La Llamada
Hoy podría parecer un día normal, mi madre da vueltas por la casa buscando las llaves del coche como cada mañana y yo me bebo un zumo medio adormilada. Pero lo cierto es que hoy es un día muy especial para mí. Hoy mi madre se marcha todo el fin de semana fuera, por lo que yo Tamy Martínez, tengo la casa para mi sola. Casi con lágrimas en los ojos, me da un ciento de besos, consejos y el listín telefónico del todo el pueblo y de parte del de más allá. Yo trato de meterle prisa y cuando por fin la veo irse en su Corvette negro azabache levantando una nube de polvo, casi no me lo creo. Me doy la vuelta y miro nuestra casa de madera rodeada de un espeso jardín, sonrío. “Por fin sola”
Lo primero que hago es ponerme los patines e ir a ver a mi amiga Sara, voy a pasar el fin de semana con ella. Veremos películas y nos hincharemos a palomitas, pizza y refrescos. Me encuentro con ella a medio camino, está sentada debajo de un árbol leyendo un libro. Levanta la vista al oírme llamarla.
-¿Ya se ha ido?
-Sí – dije casi sin resuello – pero con lo tarde que ha salido igual pierde el avión y vuelve.
-Jajajaja. No me extrañaría que de hecho lo haga a propósito. Con lo protectora que es contigo…
-Bueno… La verdad… Es que ahora tiene motivos para estar paranoica.
-¿Qué quieres decir? – dijo cerrando su libro y mirándome fijamente.
-Hemos estado recibiendo unas llamadas muy raras. Yo al principio creí que eran bromas, pero mi madre se ponía muy nerviosa cada vez que recibíamos una. Casi parece una muerta de lo pálida que se pone.
-Has dicho al principio… ¿Es que ya no crees que sean bromas? ¿No te estarás volviendo paranoica como ella, verdad?
-Tengo mis motivos. Primero lo espeluznantes que son las llamas. Siempre se oye una música retorcida, como salida de una feria de otra época. No me mires así, es la verdad. Suena como grabada con un gramófono de esos de las películas y luego una voz de muñeca empieza a decir cosas raras.
-¿Una voz de muñeca?
-Sí, como esas que teníamos de niñas que lloraban o decían “mamá”. Ya sabes, las que tenían un disco grabado y si se quedaban sin pilas daban muchísimo miedo.
-Pues sí que suena espeluznante. Pero puede ser una broma currada. Muy currada, vale, pero una broma a fin de cuentas.
-Ya. Yo también pensé eso y hasta creí que eran graciosas y originales. Pero mi madre no estaba de acuerdo, así que cambió de número de teléfono y hasta de aparato…
-Tu madre siempre tan exagerada.
-De nuevo, estaba de acuerdo contigo. Me pareció una exageración y parte de sus paranoias. Pero entonces una noche, a la madrugada, a la misma hora de siempre, él teléfono volvió a sonar. Y de nuevo la misma música retorcida y la misma voz grabada de muñeca diciendo cosas raras.
-¿Qué clase de cosas? Quiero decir, ¿cosas típicas de muñeca, como “mamá” o “tengo popó”? – dijo con una sonrisa mal disimulada. Era obvio que no se acababa de creer nada de lo que le había contado.
-Joder Sara va en serio. No me lo estoy inventado. Y no, no esa clase de cosas. La muñeca decía cosas como “quiero que siempre estemos juntos” o “te he echado mucho de menos”. Frases largas y complejas, no lo típico que diría una muñeca comprada.
-O sea, qué me estás diciendo que alguien ha pasado el trabajo de grabar en un disco de muñeca un montón de frases chungas, para luego llamarte a la madrugada con una música de feria de fondo y darte un susto de muerte. Joder, pues, o ese alguien te odia o se aburre o realmente quiere algo contigo. – Dijo riéndose mientras se levantaba.
-Tú nunca te tomas nada en serio, por eso no te lo había contado antes.
