El Dragón de la Verdad
La mujer estaba sentada en el borde de la cama, con sus ojos rojos llenos de llanto y las uñas clavadas en sus rodillas, hasta el punto de hacerse sangre. Tenía el cabello revuelto, tanto como las sabanas que aún olían a sexo y a alcohol. Con las luces apagadas, pero no a oscuras del todo; por las ventanas entraba la luz naranja de las farolas de la calle y el resplandor azulado del neón de la tienda de debajo de su ventana. En suelo había una botella de bourbon a medio terminar, en su contenido ámbar, brillaba la insistente luz verde parpadeante de un móvil en silencio, pidiendo a gritos atención. En el satén negro, de un camisón colgado de una silla, se reflejaba la pasión de una vela casi extinta y en las lágrimas que recorrían su mejilla, la amargura de haber cometido un error que había salido peor de lo ella esperaba. Una locura, una mentira, una travesura, un corazón roto y una angustia en el pecho, que no se iba a ir por mucho que se clavase sus uñas rojas hasta hacerse sangre; aunque ésta la reconfortase, como el fiel que se flagela como castigo por sus pecados. En su piel todavía sentía las manos de él gravadas, como si tan solo fuese un trozo de arcilla al que han dejado a medio hacer, sin forma, sin propósito. ¿Por qué lo había hecho? Era feliz con su novio, él la cuidaba, le daba todo lo que ella pudiera necesitar o desear, se dejaba la vida cada día por ella, entonces, ¿por qué le había traicionado? ¿Es que acaso no era feliz con él? ¿Es que el sexo no era suficientemente bueno con él? Le dolían las muñecas, las ataduras que tanto la había excitado hacía unas horas y que ahora colgaban de la cama arrugadas y muertas, en ese momento le parecían ofensivas y obscenas. ¿En que se había convertido? ¿Así era de verdad? ¿Ese era su yo real? Y si eso era así, ¿quién era el resto del tiempo? ¿Quién era cuando estaba con él? ¿Una mentira? Sentía un constante dolor en el pecho que le impedía respirar y unas inmensas ganas de gritar, como si le estuviesen arrancando el corazón lentamente. ¿Le amaba? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Contar la verdad? ¿Qué verdad? ¿Qué parte de ella? ¿Qué pensaría él de ella después? ¿La seguiría amando? ¿Le importaba en realidad la contestación a esa pregunta? ¿O quizás debía mentirle y seguir como si nada? Llevar una doble vida. Vivir una mentira y una verdad al mismo tiempo. Pero, ¿cuál era la mentira y cuál la verdad? En el pasillo oscuro se escuchó un ruido y ella se sobresaltó creyendo que era la puerta de la calle, creyendo que él había vuelto antes de tiempo y que la encontraría allí, rota, perdida, sucia de sexo. Que la miraría con asco, que sus ojos se llenarían de lágrimas y que ella no tendría fuerzas para decir nada, porque no sabía que decir en realidad. Pero todo permaneció en calma, no era la puerta, no era nada, solo su conciencia martirizándola. Se sentía vacía y a la vez pesada, como si su cuerpo se hubiera transformado en roca fría e inerte que no respondía a los impulsos que su cerebro enviaba. Levantó un poco la vista del suelo y miró al fondo del pasillo, desde la esquina izquierda unos ojos vacíos y sin vida la observan, una sonrisa grotesca y permanente se burlaba de ella, su tez era negra con dibujos en amarillo y de sus labios color azufre, salían dos colmillos blancos como el marfil, que brillan como perlas. Su voz resonó áspera y profunda, llena de confianza; calaba no solo en los oídos, sino también en el corazón y en la mente.