El Dragón de las Historias
La mujer arrastraba por la nieve su larga capa roja dejando surcos. La ventisca fría hacía que los árboles que la rodeaban se estremecieran, agitando sus despobladas ramas, tratando de librarse de la esponjosa nieve que se acumulaba en ellas queriendo sustituir las perdidas hojas. Llevaba la cara tapada con un bello pañuelo negro de seda con finos dibujos en el mismo color y unos largos flecos blancos que se mezclaban con su alborotado pelo anaranjado. Caminaba lenta pero decidida. Sabía a donde se dirigía y lo que se iba a encontrar allí. Sabía, con toda la certeza del mundo, que La Muerte era la esposa del dragón al que necesitaba visitar, que vivía con él, que dormía con él y que solía ser la que abría la puerta. Las normas, como siempre, eran claras y concisas: al llegar, pedir permiso para entrar; llevar en la mente el deseo a pedir; esperar en la entrada de la cueva, quedándose detrás de las estatuas de piedra; nunca entrar o hablar sin el permiso del guardián; jamás mirarle a los ojos fijamente.
Lo cierto es que cuando le hablaron del Dragón de las Historias, ella se echó a reír. Jamás había creído en seres mágicos o criaturas mitológicas y menos en una tan absurda como aquella. Un dragón con rostro de conejo blanco, con el cuerpo cubierto por grandes ojos rojos que todo lo veían y colas blancas y suaves a modo de alas, todas ellas cubiertas por horribles cicatrices, rotas y deformadas por las innumerables batallas que había tenido que luchar. Un dragón capaz de otorgar un deseo, uno solo, el que fuera, siempre y cuando, no implicase dañar a un inocente. Cuando la joven preguntó que pedía semejante criatura por tamaña proeza, la anciana, con las manos casi rozando las vivas llamas de la cocina, la miró con sus ojos de nieve y le contestó:
– Una historia. Eso es todo lo que el Dragón pide.
– ¿Una historia? Pues vaya tesoro. Tu dragón se conforma con poco, vieja -. La anciana entonces sonrió, como solo el diablo viejo y ajado sabe sonreír.
– No le vale cualquier historia niña. Este Dragón ha vivido mucho mientras sus alas le permitían volar. Ahora que está condenado a vivir en la tierra, sin poder volver a surcar los aires, desea oír historias que le hagan volver a sentirse vivo. Así que, más te vale tener una muy buena historia que contarle, si no deseas ser su almuerzo -. Dijo riéndose con sonoras carcajadas que recodaban al cacaero de una gallina.
– ¿Y tú como sabes todo eso?
– Porque yo le he visto.
– ¿A sí? -. Dijo la muchacha con mofa -. ¿Y qué le pediste? ¿Belleza y juventud eternas?