Un Cuento de Hadas

Había una vez un pueblo pequeño rodeado por un bosque. En él vivía una bella muchacha y un joven leñador que se conocían desde niños, pues eran vecinos. Él siempre había estado enamorado de ella y su corazón le decía que ella le correspondía. Él había ahorrado toda su vida para tener una casa que ofrecerle a la bella muchacha y cuando por fin pudo costearse una, siguió trabajando duro para tenerla lista para ella, para que no le faltase de nada. Pero mientras, a las afueras del pueblo, un joven duque se instalaba en el viejo palacio en lo alto de la colina. No tardó mucho en posar sus ojos en la hermosa muchacha y empezar a colmarla de regalos. Ella los aceptaba agradecida, tratando de no ser descortés, pero su corazón aún esperaba con anhelo la propuesta del leñador, aunque esta pareciera no llegar nunca. Él siempre estaba ocupado y cansado, nunca tenía tiempo para ella, para hablar como antes y la muchacha empezó a creer que el leñador ya no la amaba como ella deseaba. Aun así esperó y esperó, dándole excusas al joven duque quien, completamente enamorado, sí estaba dispuesto a hacer proposiciones y entregarle el mundo en una bandeja de oro y plata. Después de mucho esperar y darse cuenta de que el duque la amaba profundamente, aceptó casarse con él, no sin antes ir a hablar con el leñador.

-Me voy a casar con el duque – dijo ella a punto de romper a llorar, apenas podía respirar dentro de su apretado corsé – solo quería que los supieras.

-Lo sé. Todo el pueblo lo sabe. Están entusiasmados. Enhorabuena -. El joven no dejaba de trabajar en una tabla de madera, sacando lascas finas que volaban a su alrededor.

-Sabes… Durante mucho tiempo, creí que serías tú el que me propondría matrimonio. Te esperé… Pero ya no pareces interesado en mí.

-Nunca he estado interesado en ti -. Mintió el leñador tragándose las lágrimas llenas de orgullo sin levantar la vista de su trabajo. Su pelo largo mojado por el sudor le tapaba el rostro, pero no podía ocultar su voz dura y quebrada -. Él puede ofrecerte una buena vida, darte todo lo que necesitas y deseas. Él puede cuidarte y amarte como yo nunca podría. Ahora vete, tengo mucho trabajo que hacer y tu me distraes como tus lloriqueos.

Con lágrimas amargas, ella se marchó sin decir nada más y solo ahí, él levanto la vista, para ver como su amor verdadero se iba, para no volver. Deseaba correr tras ella y besarla, deseaba decirle que la amaba y que siempre lo iba a hacer, que tan solo estaba asustado, que todo lo que él quería era verla feliz, hacerla feliz y que jamás le faltase de nada. Pero no lo hizo. Se quedó en su taller odiándose a sí mismo y autoconvenciéndose de que con el duque ella estaría mejor que con él.

Dos meses más tarde, el día de la gran boda había llegado, el pueblo se llenó de flores y adornos. Había música en las calles y la gente cuchicheaba acerca de cómo sería el vestido y de cómo sería la fiesta. La muchacha se sentía feliz, realmente tenía lo que cualquier mujer desearía, pero aun así sentía un vacío en su interior. No dejaba de pensar en el leñador, lo añoraba y cada día que pasaba sin él, se sentía peor y peor por haber aceptado la proposición del duque, por quien sentía aprecio pero no un amor tan grande como el que sentía por su leñador. Y los días pasaban lentos y tranquilos, como una tarde cálida de verano. Sin casi darse cuenta el día de la boda había llegado, las campanas repicaban y se escuchaba la música y el jolgorio por todo el pueblo. Ella se miraba en el espejo de su habitación, veía empañado por lágrimas rotas, su vestido blanco lleno de perlas y su largo velo cayendo como una neblina por su rojizo pelo, los pequeños cristales que lo decoraban brillaban con el sol e iluminaban el receptáculo con los colores del arcoíris. Estaba guapa, como nunca lo había estado y sabía que el duque la amaría y cuidaría, sabía que sería feliz y que jamás le faltaría de nada, pero en su corazón sentía que estaba tomando la decisión incorrecta. Así que salió corriendo hacia el pueblo, hacia su amado leñador. Con el vestido recogido en sus manos corrió y corrió dejando sus lágrimas atrás. Cuando por fin llegó y le vio sentado en un tronco, sintió que su corazón saltaba fuera de su pecho para caer en sus manos. Pero la forma en la que él la miró hizo que este se partiera, al caer al suelo rechazado.