-Eh venga, no te piques. No he dicho que no te crea… Aunque suena un poco exagerado, has de reconocerlo.
-Sé que suena exagerado y loco y mucho más cuando lo digo en alto… Pero es la verdad, te lo estoy contando tal cual sucedió, sin ningún tipo de adorno. Al principio, creí que serían bromas de alguien que habría conseguido el número de nuestra casa de alguna forma o quizá, fuera alguno de esos bromistas que marcan un número al azar y se ríen a costa de un extraño… Pero, si eso es verdad, ¿cómo consiguieron el nuevo número de casa?
-¿De la misma forma que consiguieron el viejo? Quiero decir, que si lo consiguieron antes, pudieron volver a hacerlo. No me mires así Tamy, no estoy diciendo que mientas, ni que el asunto en si no sea bastante raro y espeluznante, eso es algo que nadie te quita. Lo único que digo es que, probablemente, sea solo una broma, no algo tan grave como tu madre quiere hacerte creer. Una broma pesada, de mal gusto y que da algo de miedo, sí, eso no pienso negártelo, pero solo una broma a fin de cuentas, algo inofensivo.
-Supongo que tienes razón. Solo es que ver a mi madre tan afectada por el asunto, me ha afectado a mí también.
-Tamy, a tu madre le afecta perder las llaves cada mañana y monta un dramón si llueve y se moja la cara. Debes recordar cómo es ella: alguien que le da importancia desmedida a cosas que carecen de ella.
-Lo sé, lo sé. De todas formas hace un tiempo que han parado las llamadas y por si acaso he desconectado el teléfono.
-Entonces más te vale tener el móvil con la batería al tope y siempre contigo. Porque como ella te llame y tú no contestes, es capaz de enviarte al ejército a casa.
La miro, quiero decirle algo, pero no puedo, sé que tiene razón y ambas nos echamos a reír. Yo sé cómo es ella, aunque hable siempre con tono serio y parezca que nada es lo suficientemente interesante o importante para suscitar su atención, en el fondo se queda con cada palabra que yo le digo y se preocupa de corazón. Sara es así y yo la aprecio tal cual es.
-He pensado que quizá te gustaría que fuéramos al pueblo ahora por la mañana, no es que haya mucho que hacer por aquí y por lo menos allí tenemos tiendas donde perder el tiempo.
-Me parece bien – dijo Sara guardando el libro en la mochila y sacando los patines – ¿vas a querer comer allí?
-No sé, creo que prefiero comer en casa viendo una película que en un restaurante lleno de críos chillando. Me ponen de los nervios.
-Estoy de acuerdo.
Pasamos así la mañana, dando vueltas por el pueblo que se había convertido en una pequeña ciudad con el tiempo, viendo tiendas y charlando de nuestras cosas. Al acercarse la hora de comer, nos ponemos los patines y tomamos el camino de tierra hasta casa. Mi madre no tarda en llamar para asegurarse de que todo va bien y de que no tiene que volver. Yo le aseguro riéndome que puede pasar el fin de semana tranquila y colgamos con un beso.
-Tu madre te trata como si fueras aún una niña.
-Bueno, puede que resulte un poco pesada a veces, pero prefiero tener una madre pesada que se preocupe por mí a una que pase de todo lo que hago.
-Mi madre no pasa de todo lo que hago. Pero es que sabe que es inútil luchar contra mí.
Ambas nos reímos. Ninguna de las dos tiene una relación muy estrecha con su madre, pero supongo que son cosas que pasan.
-¿Qué quieres comer?
Sara saca un muestrario de todos los locales a los que podemos llamar para que nos traigan comida a casa. Lo cierto es que para ser un pueblo tan pequeño hay un monto de restaurantes.
-Me da un poco igual. Lo primero que veas estará genial, me muero de hambre.
-Muy bien, yo escojo la comida y tú la película – dijo echándome la lengua.
