Secretos. Capítulo 2. La Visión de Adelaida


Y la curiosidad la traicionó, como nos acaba traicionando a todos. Es una asesina silenciosa, que cuando menos te lo esperas ataca. Y solo una semilla pequeña e insignificante es necesaria para que florezca y eche raíces fuertes en nuestro interior. Un ruido en la noche, quizá una puerta que se abre y se cierra, y ya está dentro de ti. Y crecerá y crecerá, hasta que te controle del todo. Ya no eres tú, es tu reflejo. Tu cuerpo caminando solo hacia el abismo con una sonrisa maligna en la cara.

Cuando la semilla de la curiosidad cae en tu corazón… Estás muerto sin saberlo.


CAPÍTULO 2: LA VISIÓN DE ADELAIDA

Ya era verano de nuevo. Siempre me sorprendía lo rápido que pasaba el año en esta morada tan llena de secretos, tan llena de recuerdos. Un día era invierno. Frío y solitario. Con sus noches cortas y oscuras, iluminadas por la luz de la luna llena y el calor de la lumbre chisporroteando, proyectando sombras en cada ángulo de mi hogar. Y cuando llovía, podía ver a los fantasmas danzar a su compás. Cogidos de la mano y riendo por lo bajo, me hacían sentir que no estaba sola del todo. Y en esas noches heladas y sin luz, me sentaba a oscuras en mi piano; a veces para tocar tristes melodías que acompañaran su eterno baile y otras… Otras, simplemente me quedaba allí. En silencio. Escuchando. Hasta que mis ojos también llovían sobre las teclas blancas y negras. Una lluvia ácida, que corroía mi alma y hacía que los espectros dejasen de bailar, para llorar conmigo. Y pronto las paredes chorreaban agua y el suelo se encharcaba; del techo frías gotas caían en picado. Primero una o dos, luego todo un aguacero. Sentía mis ropas empapadas pegarse a mi piel y el frío calar mis viejos huesos. En esos momentos de desesperación, viendo a mi alrededor las caras largas y deformadas de los espíritus, que parecían derretirse fundiéndose con el agua, nadando para alcanzarme, cerraba los ojos solo un momento y cuando los volvía a abrir, ya era verano de nuevo y el sol brillaba con fuerza, haciendo que las sombras se escondieran en las esquinas y debajo de lo muebles. El calor me reconfortaba, como si volviera a nacer. Sentía que aún me quedaba fuerza para seguir adelante, que ese año todo sería distinto. Que quizás ese año vendría alguien que me sustituiría, como yo fui sustituta antes y que por fin podría dormir y descansar al mismo tiempo. No solo cerrar los ojos para no perder la poca cordura, que los años de soledad habían dejado sin devorar, huesos de un cadáver que los buitres abandonaron. Pero con el paso del tiempo la esperanza muere y el sol parece no calentar lo suficiente, como si en mi interior siempre fuera invierno frío y húmedo. La melancolía y el dolor se cobran más espacio cada día; dos hijos consentidos a los que hay que alimentar cada vez más.

Esa mañana, después de muchas otras mañanas, mientras preparaba la casa para los huéspedes, soñaba con la idea de irme lejos. No era la primera vez que pensaba en ello, pero si era la primera que sentía que era la única solución; marcharme y no volver, no mirar atrás. Quizás a Venecia, donde conocí a mi amado esposo, o quizás a Japón, donde pasé con él nuestra luna de miel y sus últimos días, viendo los lagos cambiar de color según la hora del día. Me sentí sola y exhausta; me senté en la cama que estaba haciendo, miré la ventana abierta de par en par, el bosque lleno de vida, los pájaros cantando, las flores con su aroma dulce llenando cada recoveco de la alcoba, de mi mente, de mi corazón. Una mariposa entró revoloteando grácilmente y se posó curiosa sobre una rosa abierta en un jarrón. Todo emanaba tanta paz al margen del odio, de los secretos y las lágrimas, de los malos recuerdos y la mala conciencia, al margen de los ojos siempre vigilantes de los espectros negros, que aunque por el día estaban escondidos, podía sentirlos mirar desde las esquinas, observar todo lo que ocurría en la casa y juzgar a cada huésped, cada palabra y acción, juzgarme a mí y aplicar el castigo correspondiente. Eran mis carceleros. Miré mi reflejo en el enorme espejo, mi rostro lleno de arrugas y marcas de una vida llena de difíciles decisiones y pocos momentos alegres. La mariposa emprendió el vuelo de nuevo y supe que no podría irme por mucho que lo deseara, aquella casa era mi responsabilidad, mi condena; pero también mi hogar. Como el hijo que nunca tuve, al que he visto crecer y al que he tenido que educar y que con todos sus defectos, he llegado a amar. Sí, aquella casa me tenía cautivada, con sus grandes secretos correteando por las paredes, susurrando en la noche, a veces buena y gentil, otras cruel y vengativa. Suspiré y sonreí con tristeza. No, no podía irme y en el fondo de mi corazón, tampoco quería hacerlo realmente.

