El Dragón de la Tempestad de Invierno

Hay un pequeño pueblo en la ladera de una montaña nevada, en el que solo unos pocos valientes se atreven a vivir. Durante todo el año gozan de una vida tranquila, pero cuando el invierno se acerca, desde la cima de la montaña se oye un chasquido que anuncia la llegada de un imparable mal: El Dragón de la Tempestad de Invierno. Duerme bajo el hielo durante todo el año, cuando siente el frío llegar, su cuerpo comienza a desperezarse y el primer día de invierno desata su furia en forma de tormenta, bajando la montaña y arrasando con todo lo que se encuentra a su paso, cubriendo su cuerpo de nieve y ramas arrancadas violentamente. Por ese motivo, son muy pocos los que han visto su verdadero cuerpo, del que solo queda su cabeza de fresno sin cubrir, coronada, como el rey que es, por una diadema de acebo. Dicen que nació del odio y dolor de un guerrero vikingo que no pudo proteger su aldea de la barbarie de un poblado rival; desgarrado y herido, el guerrero huyó hacia las montañas y cayó medio muerto a los pies de un fresno perenne, con sus manos manchadas de sangre, sus ojos bañados en lágrimas de derrota y el corazón lleno de oscuridad, encomendó su alma al dragón Nidhogg, quien habita el frío mundo de Niflheim. Le juró eterna lealtad, si a cambio le otorgaba el poder de limpiar su nombre, vengándose de aquellos que tanta sangre habían derramado aquel día. Por ese motivo, el Dragón de la Tempestad de Invierno tiene su cabeza hecha de madera de fresno roja, manchada con la sangre de sus propias manos, la sangre de su pueblo, su propia sangre y baja cada invierno a asolar el pueblo rival, que tanta ruina causó en el pasado. Solo unos pocos quedan ya para hacer frente a su furia y este dragón, no descansará tranquilo hasta que la sangre de todos ellos, sea saboreada por Nidhogg y sus almas queden por siempre encerradas en hielo de Nifheilm.

Tamar Sandoval