Secretos. Capítulo 2. La Visión de Adelaida


Y la curiosidad la traicionó, como nos acaba traicionando a todos. Es una asesina silenciosa, que cuando menos te lo esperas ataca. Y solo una semilla pequeña e insignificante es necesaria para que florezca y eche raíces fuertes en nuestro interior. Un ruido en la noche, quizá una puerta que se abre y se cierra, y ya está dentro de ti. Y crecerá y crecerá, hasta que te controle del todo. Ya no eres tú, es tu reflejo. Tu cuerpo caminando solo hacia el abismo con una sonrisa maligna en la cara.

Cuando la semilla de la curiosidad cae en tu corazón… Estás muerto sin saberlo.


CAPÍTULO 2: LA VISIÓN DE ADELAIDA

Ya era verano de nuevo. Siempre me sorprendía lo rápido que pasaba el año en esta morada tan llena de secretos, tan llena de recuerdos. Un día era invierno. Frío y solitario. Con sus noches cortas y oscuras, iluminadas por la luz de la luna llena y el calor de la lumbre chisporroteando, proyectando sombras en cada ángulo de mi hogar. Y cuando llovía, podía ver a los fantasmas danzar a su compás. Cogidos de la mano y riendo por lo bajo, me hacían sentir que no estaba sola del todo. Y en esas noches heladas y sin luz, me sentaba a oscuras en mi piano; a veces para tocar tristes melodías que acompañaran su eterno baile y otras… Otras, simplemente me quedaba allí. En silencio. Escuchando. Hasta que mis ojos también llovían sobre las teclas blancas y negras. Una lluvia ácida, que corroía mi alma y hacía que los espectros dejasen de bailar, para llorar conmigo. Y pronto las paredes chorreaban agua y el suelo se encharcaba; del techo frías gotas caían en picado. Primero una o dos, luego todo un aguacero. Sentía mis ropas empapadas pegarse a mi piel y el frío calar mis viejos huesos. En esos momentos de desesperación, viendo a mi alrededor las caras largas y deformadas de los espíritus, que parecían derretirse fundiéndose con el agua, nadando para alcanzarme, cerraba los ojos solo un momento y cuando los volvía a abrir, ya era verano de nuevo y el sol brillaba con fuerza, haciendo que las sombras se escondieran en las esquinas y debajo de lo muebles. El calor me reconfortaba, como si volviera a nacer. Sentía que aún me quedaba fuerza para seguir adelante, que ese año todo sería distinto. Que quizás ese año vendría alguien que me sustituiría, como yo fui sustituta antes y que por fin podría dormir y descansar al mismo tiempo. No solo cerrar los ojos para no perder la poca cordura, que los años de soledad habían dejado sin devorar, huesos de un cadáver que los buitres abandonaron. Pero con el paso del tiempo la esperanza muere y el sol parece no calentar lo suficiente, como si en mi interior siempre fuera invierno frío y húmedo. La melancolía y el dolor se cobran más espacio cada día; dos hijos consentidos a los que hay que alimentar cada vez más. Leer más

Secretos. Capítulo 1. La Visión de Rose

PRÓLOGO

Todos escondemos secretos dentro de nuestras casas o en las que tomamos como nuestras, a resguardo de sus paredes calladas, que en silencio observan impasibles, los mayores horrores y las más grandes alegrías; sin juzgar, escuchan nuestras conversaciones, nuestros lamentos y risas, nuestros ruegos y maldiciones, promesas de amor y de silencio, que nunca se cumplirán. Se quedan vacías y tristes, cuando sus dueños se marchan, y reciben con un gran suspiro de alivio, a los nuevos inquilinos. Nunca olvidan. Y por ello, si las paredes hablaran, descubriríamos de lo que está hecho en verdad el ser humano, descubriríamos secretos escondidos que cambiarían nuestra manera de vernos y de ver a los demás. Secretos. Todos tenemos uno y lo guardamos con ahínco, en ese lugar tan especial que solo nosotros conocemos; secretos grandes que guardamos desde niños, como que ese hombre nos tocó cuando nadie miraba, secretos simples y pequeños que nos acompañan hasta que somos viejos, como un beso robado o una caricia fugaz, que encendió un chispa en nuestro corazón; no importa de qué tipo sean, los escondemos de los ojos de los demás por una simple razón, miedo. Miedo a que nos roben ese recuerdo sagrado que guardamos idealizado y perfecto, miedo a la vergüenza, miedo a que no nos crean, miedo al miedo, miedo a la verdad.

Los secretos son comunes a todas las edades y sexos, razas y religiones, da igual que vivas en el pueblo más pobre de África o en el barrio más rico de Estados Unidos, no importa, todos guardamos secretos que nos aterra que otros descubran. Pero hay ocasiones, en las que el hecho de que alguien hurgue en nuestra vida, en nuestro pasado, en nuestros secretos, y saque a la luz todas esas cosas que creíamos olvidadas o que nadie jamás descubriría, puede llegar a convertirse en nuestra salvación. No porque elimine el secreto, el pasado no se puede cambiar, sino porque nos libera de cargar solos con él.

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