My Gothic Love Story
Había una vez, una muchacha de largos cabellos rojos como la sangre, que cada día caminaba por un tétrico bosque arrastrando su largo vestido negro lleno de lazos rosas, haciendo sonar los cascabeles que colgaban alegremente en trenzas de su pelo, dando patadas con sus botas negras de tacón a los montones de hojas, mirando todo lo que la rodeaba con sus ojos tristes llenos de niebla. Caminaba hasta llegar a un viejo pozo de piedra gris, comido por el musgo y el tiempo, sentada en el borde tiraba piedrecitas solo para oír como morían contra el agua. Nunca sonreía y cantaba con tanta tristeza que los pájaros se reunían a su alrededor para llorar y llevarle flores, como si de un funeral se tratase.
Por otro lado, había un muchacho, algo tímido, que cada día hacía el mismo camino, solo para verla. La seguía y se sentaba debajo de un árbol rodeado por la luz del sol, ardillas y mariposas que jugueteaban alegres a posarse en su pelo o en sus manos. Se quedaba allí en su trozo de cielo horas, tan solo para obsérvala a ella en su trozo de infierno, rodeada de niebla y lluvia, cuervos llorando y caballitos del diablo rojos como su pelo, posándose en sus blancas manos.
Pasaba el tiempo y el muchacho se hacía cada día la misma pregunta, ¿por qué una rosa tan bella como aquella estaba siempre tan triste? Así que, una tarde, se armó de valor y en vez de quedarse sentado bajo su árbol, caminó hacia ella rodeado por su luz de ángel y las mariposas fieles, que le seguían a todas partes. Ella se le quedó mirando impasible, sin mostrar ninguna emoción. Él, con una sonrisa en la cara, la tomó de la mano y al juntarse los dos mundos un arcoíris surgió entre ellos.
-¿Por qué estás tan triste si estás rodeada de belleza? – Le preguntó el muchacho.
-Porque no tengo un corazón con el que apreciarlo.
La muchacha se desató despacio los cordones de su corsé, para dejar el descubierto una horrible cicatriz sobre su pecho, burdamente cosida con un hilo negro.
-¿Lo ves? Donde debería haber algo, no hay nada.
-Entiendo.
Así permanecieron, cogidos de la mano en silencio, ella sumida en oscuridad, con una lluvia fría cayendo sobre su piel de mármol, él rodeado de sol haciendo brillar sus cabellos largos de oro y entre los dos un arcoíris informe flotando como un espectro, que al llegar la hora de despedirse y ellos soltarse la manos, se disipó en el aire.
-¿Sabes? – Dijo ella – Nunca pensé que de mi oscuridad pudiera salir algo tan bello.
-¡Qué tontería! ¿Cómo no iba a salir algo bello, si tú vives en ella y eres lo más hermoso que he visto nunca? – Y por primera vez ella sonrió y él supo que la amaría por siempre, aunque ella no pudiera amarle. – Te prometo que algún día no tendremos que soltarnos de la mano nunca y así el arcoíris no desaparecerá. – Y con una sonrisa en la boca, él le acarició la mejilla y la besó con el beso del amor eterno, del amor verdadero.
Al día siguiente, la muchacha caminó más deprisa que nunca para llegar al pozo y poder ver a su ángel. Le esperó todo el día, pero no apareció. Al día siguiente volvió a esperarle llena de esperanza, pero él nunca llegó. Y así pasaron las semanas y los meses y ella poco a poco volvió a sumirse en su oscuridad, perdiendo toda confianza de que él volviera para cumplir su promesa. Ya no volvió a sonreír, todo había sido una mentira, aquello no había sido amor verdadero, ni siquiera había sido amor, tan solo una casualidad, un momento de paz en medio de la más fiera tormenta. Rota, con lágrimas de sangre en los ojos, se sentó con las piernas dentro del agujero del pozo. Ya era hora de que hiciera aquello que siempre había pensado en hacer, ella sería la piedrecita esta vez y su amado pozo sería su tumba fría para el resto de la eternidad. Lo cuervos llorarían su muerte y le llevaría flores, únicos testigos de su funeral. Cada lágrima que caía de sus enormes ojos se trasformaba en un caballito del diablo, que al caer al vacío, abría sus alas y volaba libre.
-Renaceré como un cuervo o como uno de esos caballitos –dijo para sí entre lágrimas- y entonces puede que sea amada de verdad.
Lentamente, como si se derritiera, se dejó caer en el pozo, los insectos rojos nacidos de sus lágrimas salían volando hacía fuera formando un remolino de sangre. Entonces algo la agarró de la mano y un arcoíris se formó más grande y brillante que nunca.
-Yo nunca te dejaré caer. Y jamás te perdonaré que no me hayas esperado. –La voz la subió hacía el arcoíris.
Su ángel había vuelto. La tomó en brazos y la tumbó en el mullido musgo, mientras caballitos y mariposas jugaban juntos y los cuervos observaban desde los arboles sin hojas, aún con lágrimas negras en sus ojos.
-Siento haber tardado tanto – dijo él con una sonrisa – estaba fabricando algo para ti.
-¿Para mí? ¿Y aún quieres dármelo?
-Claro, eres su única dueña, no podría dárselo a alguien que un fuera tú.
Y de su mochila de terciopelo negra sacó un corazón sangrante, que latía a ritmos desacompasados, hecho con parte de un corazón humano y en otra parte de engranajes y tornillos. Estaba lleno de tubos por los que se movía un líquido espeso y baboso que brillaba con fuerza.
-No es perfecto, pero es que yo tampoco lo soy – dijo el muchacho con una enorme sonrisa – y no espero que tú seas perfecta, tan solo que me ames como yo te amo a ti.
Se desabotonó la camisa blanca para dejar al descubierto su pecho y la cicatriz que lo atravesaba, tosca y mal cosida.
-¿Por qué? – preguntó ella entre lágrimas
-Porque te amo, que más razones necesito.
La luna brillaba entre ellos, llena y roja como la sangre de sus corazones. Los ojos de los cuervos les vigilaban, no querían que él la volviera a dañar. Y en un instante cada rincón del bosque quedó iluminado por cientos de luciérnagas danzantes.
-Lo he creado para que puedas apreciar la belleza de lo que te rodea.
Y con un beso lleno de pasión, él le entregó aquella aberración imperfecta y dolorosa, aquel peso en el pecho tan maravilloso. Y el hecho de que no fuera perfecto es lo que lo hacía tan perfecto en realidad. Y bajo la luna llena consumaron su amor y juraron nunca dejar de amarse como se amaban en ese instante.