Terminé de hacer las tareas y esperé pacientemente a que los huéspedes llegaran. La casa estaba en paz. Como en un sueño profundo, tanto como la muerte misma. Deseaba que durara toda la semana y que no hubiera ningún contratiempo que la alterase. Quizás, podría, incluso, dormir una noche entera. Y disfrutar del sol entrando en esta tumba fría. Nadie más podía ver mi sepultura, desde fuera solo era una casa normal, pero desde las ventanas de mis ojos, mi alma se asomaba y veía la verdad. Ya hacía muchos años que había sido enterrada en vida por mis actos. No me gustaba traer gente a la casa, ésta se ponía inquieta cada vez que alguno curioseaba donde no debía. Yo intentaba por todos los medios que eso no pasara, pero muchas veces es imposible que no ocurran “accidentes”, sobre todo con las personas irrespetuosas e impertinentes. Era imposible proteger mi intimidad y menos protegerlos a ellos de los secretos de esta casa maldita. Sobre las cinco y media el pequeño grupo compuesto por cuatro personas jóvenes llegó armando un al alboroto infernal, que rompió con toda la paz de la casa y del bosque. Los vi bajarse del taxi entre gritos y risas, notaba el odio emanar de las paredes en forma de densas y pegajosas sombras, que me abrazaban y susurraban cosas al oído, con su voz de lija y su aliento podrido; “no les dejes entrar”, “haz que se vayan”, “no los soporto”. Me clavaban sus uñas finas en la piel, me lamían la cara, el cuello, las orejas, “no los queremos aquí” “no abras la puerta”. No les conocía de nada, ni si quiera sabía sus nombres y ya no toleraba su presencia; aún no habían puesto un pie en mi hogar y ya deseaba con todas mis fuerzas que se fueran; aún no me habían dicho una palabra y ya sabía que darían problemas; de una manera u otra, al final siempre los dan. Caminaba hacia la puerta de entrada, pensando en cuanto los aborrecía, sintiendo como las sombras se resbalaban de mi cuerpo y caían al suelo, “no, no abras” “te lo estamos advirtiendo, no les abras, no les queremos aquí”, volví la vista para verlas arrastrándose por el suelo, figuras babosas y derretidas, de caras deformadas, sin ojos, sin vida. Mal humorada abrí la puerta de golpe, escuché como las sombras se escondían con un bufido de desagrado. Mis nuevos huéspedes me mostraron sus mejores caras de sorpresa, que luego se transformaron en caras de burla al ver mis atuendos. Llevaba puesto un vestido de finales del siglo XIX, que había pertenecido a mi madre, de color azul oscuro, con el cuello subido blanco, sujeto por mí broche rojo que jamás me quito; las mangas largas hasta los nudillos y la falda hasta los pies tapaban por completo mi cuerpo de las miradas indiscretas de esas personas fisgonas.

Eran dos caballeros, uno bien vestido y arreglado, de pelo gris plata y ojos traicioneros que inspiraban de todo menos confianza; era más que obvio que cualquier palabra que saliera de su boca sería una mentira disfraza, muy bien arreglada y perfumada, eso desde luego; el otro a pesar de ir bien vestido y de llevar la barba espesa bien recortada, parecía desaliñado, con el pelo algo largo todo revuelto, como si hubiera ido dormido en el automóvil y sus ojos pequeños y oscuros marcados de no dormir, o de hacerlo de mala forma, como quien se tiende en cama solo porque sabe, que necesita descansar dos minutos para poder seguir con vida y cuerdo, además apestaba a tabaco, podía oler su pestilencia desde la puerta, tanto era así que me sentía reticente a dejarle pasar a mi casa, aunque al mirarle a su cara dulce de niño, que solo buscaba a alguien que le amara y a quien amar, alguien a quien proteger, no me costó mucho hacer de tripas corazón. Me di cuenta enseguida de su manera de mirar a una de las señoritas, la que más atrás estaba, una mujer absolutamente distinta a todos los demás, era normal que el señorito de la barba la mirara de esa forma, debía de ser alguien muy especial. Observaba todo con curiosidad, sus ojos marrones chisporroteaban con cada mariposa, con cada flor, cada vez que un rayo de sol incidía en ellos; su pelo rojo brillaba como el fuego y destacaba sobre su piel blanca como el invierno. Vestía simple, con vaqueros largos y una camiseta sin escote de manga corta, no llevaba muchas joyas, a excepción de unos pendientes de oro pequeños y un anillo de compromiso. De todos fue la única que no me miró con burla, si no que reprendió con la mirada las risas de sus compañeros. Sentí por ella algo parecido al amor materno, aunque nunca había tenido la posibilidad de tener descendencia, al ver sus ojos, su forma de estar, de comportarse, me recordaron a mi cuando tenía su edad y eso me hizo sentir como si fuera una hija desaparecida, que por fin volvía a casa después de mucho tiempo; pero por otra parte, sentí una profunda tristeza, igual que si un puño fuerte y frío como el hielo apretase con fuerza mi corazón, era una congoja como la que no había sentido en años por nadie. Sabía que era ella la que causaba que la casa estuviera inquieta, era ella la escogida y sería ella la que me daría los problemas. La última integrante del grupo, era una señorita con ínfulas de reina, que no dejaba de hablar y reírse, haciendo ruido por todos los que estábamos allí; miraba a todos y a todo con superioridad y hablaba como si solo existiera su palabra y por lo tanto solo ésta contaba. Tenía el cabello rubio como el oro y los ojos azules como el cielo, era una muchacha preciosa, eso nadie podía discutírselo, pero lo arruinaba con su horrenda personalidad, como una nube negra tapando un sol radiante. Llevaba una minifalda muy corta, una camiseta que no dejaba nada a la imaginación y tenía el cuerpo lleno de joyas: pulseras, anillos, pendientes hasta en el ombligo….Era muy evidente los claros problemas de autoestima que esa señorita tenía, queriendo acaparar toda la atención para ella. Me parecieron un grupo muy peculiar y variopinto, como si no encajaran del todo los unos con los otros. Tan solo con mirarlos tres segundos supe que la noche pasada sería la última que había dormido, al menos en una semana no podría descansar por mucho que me lo propusiera. Al abrir la puerta del todo para dejarles pasar, pude notar como el odio se mezclaba con la curiosidad, como ojos salían de sus escondites para ver mejor a sus próximas víctimas. Mientas voces al unísono decían: “te dijimos que no abrieras la puerta, ahora sus destinos son nuestros”.