Pedimos una pizza y nos tiramos en el sofá con nuestros refrescos bien fríos a ver la película. A las dos nos encanta el cine de terror, así que es lo que escojo sin darle muchas más vueltas. El film es intenso desde el inicio y pronto nos tiene cogidas de la mano, con los ojos pegados a la pantalla. Estamos viendo una escena de tensión, la música nos mete dentro de la trama, nos miramos porque sabemos que algo nos va asustar y en ese instante suena el timbre de la puerta.
-¡Joder! Menudo susto. Párala antes de que pase algo interesante y me lo pierda.
Camino con el corazón a mil hacia la puerta. El timbre vuelve a sonar y yo grito “¡ya va!”. Cojo el dinero en la mesita del recibidor, abro la puerta y me encuentro un chico de mi edad, alto, moreno, de ojos azules y una bonita sonrisa. Su voz suena muy sexy cuando me dice cuanto le debo. Me pongo colorada, no puedo verme, pero sé que lo estoy. Él sonríe y yo le sigo la corriente.
-Oye… ¿Estás sola?
-No… No, estoy de fin de semana con una amiga. ¿Por?
-¿Eres de por aquí?
-Sí. Vivo en esta casa desde hace unos años.
-Entonces seguro que conoces la casa abandonada del bosque, ¿no?
-Sí, me suena de haberla visto cuando voy a pasear. Es una pena que este tan cerrada y no se pueda explorar… – Al chico se le iluminan los ojos y una enorme sonrisa se dibuja en sus labios.
-Eso era hasta ahora. Resulta que con las últimas lluvias se ha derrumbado parte del muro y ahora se puede entrar a la propiedad. Tenía muchas ganas de ir… ¿Te gustaría venir conmigo e investigar si hay una forma de entrar en la casa? Tu amiga puede venir también por supuesto. Iré luego a la noche, cuando no haya gente por allí fisgoneando. ¿Qué dices?
Me hago la interesante pensándomelo un momento, pero lo cierto es que tengo muchas ganas de ir, no solo por el chico, sino por la casa. Cuando mi padre murió, mi madre decidió que nos mudásemos aquí. Yo perdí a todos mis amigos del colegio y volver a empezar no fue nada fácil. Para ir a la nueva escuela, tenía que ir por el camino del bosque, desde el cual se puede ver con claridad la enorme mansión. Recuerdo que la maestra, me contó que la casa pertenecía a un doctor que tenía ciertos problemas con mala gente, una noche entraron y mataron a su mujer. Luego de eso, él contaba que ella se le aparecía por la casa y tuvo que mudarse, dejándola abandonada. Así que la mansión se convirtió en una especie de obsesión, un hobby un tanto macabro que me distraía de la realidad.
-Sí iremos… Bueno… tengo que preguntárselo a Sara…. Pero estoy segura de que le gustará ir.
-De acuerdo. ¿Nos vemos allí sobre las nueve y media? ¿Te parece bien?
-Sí. Es perfecto.
-Luego podemos ir a cenar una hamburguesa o algo así.
-Genial. Hasta la noche entonces.
Digo cerrando la puerta despacito. Él no deja de sonreír y yo noto como me pongo colorada por segundos. Voy correteando a la sala con las pizzas en la mano y Sara me mira con cara de pocos amigos.
-Ya pensé que el repartidor te había secuestrado y que tendría que llamar para conseguir pizzas nuevas.
-Así que todo lo que te importa es la pizza.
-Ahora mismo sí, tengo hambre – dijo abalanzándose sobre mí. Nos echamos a reír. – Oye… no quiero ser cotilla, pero… ¿Por qué has tardado tanto?
-El chico de las pizzas ligó conmigo. Es muy guapo. Nos ha invitado a ir luego a la casa abandonada del bosque. Dice que parte del muro se ha derrumbado y que quizá encontremos la forma de entrar a la mansión.
-Desde que te conozco estás obsesionada con esa maldita casa… – La miraba con ojitos de perro abandonado. – No te pases con la actuación que no he dicho que no quiera ir. ¿A qué hora habéis quedado?
-Nueve y media delante de la casa.