-¿Qué demonios haces aquí? ¿Vienes a restregarme tu felicidad? -su voz sonaba resentida y dolida.

-No… No puedo casarme con él… No quiero casarme con él.

-¿Y a mí que me importa? ¿En qué me concierne a mí?

-Tú eres con el que deseo casarme. Tú has sido siempre ese hombre, no puede haber otro…- las lágrimas volvían a aflorar, sentía un dolor insoportable en su pecho, de nuevo sentía que no podía respirar, que se iba a desmayar de un momento a otro. Sus sienes le palpitaban con fuerza y sus ojos se oscurecían lentamente.

-Ya te he dicho que no correspondo tus malditos sentimientos. Y ahora vete y no me hagas perder más el tiempo con tus tonterías. ¡Lárgate de una vez! -. La rabia y la impotencia hicieron presa de él, quien la empujó para que se fuera, sin prestar atención a sus lágrimas ni a las suyas propias a punto de salir. Se dio la vuelta para entrar en el taller y entonces oyó un ruido sordo detrás de él: la bella muchacha se había desplomado en medio de la calle. Corriendo a su lado, la tomó en sus brazos y pudo constatar lo fría que estaba, lo pálida que tenía la piel y al levantarla notó que no pesaba nada, que era liviana como una pluma. Le suplicó que se despertase, pero sin éxito, apenas respiraba y presa del pánico llamó al médico. Pronto, del medio de la multitud que se había congregado al oír los gritos desesperados del joven, apareció un médico quien la auscultó y ordenó que se la tumbase en una cama donde pudiera estar tranquila. El duque apareció sin aliento un minuto después, ambos hombres se miraron con resentimiento, pero decidieron guardar sus sentimientos para otro momento y esperar al veredicto del médico. Quien luego de un buen rato en la habitación con la joven, salio negando con la cabeza.

-No sé qué le ocurre. Parece dormida, en un sueño muy, muy profundo. He hecho lo que he podido, pero parece no querer despertarse. Lo siento. Volveré mañana, quizá solo sea un poco de estrés y su cuerpo necesite descansar.

Los dos hombres entraron en la habitación sin mirarse, como si no existiera nadie más que ella en la habitación. Se sentaron a ambos lados de la cama y le sujetaron sus frías manos de porcelana. Y con el pasar de las horas se quedaron dormidos. Entonces en la habitación apareció una mujer vestida de rojo con la piel muy blanca y traslucida, como si estuviese hecha de cera caliente y se quedó mirando a la muchacha. El primero en despertarse fue el leñador quien se asustó al ver a la hermosa mujer allí parada y luego se despertó el duque con el mismo sobresalto.

-¿Quién es usted y qué demonios hace aquí? ¿Quién le ha dado permiso para entrar?

-Si queréis despertarla solo debéis darle un beso de amor verdadero. Es así de sencillo -. Ambos hombres se  miraron con incredulidad.

-¿Tan solo eso? – dijo el duque convencido y la besó en los labios, pero nada pasó. La mujer miró al leñador, quien, para enojo del duque, también la besó, pero nada pasó de nuevo -. Es de mala educación gastar bromas de tan pésimo gusto. Por favor,  no nos moleste más con sus tonterías de cuento de hadas y márchese de aquí.

-No he gastado ninguna broma, ni tampoco he dicho ninguna mentira; solo que no es tan fácil como besarla y ya está. Para romper su sueño, debéis probar quien de los dos la ama verdaderamente. Entonces este, podrá despertarla con un beso y convertirla en su legítima esposa. Para ello debéis venir conmigo ambos. ¿Estáis dispuestos? -. La  mujer no les miraba, sus ojos estaban posados sobre la joven durmiente y parecía que diera igual lo que los caballeros dijeran, como si no les estuviera haciendo una pregunta en realidad, más bien una orden suave y encubierta. Los hombres se miraron de nuevo, conscientes de que no tenían ninguna otra opción y asintieron al unísono. La mujer abrió la puerta de la habitación y esta dio, mágicamente, a un largo pasillo por el que siguieron a la dama, viendo las paredes decoradas con cuadros de bellas mujeres y manos de bronce sujetando unas antorchas que se apagaban detrás de ellos. Fueron conducidos a un gran despacho, ella se sentó detrás de la mesa, se sacó los zapatos y encendió una pipa de madera roja, con incrustaciones de joyas y ribetes de oro. Les ofreció asiento a ambos hombres, puso encima de la mesa un manuscrito, dos tinteros vacíos con sus respectivas plumas y dos puñales con empuñaduras de plata terminadas en un corazón de rubí.