Les mandé pasar, dejaron sus pertenencias en el recibidor y me presenté, “mi nombre es Adelaida, soy la propietaria”. Obviando sus caras de burla, me dispuse a enseñarles la planta baja, salvo mis dependencias, por su puesto. Les expliqué que podían tomar cualquier libro de las salas de lectura que había en ambos pisos, siempre y cuando lo tratasen bien y luego lo devolvieran a su lugar; de igual forma les elucidé sobre cómo me gusta que todo esté limpio y ordenado y les rogué que siempre que usarán cualquier objeto en la sala de ocio lo dejasen de nuevo en su sitio. La reina enjoyada mantenía la boca cerrada y con las manos atrás miraba todo con desdén, nada parecía ser lo suficientemente bueno para ella. Estábamos en la sala de ocio, yo contestaba las preguntas del grupo de lo que podían usar o lo que no, o donde podían encontrar esto o aquello, cuando vi en el espejo la mayor abominación que había visto en toda mi vida: detrás de la señorita rubia, cuyo nombre, creía haber notado, era Anna, había un demonio. Su demonio. Porque todos tenemos uno escondido. Pero nada escapa a los ojos de mi casa, ella es testigo, juez y verdugo. En el reflejo veía la figura de una mujer desnuda, que en lugar de piernas tenía colgajos de piel seca y purpura, como el resto de ella. Su pelo largo y fino, del color su piel, con grandes mechas negras, subía hacía el techo y se expandía por la habitación, reptando por las vigas y agarrándose como hiedras malignas a las lámparas haciéndolas tambalear. Sus ojos eran remolinos de oscuridad y su boca un amasijo de afilados dientes brillantes, tenía una sonrisa amplia y llena de orgullo. Sus manos eran afiladas cuchillas que se hundían en la piel de la arrogante reina y se la volvían negra y supurante. A su alrededor había una especie de humo anaranjado, denso, en el que flotaban trozos de espejos rotos en los que se podía ver reflejados ojos moviéndose hacía un lado u otro, siempre pendientes de lo que la señorita hacía o decía. Cada vez que uno de los señoritos miraba a su compañera o le prestaban atención, los cristales se le clavaban en la piel desgarrándola y haciéndola sangrar. “Mírame… ¿no soy hermosa? ¿No soy sexy? ¿No soy simpática? No oses dejar de mirarme. Porque soy la única que merece atención. Yo soy la más interesante, la más deseable. La única que merece todos los elogios, los halagos y los regalos”, se oía flotando junto a los cristales en aquel humo naranja. “Ten cuidado vieja. A mí nadie me dice lo que tengo que hacer.” El demonio apartó a la reina contra la mesa de un golpe, quien cayó al suelo como un títere sin maestro, rota, pero aún sonriente y con sus ojos fijos en los míos, se abalanzó sobre mí y su humo me rodeó, apestaba a perfume e incienso, sus manos hacían un sonido de huesos chocando mientras se movían como tijeras en el aire y los trozos de espejo me rasgaban mis vestimentas. “No eres nadie comparada conmigo. No vales nada comparada conmigo. Si nos pusieran en una balanza, tú saldrías perdiendo. Tú y cualquiera que quiera medirse conmigo. Así que no quieras competir porque saldrás perdiendo”. Me acarició con uno de sus fríos y suaves dedos afilados, haciendo un corte limpio y muy fino en mi mejilla, la cual empezó a sangrar. Volvió a tomar a su títere del suelo y se hundió con ella en el espejo.

-Oiga señora, ¿me está escuchando?

-Claro que le estoy escuchando, no sea tan impaciente. Por supuesto que pueden comer lo que quieran de la cocina y beber lo que se les antoje del bar, para algo está. Solo les pido que no rompan nada y que recojan en la medida de lo posible.

-¿No es ese su trabajo acaso señora…? ¿Cuál era su nombre?

-Mi nombre es Adelaida, señorita Anna, si no me equivoco. Y mi trabajo, es alquilarles las habitaciones que ahora van a ver y hacerles las principales comidas del día. No creo que sea mucho pedirles que si cogen algo de la nevera, lo vuelvan a dejar en su sitio o que si toman una fruta, no dejen las mondaduras encima de la mesa. Solo pido que hagan lo que harían en su propia casa, nada más. ¿Tiene algún problema con eso, señorita?

– Claro que no tiene ningún problema, señora Adelaida. No tiene de que preocuparse. ¿Por qué no nos enseña la segunda planta? – la señorita pelirroja me sonrió con dulzura al hablar, en sus ojos vi la súplica de que no le tuviera en cuenta nada de lo que dijera su amiga.

-Está bien, pueden acceder a toda la vivienda salvo a ese ala, son mis dependencias. Les enseñaré sus aposentos.

-¿Al ático también se puede acceder? – preguntó con curiosidad desmedida la señorita pelirroja, la verdad me pilló desprevenida y me pareció impertinente la pregunta, ya que ¿qué se le había perdido a ella en el ático? La pregunta alteró también a la casa. El gato había encontrado a su ratón y ahora no lo iba soltar. Traté de contestar lo más serena que pude y dar una buena excusa. – Disculpe la pregunta, lo que quería saber en realidad es si también alquila el ático, como habitación o como apartamento. Por qué… ¿hay ático no?