Me siento a su lado y cojo un trozo de pizza mientras le doy al play. Comemos hasta llenarnos y vemos un par de películas más hasta la hora de marcharnos. Meto en una mochila un poco de agua, una linterna, un pequeño botiquín de acampada y el móvil. No es que la casa esté muy lejos de donde vivo, pero me gusta estar preparada. Cierro la puerta con llave y guardo ésta en el bolsillo de mi pantalón corto. Vamos escuchando música por el camino, cantando los estribillos como locas, para luego echarnos a reír. Llegamos a la entrada de la casa a y media en punto, no hay rastro del chico.
-¿Estás segura de que quedaste con él aquí? – Me pregunta Sara unos minutos después.
-Sí.
-¿Tienes su número de teléfono?
-No… – Me siento estúpida, ¿cómo se me pudo pasar pedirle el número de teléfono? – Ahora que me doy cuenta tampoco le pregunté su nombre.
-Miguel. – Dijo una voz detrás de mí. – Me llamo Miguel y siento llegar tarde, cosas del curro.
-No importa…
-No sé qué pusiste en su pizza para que esté tan colada por ti, pero funcionó. Soy Sara y el tomate a mi lado es Tamy.
Me pongo colorada otra vez y le doy un codazo a mi “amiga”, ella se queja y suelta “¿qué? Ni que no fuera verdad”. Por suerte Miguel se lo toma a risa y todo queda en una broma.
-Venid, el muro que se ha derrumbado está por aquí.
Le seguimos por el espeso bosque y enseguida vemos las piedras tiradas y el enorme agujero que estas han dejado. Él entra primero y nosotras le seguimos. La casa es impresionante, no solo por la altura, sino también por la decoración de la fachada, con azulejos de colores y relieves de distintos tipos. Algunos parecen contar la historia de cómo la medicina salva vidas o eso entiendo yo. La puerta es de madera, doble y robusta, por supuesto cerrada, al igual que todas las ventanas de la planta baja. Además de la casa, hay un garaje, un establo, un cobertizo, un hórreo y un par de casetas para perro. Luego de un rato de dar vueltas por la propiedad, empezamos a desesperarnos al no encontrar ninguna entrada plausible. Sara dice de irnos a cenar, pero Miguel quiere dar la última vuelta, ambos me miran y me doy cuenta de que me acabo de convertir en juez involuntario. Decido dar una última vuelta, Sara pone los ojos en blanco y se sienta en unas piedras a esperarnos. Caminamos en silencio, mirando hacía las ventanas a ver si alguna estaba podrida o suelta. Vamos a darnos por vencidos cuando Miguel me coge de la mano y me dice “mira”. En el suelo hay un ventanuco con los cristales rotos, seguramente una bodega, pero para nosotros significa una manera de entrar en la casa. El sol se ha puesto casi del todo y yo llamo a Sara, quien llega corriendo y sonríe al ver el agujero. De nuevo Miguel entra primero, veo la luz de la linterna barrer la estancia, oigo sus pasos en el suelo de concreto, el chirriar de una puerta y un poco después un “podéis bajar” en un susurro. Yo bajo primero y Sara me sigue. Como me suponía, estamos en una bodega que a su vez se debía usar como almacén o despensa. Hay estanterías por todas partes, muebles mohosos con puertas que chirrían y algunas latas de conserva de hace bastantes años. Oigo a Miguel decir, “por aquí” y veo una luz que ilumina una puerta corroída de madera en lo alto de unas escaleras. Subimos y salimos a la cocina. Por fin estamos dentro. Pero lo cierto es que el sol se ha puesto y a pesar de llevar las linternas, esta casa oscura se me antoja bastante aterradora.
-Oíd, es bastante tarde y está todo muy oscuro. Ahora ya sabemos por dónde entrar, ¿Por qué no vamos a cenar y mañana volvemos con algo más de luz?
-¿Tienes miedo Tamy? – Dice Sara a mi espalda. – ¿No te habrás vuelto una gallina no? – Sonríe mientras mira a Miguel, a veces puede ser muy odiosa.
