio?! ¿Qué tramas? ¡Responde maldita! Sus ojos brillan en la penumbra. Está sonriendo. Lo siento, siento como sonríe y se relame.