-Si hay ático señorita, pero no pueden acceder a él. Y no. No está en alquiler.

-¿Por qué no podemos acceder a él? – La pregunta del señorito de barba sí que me molestó, ¿por qué demonios tenía yo que dar explicaciones sobre lo que se hace o dejar de hacer en mi morada? ¿A caso no les bastaba un no? Les miré de arriba abajo, me parecieron una panda de sinvergüenzas, caprichosos y cotillas niños que solo venían a mi hogar a dar problemas.

-Hay ratas. – Contesté – intenté matarlas pero no pude deshacerme de todas. Pero no se preocupen solo están en esa parte de la casa. Además arriba no hay nada de interés.

A partir de ahí, todo se descontroló. Si lo llego a saber habría usado otra excusa para que los señoritos y la reina no armaran semejante alboroto. Ella declamaba que yo era una irresponsable, que atentaba contra su vida y su salud, me acusaba de estafadora y me conminaba con denunciarme; sus compañeros, lejos de pararle los pies, la azuzaban con que si las ratas la iban a morderla de noche y con que se levantaría por la mañana sin trozos de pie o de oreja. Más macabros no podían ser. Todo por un pequeño nido de ratas de nada, lo cierto es que si las había, podía haberlas matado, pero no quise. A la casa le gustaban y por ende a mí también. Además tenían crías y me parecieron adorables. Les puse una jaula de metal, para que no royeran mis cosas, con cuencos para la comida y el agua, no creo que constituyeran una amenaza tan seria y horrible como vociferaba la insufrible reina por toda la sala de lectura. La chica especial, cuyo nombre era Rose, reprendió a los infantes de sus amigos. Tenía carácter y eso me gusto, lo malo es que a la casa también, lo notaba, los ruidos, las vibraciones, lo sentimientos que emanaban las paredes. Cuando la señorita pelirroja me preguntó si había puesto trampas para cazar los ratones casi no puedo evitar una carcajada, algo dentro de los espejos se movió con alegría y las sombras sonrían dejando caer su baba espesa al suelo.

-Por supuesto señorita. Hay trampas por toda la casa. Están ustedes a salvo. Siempre que no fisgoneen.

Decir esa frase me causó un extraño placer, como cuando eres pequeño y has hecho algo malo y se lo confiesas a tu madre, ese sentimiento de deshago. Como si la mano invisible que nos sujetaba el cuello aflojase la fuerza. Era una verdad invisible, aunque por la manera de mirarme de Rose, sentí que ella podía verla, aunque aún no lo supiera. Les tendí una sonrisa mientras abría la puerta de las escaleras y les cedía el paso. Antes de subir les dije el horario de comidas y empecé a subir las escaleras seguida de cerca por el grupo.

-Hay dos alcobas dobles, con vistas al jardín delantero, cama de matrimonio y baño completo propio, ambas con balcón. Son especiales para parejas. Las demás son dormitorios individuales, más pequeños y sin baño. Los aseos comunes están al fondo del pasillo a la derecha, hay uno para varones y otro para damas. Todos los aposentos tienen un guardarropa, un escritorio, una cómoda para la ropa de cama y una pequeña estantería con algunos libros, una televisión y una nevera individual, que cuando hayan escogido habitación llenaré con lo que ustedes deseen del bar y la cocina, así no tendrán que bajar en la noche a buscar algo de beber o comer. La casa puede resultar un poco lúgubre sin la luz del sol. Bien, siéntanse libres de escoger la habitación que más les guste.

-Rose, cielo. ¿Qué te parece esta habitación doble para nosotros? Rose… Nena… ¿Dónde está?

-Probablemente curioseando por ahí – dijo el hombre de la barba – ni que no la conocieras Tom.

-¿Y qué más da? No va a desaparecer estando dentro de la casa. Escoge tú por ella y punto. Yo me quedo con esta habitación.

La repentina desaparición de la señorita Rose me alarmó enseguida, no podía ser que la casa la hubiera reclamado ya, eso era de lo más inusual. Iba a bajar a buscarla, cuando me di cuenta de que la reina se estaba instalando en una de las suites. No es que me importara mucho, pero no me parecía apropiado, teniendo en cuenta que el señorito Tom y la señorita Rose dormirían en la contigua. Teniendo varias habitaciones donde escoger, ¿por qué justo esa? ¿Es que su ego de reina no le permitía dormir en una alcoba de plebeyos?

-Señorita Anna, estos aposentos son muy amplios y todo está pensado para que duerman dos personas… ¿No cree que quizá se sentiría más a gusto en una de las individuales? Si es por el baño común, le puedo asegurar que son tan lujosos y cómodos como los privados, además… – se acercó a mi sonriente, no me había fijado antes, pero en sus ojos brillaba una maldad oscura y fría, calculadora. Tenía los ojos de su demonio. Veía su espalda reflejada en el espejo de la alcoba y entonces lo entendí todo. No era que su demonio la controlara como una marioneta, ella era su propio demonio y la marioneta solo servía como distracción. Podía verla tirada de cualquier forma en la cama, como un disfraz que se ponía para que la señorita Rose no la molestara, para poder salirse con la suya siempre que quisiera. Pero cuando ella no estaba, se mostraba tal cual era. Solo maldad, una como la que no había visto en mi vida.

-Adelaida… Acaba de decir que podíamos escoger la habitación que más nos gustase, ¿no es así? A mí me gusta esta.