-Igual tiene miedo al fantasma de la mujer que fue aquí asesinada. –Dice Miguel con voz tenebrosa siguiéndole el royo a Sara.
-¡No! Claro que no, solo decía que podía resultar peligroso al estar todo tan oscuro, pero ¿sabes? Ya que tú no tienes miedo, ¿por qué no vas a revisar la parte de arriba? Si se puede subir, nos avisas. – Digo mirando a Miguel y echando la lengua. De nuevo él se lo toma a bien y haciendo un saludo militar dice “a sus órdenes” y le vemos subir los primeros peldaños.
-Creo que está colado por ti – me dice Sara al oído y ambas nos echamos a reír – ¿quieres subir con él? Yo puedo quedarme sola, no tengo miedo a los fantasmas como tu…
No le contesto, le hago una mueca y la agarro de la mano para ir a cotillear la zona. Escuchamos ruidos sobre nuestra cabeza, probablemente es Miguel revisando si es segura la planta de arriba. La casa aún conserva muchos de los enseres de los antiguos dueños, se nota que se marcharon con prisa, dejando atrás sobretodo muebles y cosas de poca importancia o fácilmente sustituibles como la vajilla o la cristalería. Veo que Sara se sienta en el suelo con un gran libro en sus manos, parece un álbum de fotos, voy a decirle algo pero de pronto oímos un gran estruendo en la parte de arriba, seguido de cristales rotos y un grito, luego solo silencio.
-¿Qué demonios ha sido eso?
Sara se levanta, dejando el álbum en el suelo y juntas nos acercamos a las escaleras, voy a subir pero ella me detiene, negando con la cabeza.
-¿Miguel? – Grita a viva voz, pero nadie le responde – Miguel, si esto es una broma no tiene gracia y te vas a enterar, ¿me oyes? – Pero de nuevo solo hay silencio. Nos miramos extrañadas y decidimos subir con cuidado. En la planta superior no se oye ningún ruido. – ¿Miguel? – Llamamos ambas al unísono, pero nada. Vamos revisando las habitaciones, sin éxito. Entramos en la tercera estancia y vemos muebles por el suelo y la ventana rota, ambas corremos hacia ella y el horror nos invade: Miguel está tirado en el jardín, en una postura rara, las linternas no llegan para poder determinar si está vivo o no. Bajamos a toda prisa y llegamos hasta el cuerpo inmóvil de nuestro amigo. Sara le toma el pulso y suspira, parece que aún respira.
–Emergencias, dígame…
La policía y una ambulancia no tardan mucho en llegar y llevarse a Miguel, “se pondrá bien”, me dice uno de los paramédicos al ver mi cara, trato de sonreír mientras escucho como Sara cuenta una bola tremenda acerca de lo que hacíamos allí y de quien era Miguel y de lo que había pasado y veo como el policía no deja de mirarme con cara de pocos amigos y de no estarse tragando ni una sola de sus mentiras. Pero aun así nos deja ir, nos advierte de que no lo volvamos a hacer y nos “recomienda” ir derechas a casa.
-Nos tratan como a crías. – Dice Sara de camino a casa, pero yo no le respondo, tengo el estómago revuelto y la cabeza me da vueltas. ¿Qué es lo que acaba de pasar? A Sara no parece afectarle mucho, pero bueno, es que ella nunca parece afectada por nada. – Oye, no es culpa nuestra que se haya caído por la ventana, deja de darle vueltas, ¿vale? Vamos a coger algo de cena y volvemos a casa.
Sara va comiendo sus patatas fritas por el camino, pero a mí no me entra nada y noto el calor de la bolsa de plástico en mi pierna mientras caminamos hacia casa.
-Vamos, deberías comer un poco. Miguel está bien y solo él puede decirnos que ha pasado en realidad, así que deja de darle vueltas, ¿vale? Mañana nos acercamos hasta el hospital y podrás llevarle unos bombones o algo así.