-Bien. Antes de nada debéis firmar este contrato con vuestra sangre. En él, declaráis que amáis a la mujer en cuestión y que por ella estáis dispuestos a entregar vuestro corazón, vuestra vida y vuestra alma, haciéndola a ella única dueña.

-De nuevo es fácil. Todo eso ya se lo había dicho a ella en una carta, no tengo ningún problema en firmarlo con mi sangre-. Por lo que agarró con firmeza el cuchillo y se cortó en la mano, mirando al leñador con desafío. Pero el leñador tenía pavor a los cortes desde muy pequeño, luego de ver a su padre cortarse una pierna con el hacha. Amaba a la muchacha, pero era incapaz de mirar el filo del puñal,  sin que la imagen de su padre lleno de sangre le invadiese la mente y sus gritos de agonía le hicieran retumbar los tímpanos. Las manos le temblaban. Pero por ella se armó de valor y firmó al igual que el duque. La mujer cogió los documentos y los guardó en un enorme fichero.

-¿Y ahora? ¿Cuántas más vueltas nos vas a hacer dar?

-Ninguna más. Si me seguís comenzará la prueba-. La siguieron de nuevo a través de la puerta, que esta vez daba a otro pasillo lleno de jarrones con flores de distintos colores y tamaños, lámparas de colores y cuadros con ángeles -. La prueba será sencilla, consiste en besarla. El que consiga despertarla, será el vencedor.

-Vaya bobada. Eso ya lo hice en nuestro mundo. No entiendo a que a venido todo esto, para un simple beso.

-Es ahí donde te equivocas duque. No es un «simple» beso, no se trata de besar a su cuerpo humano, que ambos bien conocéis. Debéis besar a su verdadero yo para despertarla. Y debe ser vuestro verdadero yo, vuestra alma, quien lo haga-. Cuanto más caminaban más se quejaba el duque, hablando de la boda y de los invitados y del dinero que se había gastado en ella, que eran pruebas suficientes de cuanto la amaba. Pero el leñador iba callado, mirando al suelo, pensativo y en un momento dado, se quedó quieto y dijo en alto:

-¿Y qué pasa con su corazón? ¿Qué pasa con lo que ella desea? Se quedará con ella aquel de nosotros que la ame de verdad, pero ¿y si ella no le corresponde? ¿Se verá obligada a llevar una vida que no desea? ¿Se verá obligada a estar con un hombre que no ama?-. La mujer de rojo sonrió y le contestó con una voz suave:

-No te preocupes, ella pasará su propia prueba. Todo estará bien-. Por fin después de mucho caminar, llegaron a una sala amplia en penumbra, con un pentagrama dorado en el suelo y en medio de él, la muchacha suspendida en una niebla blanca, dormida-. Bien caballeros, ha llegado la hora de la prueba-. Encendió las luces de la sala y la blanca niebla empezó a tornarse negra, mostrando poco a poco el verdadero ser de ella: un demonio horrible, con largos y retorcidos cuernos, piel escamosa y alas de murciélago.

-¿Qué es esa cosa repugnante? Eso no es mi prometida -. Chillaba el duque lleno de asco y enojo, se sentía estafado por la mujer de rojo que no dejaba de reírse.