-Puedo entender que esta le agrade señorita – intentaba que la voz no me temblara, pero sus ojos azules parecían carecer de calor alguno, solo hielo frío y en el centro un pozo de oscuridad rebosante de víboras malignas, dispuestas a envenenar, matar y devorar a cualquiera que se entrometiese en su camino. No necesitaba a los espejos para ver como la piel alrededor de sus ojos palpitaba en purpura y sus dedos se movían como tijeras afiladas. – Solo he sugerido que quizás en uno de los dormitorios individuales se pueda sentir más cómoda al ser más pequeños y acogedores, además uno de ellos tiene su propio balcón.

-Le agradezco su opinión señora Adelaida – sonó de todo menos con respeto, se notaba la frustración de que no la dejase hacer lo que quería en sus ojos – pero me gusta ESTA habitación. Me gusta que sea grande y espaciosa.

-Pero, señorita yo…

-Déjala Adelaida – la voz del señorito de barba me sacó del trance en el que los ojos de Anna me tenían metida – tiene que quedarse con la habitación grande, si no, no entran ella y su ego. ¿Verdad? Yo me quedaré con esta de aquí – dijo señalado a la habitación que hacía esquina – ¿Te hago una lista de lo que quiero en mi nevera?

-Sí – dije sin apartar los ojos de la reina – hágame una lista y yo me encargaré de llenársela. Si los demás de ustedes también la hacen ya, no perderé tanto el tiempo. Mientras ustedes la redactan y se acomodan en sus habitaciones, bajaré a buscar a su compañera.

Bajé las escaleras con un mal presentimiento en el cuerpo, todo estaba ocurriendo demasiado deprisa y de forma extremadamente inusual. ¿Por qué la casa había escogido a la señorita Rose en vez de a la reina Anna? Hasta yo podía ver la maldad rezumar de sus labios cada vez que hablaba y nunca había visto a alguien tan altanera como ella. ¿Cuál era el defecto que la señorita Rose tenía y que yo no podía ver? ¿Tan horrible era su secreto? No podía ser que ya la hubiera reclamado. Quizá solo la estaba poniendo a prueba. Cuando llegué a la sala de lectura me alarmé al darme cuenta de que la puerta de acceso a mis dependencias estaba abierta. Que torpeza la mía haber dejado la puerta sin llave, ¿o la casa la había abierto por mi guiando de ese modo al ratón hacia su trampa? Me acerqué con sigilo. Todo se hallaba en un silencio mortecino que flotaba en el aire como un velo blanco. Me di cuenta de que en realidad no quería que ella desapareciese. No quería que la casa se la quedase. No tan pronto al menos. No sin un buen motivo más que un capricho por tener una víctima especial que añadir a su colección de almas enterradas. El sol atravesaba con sus cuchillas de luz la puerta acristalada, llenando el suelo de colores. Podía oír el latir de la casa, su respiración agitada, llena de excitación por la sangre nueva que estaba a punto de verter sobre sí misma. ¿Sería ya demasiado tarde? Miré por uno de los cristales rojos. Era como ver a través de los ojos de un borracho. Allí estaba ella, mirando con curiosidad al gran espejo de la sala. Su mano temblaba al intentar tocarlo. Respiraba con dificultad. Se estaba hundiendo en el sueño de esta casa, en su mundo de ilusiones y mentiras. Las damas de los cuadros sonreían diabólicamente, ojos encendidos miraban con deseo desde las esquinas, las puertas de mis aposentos se abrieron, el tiempo parecía haberse parado cuando vi a mi demonio caminar hacía la señorita. Sus ropajes estaban desgarrados e iba dejando un camino de sangre detrás de ella, en su mano derecha llevaba un cuchillo largo que brillaba con la luz del sol, iba mirando al suelo, del moño medio deshecho le caían mechones que le cubrían el rosto. Se acercaba cada vez más y más, empezando a levantar el cuchillo lentamente, como si necesitara que le dieran cuerda para poder mover los brazos. Entonces levanto la vista y en sus cuencas vacías vi el deseo por la sangre y ya no pude aguantarlo más.

-¡Señorita Rose! – Con un asqueroso bufido todo se disipó y yo pude pensar con claridad. Debía apartarla de allí si quería ganar algo de tiempo para poder salvarla.

-Casi me mata del susto.

Me lo creí, estaba pálida y las manos aún le temblaban. Le llamé la atención y como una niña a la que han pillado haciendo algo malo, me pidió perdón, y avergonzada me confesó haber oído un ruido. No me extrañó. Y la intenté tranquilizar diciéndole que la casa era muy antigua y por lo tanto hacía muchos ruidos, que no se alertara por cada uno que oyera. La estaba dirigiendo arriba junto a sus compañeros cuando se paró enfrente del espejo de la salsa de lectura.

-¿Por qué esta pared es tan ancha?

La peor virtud que puede tener una persona curiosa es ser observadora. Es como intentar apagar fuego con gasolina. Sus ojos brillaban con ansias de saber, de que ninguna pregunta se quedara sin contestación. ¿Qué podía hacer? ¿Mentir? ¿Hasta cuándo podría seguir mintiendo? Tenía que ser más lista que eso. Debía sofocar las llamas no avivarlas más, así que decidí contarle la verdad… al menos una parte de ella. La acompañé hasta la planta de arriba, íbamos conversando tranquilas, ella sonreía con cada dato que yo le otorgaba, como si de regalos de Navidad se tratasen; pero al llegar al rellano de arriba su expresión cambió. Algo no andaba bien. De pronto se la veía distinta como si algo la hubiera molestado profundamente. Sentía asco hacia algo que yo no podía ver, hacia algo que no pertenecía a mi hogar. ¿Quizás era por sus compañeros? Apretaba los puños con fuerza. Al querer ser amable con ella su respuesta resultó de hielo, ni si quiera me miró a los ojos, tenía la vista fija en algún punto de la planta de arriba. Le pregunté de todas formas si quería que le enseñase la planta de arriba más exhaustivamente que a sus compañeros, quizás así se distrajera. ¿Qué pasaba con aquella dama? ¿Qué escondían sus ojos fríos e impenetrables? Aceptó y pasé un agradable momento contándole anécdotas y pequeños secretos de este monstruo al que llamo hogar.