-Supongo que tienes razón, pero es que no debería haberle enviado solo al piso de arriba…
-¿Y cómo podías saber tú lo que iba a pasar? Dime, ¿lo sabías?
-¿Qué? ¡Claro que no!
-Pues entonces no tienes culpa de nada y él lo verá así. Vamos, anímate, cenemos viendo algo divertido para distraernos, ¿vale? –Dice mientras entra por la puerta.
Tiene razón, no puedo cargarme el fin de semana por un accidente. Cierro la puerta, pero la dejo sin llave ya que tengo que sacar la basura luego. El llavero lo dejo en mi cuenco de barro, en la entrada, como hago siempre. Luego voy a la cocina, pero oigo a Sara gritar, “¡oye, no hay luz!”, a lo que respondo, “suele pasar en esta época, siempre salta el automático”. Cojo la linterna de mi mochila y la dejo apoyada junto al mueble del teléfono, el automático está en el sótano y bajo las escaleras con cuidado de ver donde piso. Un minuto más tarde vuelve a ver luz en la casa y oigo a Sara decir “ya está”, por lo que dejo la linterna allí apoyada y subo corriendo.
-¿Cenamos? – Me dice Sara desde la cocina con la boca llena de patatas, pero yo estoy confusa en este momento – ¿qué ocurre?
-¿Has cerrado tú la puerta con llave?
-¿La puerta de la calle? No, yo no me he movido de la cocina en todo este rato, ¿por? ¿No la cerraste tú?
-No. La dejé abierta para tirar la basura y además mis llaves y mi mochila no están donde las dejé…
-Igual las dejaste en otra parte, ¿no? ¿Has mirado en la sala?
-Las llaves siempre las dejo en este cuenco de barro, me lo regaló mi padre en una feria a la que fuimos cuando era pequeña. Me trae muy buenos recuerdos. Así que es raro que no estén ahí.
-Seguro que te las has dejado en la sala, ya verás. La veo caminar hacía el salón con paso decidido, yo voy detrás de ella protestando, “pero si ni siquiera he pisado la…”. En ese momento la luz se va de nuevo y escuchamos un ruido en el piso de arriba. – Vale… Esto empieza a ser oficialmente raro. Ayúdame a buscar la mochila con los móviles…”. Pero no nos da tiempo, el teléfono, que yo había desconectado a la mañana, suena estrepitosamente. Sin pensarlo dos veces, Sara levanta el auricular y contesta, al otro lado, la música retorcida de feria suena alta y pronto, una voz de muñeca empieza a hablar: “Te quiero mucho. Y quiero que siempre estemos juntos, no quiero irme nunca”. Sara cuelga el teléfono y me mira incrédula, “te dije que no mentía” digo con la mirada y trato de permanecer fría aunque me tiemble todo el cuerpo. Ella vuelve a descolgar el aparato y dice “voy a llamar a la policía”, pero no puede, ya no hay línea. Ni siquiera un pitido.
-La mochila. Tenemos que encontrarla y así podremos llamar desde el móvil.
Sale corriendo hacia la sala, la casa está a oscuras y apenas se ve algo con la luz de las farolas de fuera, pero puedo oír claramente a Sara hacer un ruido extraño y luego caer al suelo. Entonces las luces se encienden y veo el cuerpo de mi amiga tirado en el suelo, sobre un charco de sangre. Una música retorcida de feria empieza a sonar y veo, sentada enfrente al cuerpo, manchada de sangre, a una muñeca. Me quedo sin respiración al darme cuenta de que, no solo lleva puesto un vestido que era mío, sino que es clavada a mí, cuando era pequeña.
-Tú siempre fuiste mi muñequita. La más bonita y preciosa del mundo. – Una voz de hombre suena detrás de mí, la reconozco aunque es imposible. – Siempre querías estar conmigo, que te llevara a las ferias, que me subiera contigo a la noria y te comprase algodón de azúcar. Nunca querías volver a casa con tu madre. Se te veía tan feliz montada en el tío vivo, con tu nube rosa en la mano, riendo sin parar, mientras los caballos de madera subían y bajaban y la música alegre no dejaba de sonar. ¿Lo recuerdas ahora muñequita? Porque yo lo recuerdo como si fuera ayer y me he alimentado de esos recuerdos todo este tiempo.