-Esta es la verdadera forma de la mujer que amáis. Un día fue un bello ángel, pero desobedeció a Dios y este la castigo enviándola a la tierra. Los ángeles y los demonios no podemos tener un corazón como el vuestro, por lo que ella no podía amar a nadie realmente. Tuvo diversos novios, amantes y esposos. Cuando se aburría de uno, lo abandonaba o lo asesinaba. Su vida era pura diversión y libertinaje. Hasta que conoció a un hombre bueno y piadoso, que todo lo que tenía para ofrecerle era su amor por ella. Un amor puro y genuino, la amaba sin reservas y ella se encariñó de él. Pero un día, un apuesto príncipe fue a la ciudad de visita y ella no tardó ni una semana en abandonar al hombre piadoso e irse con el príncipe. El dolor que este sintió fue tan grande, tan desconsolado se sentía, que cometió su primer y último pecado: quitarse la vida. Dios se enfadó mucho con ella, ya que ahora no podía acoger a su servidor en el cielo y Satanás, no podía acogerlo en el infierno, por haber llevado una vida tan pura y limpia, por lo que fue enviado al purgatorio. Como castigo por lo que había hecho, Dios decidió que le daría un corazón humano para que pudiera sentir el dolor de los celos, del rechazo y la traición. Dios le dijo que, cuando un hombre la amase a pesar de conocer su retorcida y horrible alma, solo entonces conocería la paz. Y en esas estamos. ¿Quién la besará primero?-. El duque apenas podía mirarla, tenía un nudo en el estómago; pero no le pasaba lo mismo al leñador, quien dio un paso decidido -. Cuidado valiente joven, si resulta que tu beso no es genuino, que lo haces por «ser el mejor», entonces, morirás-. Pero el leñador dio otro paso, estaba convencido de que valía la pena morir por ella, estaba convencido de que la amaba con todo su ser. La tomó en brazos, le acarició su escamosa piel y con lágrimas en los ojos, le dijo cuanto lo sentía. Luego la  besó con toda la calidez de su alma. Pero nada pasó, el beso era genuino, ya que él seguía con vida, pero no parecía ser el verdadero o adecuado, porque ella seguía dormida. El corazón del leñador se partió, él estaba convencido de que la amaba de verdad y que era correspondido. ¿Quizás el daño que le había causado era irreparable? -. Bien duque, ¿vais a probar vos? ¿O la dejareis dormir para siempre por ser un cobarde?

-Yo no soy un cobarde. Y esa criatura no es mi prometida, pero la besaré igualmente, porque no soy ningún cobarde y así demostraré que lo mío sí es amor verdadero-. Caminó con prisa hacia la muchacha, la tomó en brazos lleno de asco y apenas rozó sus labios lleno de náusea, ella abrió los ojos y antes de que él pudiera vanagloriarse de ser el campeón, la niebla negra y rosa le envolvió y ella, con la boca abierta, consumió su alma y luego desapareció.

-¿Qué acaba de pasar? – preguntó estupefacto el leñador.

-Que tú eres el ganador. Pero él debía besarla para que no quedase ninguna duda de ello. En el contrato que firmasteis antes, ya habías entregado vuestra vida por estar aquí, es ella quien te devuelve la vida al latir ambos corazones como uno o te la quita si resulta que tu corazón es traicionero. Ahora sígueme y te llevaré con ella-. Caminaron por última vez a través de la puerta, que esta vez los hizo atravesar una oscuridad helada, para llegar a una maravillosa habitación donde ella dormía plácidamente, en una cama decorada con bellas telas-. No te preocupes, se despertará en un momento. En cuanto tomes una última decisión -. Subieron unas escaleras hasta llegar al tejado, desde donde el leñador pudo ver un vasto reino lleno de criaturas de cuento y maravillosos paisajes-. Este es el mundo de tu futura esposa. Del que es reina, creadora, protectora y diosa. Durante muchos siglos ha rescatado a criaturas, dioses y humanos de su destrucción, en un intento por redimirse. Ahora has de escoger: puedes volver a la tierra y vivir una vida mortal con ella, pero cuando tú mueras ella morirá contigo y este reino caerá en el olvido. O puedes quedarte aquí y ser rey con ella. Si lo haces, tendrás que aceptar las responsabilidades que vienen con el trono. Vivirás una vida inmortal con ella y podrás volver a la tierra cuando quieras con dos condiciones: la primera, es que deberás hacerlo con otra forma, tu familia y amigos deben creer que estás muerto, no podrás verlos de nuevo nunca más. La segunda es que llevarás una vida humana con ella, no podrás suicidarte o matarla, deberéis morir como humanos para volver aquí. Y bien… ¿Qué escoges?

Tamar Sandoval