Aún no había terminado de enseñarle todo, cuando la reina Anna salió de su alcoba luciendo su larga melena suelta y un vestido transparente de color azul celeste, a juego con sus fríos ojos , que nos miraron sin ver, como si solo fuéramos un mueble más en la casa.

-Me voy a la piscina – anunció casi cantando, iba descalza y su voz sonó como una invitación seductora para los dos varones que todavía estaban deshaciendo sus equipajes. Al no recibir respuesta, su cara se volvió el reflejo del odio, lo que para otros sería motivo de una rabieta o ni eso, en ella era algo mucho más personal. Se comportaba como si le hubieran brindado el mayor de los insultos o como si la hubieran traicionado de muerte. – Bien – dijo por lo bajo y se marchó murmurando y haciendo mucho ruido al bajar.

-Anna es la reina del drama – dijo la señorita Rose al percibir mi cara de asombro – no hay que tenérselo en cuenta, pero se enfada muchísimo si la ignoramos, sobre todo si lo hace Tom, que es su mejor amigo. – Lo decía todo con una sonrisa, pero su tono sonaba cansado, dijera lo que dijese ese comportamiento de la reina le afectaba más de lo que ella quería reconocer. – Ella se pasa el año esforzándose para en verano poder lucir su cuerpo de diosa, supongo que es normal que si te esfuerzas tanto y luego todos te ignoran te enfades un poco.

-Supongo que tiene razón. Yo pertenezco a una época distinta señorita. – Lo cierto es que si podía entender que a la señorita Anna le molestase pasar desapercibida, yo también fui joven alguna vez, pero lo que su cara y sus ojos reflejaban no era un simple enfado pasajero. Parecía más un odio profundo, cargado de rencor y eso sí que no podía entenderlo.

-Pues de joven debió romper muchos corazones ¿no? Aún hoy en día es usted una mujer muy guapa. – No me esperaba ese comentario para nada, hacía mucho tiempo que no me replanteaba si estaba o era guapa, ya hacía mucho tiempo que esas cosas no importaban lo más mínimo. Además cuando me miraba en el espejo solo podía ver la desesperación y oscuridad de mi alma convertidas en un demonio desfigurado rebosante de maldad.

-No tuve muchos novios si es a lo que se refiere. Aunque sí era bastante envidiada y deseada cuando iba al instituto. Creo que tengo alguna foto aún guardada por ahí, si quiere se las puedo enseñar. Incluso creo que tengo alguna de esta casa en su forma original, si es que no las he tirado. Probablemente estén guardadas en algún lugar del ático. – Le sonreí, quizá consiguiera mantenerla distraída con mis historias y alejada de los secretos contados en susurros por las paredes llenas de ojos vigilantes y manos afiladas intentando agarrar al que se acerque demasiado a la verdad.

Deje a la señorita en su habitación y me encaminé hacia el jardín, el día era espléndido para leer un rato. Si es que lo gritos y risas me lo permitían. Iba a ir momento a mis dependencias a coger una sombrilla y el libro que estaba leyendo, cuando me di cuenta de que no oí a la reina Anna y me preocupé, ¿le habría pasado algo? Con lo enfadada que estaba, ¿no se le habría ocurrido hacer alguna tontería para llamar la atención? Fui por la puerta de las duchas, esperaba encontrarla haciendo en el muerto en la piscina para que alguno de los caballeros se lanzase raudo a su rescate, pero no fue así. Estaba sentada en el borde de la misma, con los pies metidos en el agua. Miraba con tristeza su reflejo, el vestido se movía llevado por las hondas que hacía al mover las piernas adelante y atrás, dando la impresión de que una pequeña sirena nadaba entre ellas. El pelo de oro le caía sobre el rostro y los brazos. Por un segundo me dio lástima, tan preocupada siempre por que los demás le prestasen atención. Es el precio por la soberbia, tan perfecta te crees que acabas espantando a todos y al final, aquello que te alimenta, acaba envenenándote.

-¿Qué tiene ella que no tenga yo? – En un principio pensé que estaba hablando conmigo, pero no tardé en darme cuenta de que con quien hablaba era con su reflejo y la sirena que no dejaba de girar alrededor de sus pies – ¿Por qué es ella siempre el centro de atención? Con lo mosquita muerta que es, siempre tan aburrida, siempre tan complaciente y aun así, todos la miran, todos saben quién es. ¿Es por su dinero? Es probable. Quizá si no tuviera ni un céntimo y un padre que gastase hasta el dinero del Monopoly en comprar alcohol y putas, quizás entonces nadie la miraría. Y si yo tuviera lo mismo que ella… – En ese momento la vi sonreír de una manera inquietante, como si hubiera perdido toda la razón y me di cuenta que mientas sonreía de esa forma lloraba, era como si el hielo de sus ojos se derritiera poco a poco, hasta queda blancos y vacíos – si yo tuviera lo mismo que ella no habría nadie que se atreviese a ignorarme jamás, por qué podría destruirlo.