La figura se mueve hasta ponerse delante de mí. Lo que veo no tiene sentido. No es algo posible.
-Tú… Tú estás muerto… Mamá dijo…
-¡Tu madre mintió! ¡Mintió a todo el mundo!
-¿Qué? ¿Por qué iba ella a…?
-¡Porque es una cobarde! ¡Por eso! Yo estaba enfermo, mi cabeza fallaba a veces. Podía curarme, solo necesitaba algo de tiempo, un poco de paciencia… ¡Pero no! ¡No! Ella cogió el camino fácil y me internó en un manicomio en el que trabaja un amiguito suyo. Me aisló de ti diciendo que era un peligro, que tenía miedo a que te hiciera daño. ¡Como si eso fuera posible! ¡Yo jamás te dañaría! Pero a ella le dio igual… No me quiso escuchar… Simplemente me dejo allí tirado… Alejado de ti… De mi muñequita… Todo lo que me quedó fueron mis recuerdos y esa burda representación de ti. Iba a ser tu regalo de cumpleaños… Pero ni siquiera pude dártelo. En cuanto me internó, le dijo a todo el mundo que yo había muerto en un accidente y jamás me permitió saber de ti o de ella. Os mudasteis. Cambiasteis de teléfono. Incluso de apellido. Pero conseguí salir por ti, muñequita. Para estar contigo. Para que nadie pudiera separarnos nunca.
-Papá… – dije entre lágrimas. Veo el cuchillo machado de sangre de Sara en su mano temblorosa. Sus ojos denotan cansancio, un cansancio profundo, como si no hubiera dormido en años. Aunque puedo reconocer en sus facciones a mi padre, a este hombre demente que está delante de mi le queda muy poco del hombre bueno y cariñoso que yo recuerdo.
-Y he venido para llevarte conmigo a un lugar donde ella no nos pueda separar nunca. Iremos a la feria y ya nunca más te perderé. – Apenas noto el pinchazo de la aguja en mi cuello, sus manos cálidas me rodean con fuerza, me aúpa en su regazo mientras me quedo dormida. Los recuerdos se agolpan en mi memoria mientras siento que mi corazón va dejando de latir.
-Pa… P… Papá…
-Shhh – dice bebiendo de un frasquito de cristal y sentándose en el sofá conmigo en brazos – pronto estaremos juntos para siempre en la feria. Tú solo escucha la música…
Al día siguiente, Miguel se despierta en el hospital tan solo para ser enterrado en preguntas por los policías. Pero este solo recuerda ser agredido por un hombre desaliñado al que no pudo ver bien la cara, quien después de darle un puñetazo lo tiró por la ventana. Los policías, con más preguntas que respuestas, se dirigen a casa de Tamy Martínez para tratar de resolver el misterio. Se encuentran con la casa cerrada por dentro y las luces encendidas, pero sin que nadie responda en el interior. Suponiendo que quizás algo malo les había pasado a las muchachas, los oficiales entran por la fuerza en la morada, pero no están preparados para la escena con la que se encuentran: tres cadáveres en total, Sara en suelo cubierta de sangre y un hombre adulto con Tamy en brazos, una música distorsionada sonando una y otra vez y una muñeca cubierta de sangre mirando todo desde el suelo con curiosidad. El hombre es identificado como el padre de Tamy, quien había conseguir salir del manicomio hacia solo unos meses, siendo el mismo hombre que había agredido a Miguel en la casa abandonada, donde había estado viviendo desde su liberación. Nadie consiguió explicar el porqué de los hechos, tan solo la muñeca con sus ojos fríos y sus frases enlatadas parecía tener todas las respuestas, pero desde luego, no las iba a compartir con nadie.