Su manera de decir aquellas palabras tan llenas de rencor me asustó. Había algo en aquella jovencita que no me gustaba, algo que hacía que no pudiera fiarme de ella ni si quiera un poco. Me fui a mí alcoba sin hacer ruido y me quedé allí hasta que escuche griterío. El resto del día lo pasaron en la piscina, riéndose y armando jaleo, rompiendo la perpetua quietud de mi casa. Rose paseó sola por la casa, observando las flores y los insectos, siendo observada a su vez por la casa. Yo estaba sentada en una silla a la sombra tratando de leer el libro; podía verles jugar en él agua, la reina ya estaba más tranquila ahora que tenía a sus súbditos solo para ella. Un rato más tarde vi a la señorita Rose salir del cementerio pensativa, como deseaba que ella no se convirtiera en un de esas lápidas sin nombre. Como deseaba que la casa cambiara de objetivo. Llevaba puesto un vestido largo de color verde, de tirantes pero sin escote, el pelo recogido en una coleta alta que parecía un volcán en erupción e iba descalza, jugando con sus dedos entre la hierba, volví a mirar a la reina. Qué diferentes eran. Ella llevaba un traje de baño que prácticamente la dejaba desnuda, azul, igual que el vestido. En cuanto Rose se acercó los dos caballeros dejaron de hacer caso a Anna, para saludar a la señorita. Ella les saludó con la mano.

-¿No te apetece darte un baño nena? El agua está muy buena.

-Si Rose, se está genial aquí. Ven a darte un chapuzón con nosotros.

-Me encantaría – dijo con una sonrisa – pero no me he puesto el bañador, lo siento. Estaba un poco mareada del viaje y necesitaba que me diera el aire.

-Pues sube y póntelo, anda. Aún quedan unas cuantas horas de sol.

Veía como la reina Anna se ponía cada vez más en tensión. Su demonio apareció flotando en el agua bocabajo, el pelo se movía como algas asquerosas. Entonces empezó a girar lentamente, trozos de espejo se le clavaban una y otra vez en su cuerpo purpura, tintando el agua de la piscina de rojo. Cuando por fin quedó bocarriba un enorme cristal la atravesó en el abdomen, hundiéndola mientras se reía.

-Oye Rose, puedes acercarte un momento, me gustaría pedirte un favor.

La reina se acercó al borde de la piscina con una enorme sonrisa y la señorita accedió de buena gana a consentirla.

-¿Qué? ¿Quieres que de paso que subo te coja un refresco o algo?

-No, no es eso. Solo que… No creo que necesites tu bañador – y dicho eso la agarro por la falda y la lanzó a la piscina entre histéricas risotadas, la señorita Rose se lo tomó con humor, riéndose de ella y dando un golpecito cariñoso al señorito Tom, el único que no se reía era el señorito Christopher.

-Voy a ir a donde da el sol y este a salvo de vuestras bromas – dijo ella echando la lengua, mientras salía empapada de la piscina.

-O… podrías dejar de ser tan aburrida, quitarte la ropa y bañarte con nosotros –le contestó Anna con un tono que sonaba más a reto, a burla, que a una petición de amiga. Los demás la miraron serios, ya no se reían y Rose mostró una mirada triste, pero enseguida volvió a sonreír.

-Si lo hiciera, querida Anna, te quitaría todo el protagonismo y entonces me odiarías para siempre. Valoro demasiado nuestra amistad. – Dicho esto guiñó un ojo y salió corriendo hacia el lateral de la casa, donde el sol pegaba fuerte todo el día. No pude evitar sonreír al ver la cara de Anna, era todo un poema.

-¿Era necesario Anna? – le dijo el señorito Christopher saliendo del agua enfadado.

-Aún por encima de que genero una oportunidad para que vayas a salvarla, o ¿no era eso lo que ibas hacer, pringado?

-Anna, ya basta – le regañó el señorito Tom.

-¿En serio? ¿Tú también? Ah – suspiró asqueada y salió del agua, empujando al señorito Christopher, quien cayó de nuevo al agua junto a su toalla – estoy harta de que la diversión se acabe por culpa de la aburrida de Rose.

-La diversión se acaba por que todo tiene que hacerse a tu puta forma, ¡joder! – Grito el señorito Christopher tirándole la toalla empapada a la reina. – ¿Por qué cojones no puedes aceptar su forma de ser? ¿Por qué tienes que estarla retando a que se quite la ropa todo el jodido rato?

-¡Oh por Dios! Era una puta broma. Joder tío, todos sabemos porque a la encantadora Rose no le gusta que la vean con poca ropa. ¿Y qué? ¿A quién le importa? Debería olvidarse de esas mierdas sin importancia y relajarse.

-A ella le importa puta egoísta. Si quieres que esté relajada, ¿por qué huevos no la dejas en paz? Habríamos conseguido que se dieran un baño tranquila y por las buenas.

-¡Aj! Estoy aburrida de ti. ¿Por qué no vas a buscarla de una puta vez? Si lo estas deseando.

-Vete a la mierda Anna. ¿Vale? Y quédate allí un buen rato, hasta que la mierda se canse de ti y te envíe de vuelta, porque eres insufrible.

Me dolían los oídos de tanto improperio y como ya era algo tarde aproveché para ir hacer la cena, ya había escuchado suficiente. Allí los dejé discutiendo, aunque un rato después volvieron a estar de risas. A las nueve estaba la cena en la mesa. Rose llegó antes de tiempo y me ayudó a poner la mesa, luego se sentó a esperar a los demás.

-¿No cena con nosotros? – me preguntó al ver que me iba a la cocina. Sus modales y amabilidad me conmovieron, en sus ojos veía la súplica de que me quedase con ella y, aunque me habría encantado hacerlo, no podía. Tenía que atender a la casa también, debía mantenerla tranquila ahora que ese acercaba la noche.

-No, señorita. Les dejo disfrutar tranquilos, yo cenaré en la cocina, por si me necesitan para algo. Cuando terminen, por favor, dejen todo como está y vayan a divertirse a la sala o a dormir si lo desean, ya me encargo yo de todo.

-¿Está segura? No me cuesta nada recoger la mesa…

-No se preocupe – no quería sonar tajante, pero no tenía ganas de tener a nadie merodeando de noche por mi casa, prefería que se fueran a dormir lo antes posible.

Me pareció decepcionada. Iba a decirle algo, pero sus amigos llegaron haciendo el escándalo que les caracterizaba, se sentaron y enseguida se pusieron a cenar. Bebieron en abundancia, salvo la señorita Rose, quien parecía algo reticente a embriagarse como los demás. Al terminar la cena se fueron a la sala de ocio, donde siguieron bebiendo mientras jugaban al billar. Yo estaba leyendo en la cocina, cuando la señorita Anna pareció aburrirse de pronto y anunció a viva voz, como la reina que era, que se iba a la piscina a nadar. La decisión no me pareció apropiada escuchando su dicción tan “perfecta”. Me preocupaba que se ahogara y tener a la policía haciendo preguntas y husmeando. La señorita Rose tampoco parecía muy convencida con la idea, lo que generó burlas por su carácter más prudente y tranquilo. Miré el reloj de la cocina con un suspiro, empezaba a estar harta de tanto griterío, ya eran cerca de las doce de la noche y tenía una cita pendiente. Dejé el libro encima de la mesa y cogí una bandeja grande, en la que puse un plato con patatas y pollo, que metí previamente en el microondas para que estuviesen calientes, y otro más pequeño con algo de ensalada, además puse un poco de tarta y algo de beber. Salí por la puerta de servicio y entré en el garaje. Todo estaba oscuro, la única luz provenía de las farolas del jardín y de los rayos de luna atravesando los ventanucos, cortando la noche con sus hojas de plata bruñida. Me senté en una antigua mecedora y esperé. El recinto estaba caliente por haber usado la cocina de leña, era un calor agradable, suave y con aroma a niñez. Cerré los ojos. Oía la mecedora gruñir con el vaivén, “todo en esta casa es tan viejo y quejica como yo”, pensé; el olor a carne asada, a leña quemada, las risas de fondo… Mi alma se desprendió de mi cuerpo y voló en el tiempo, hacía días felices, cuando todo era perfecto… ¿Podría haber hecho algo para evitar todo lo que ocurrió? Veía a mis padres bailar delante de una gran hoguera, mis tíos saltar por el medio del fuego, nuestra ama de llaves trayendo una gran fuente con carne hecha en nuestra cocina de piedra… En nuestra casa… Con nuestra familia riéndose, siendo feliz, ignorando que era lo que estaba a punto de suceder. Nuestra ama de llaves le daba un plato a mi hermanito… tan sonriente, tan puro, tan inocente. La veía cortar más carne encima de una tabla grande de madera, la hoja del cuchillo brillaba con las chispas del fuego, los trozos frescos sangraban, manchando su delantal blanco. La cocina olía a sangre quemada al caer sobre los leños refulgentes. Sangre sobre las manos de mi ama de llaves… Sangre sobre su delantal…. Sangre que caía al suelo de barro y corría entre las líneas de las baldosas hacía mí… Sangre que me subía por mis pies desnudos hacia mis piernas y llegaba hasta mi torso, mi cuello, mi rostro, hasta que solo podía ver sangre por todas partes. ¿Por qué? ¿Por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué todo se torció de esa forma? A mí alrededor ahora todo era rojo y goteaba, el ama de llaves, mis padres, mis tíos… mi hermanito, todos cubiertos de sangre, con sus bocas desencajadas llenas de oscuridad y sus ojos negros, fríos, sin vida, mirándome. En el fuego algo se movía, algo oscuro tomaba forma y me observaba con odio.

-Tú no deberías estar viva – decía la forma deformada – pero no importa, porque estás muerta por dentro. Tú no estás viva en realidad, solo respiras robándole aire a los demás. Eres como un robot que se mueve y saluda, pero que carece de vida. – Me dolía el estómago, viejas cicatrices se abrían en mi cuerpo, pero en vez de sangre, de mis heridas solo salían gusanos podridos y pestilentes. – Dime Adelaida, ¿no preferirías haber muerto aquella noche con toda tu familia? Quizá se pueda solucionar… ¿No crees? – Mi ama de llaves me tendía su cuchillo afilado.

-Vamos querida, únete a nosotros… Acepta el destino que llevas eludiendo tanto tiempo…

Quizá debía hacerle caso, tenían razón yo no debería estar viva, debía ponerle fin a todo este sin sentido…

-¡Qué! – Me desperté sobresaltada, la bandeja temblaba en mis manos, a punto había estado de tirarla. Unos ojos brillantes mi miraban con curiosidad y quizás algo de preocupación, el roce con su piel me había despertado de mi pesadilla, hasta mis recuerdos felices estaban manchados de sangre. Tenía ganas de echarme a llorar. Me sentía tan cansada, le miré y le devolví la caricia – eres tú, pensé que hoy no vendrías. No me mires así, estoy bien, solo un poco cansada. Ten, tu cena. Espero que no esté muy fría.

Le tendí la bandeja y vi en silencio como comía, le hablé un poco, aunque sabía que no obtendría respuesta alguna y lo más probable es que no entendiera casi nada de lo que le decía. Cuando terminó, le di las buenas noches, esperé a que se marchase y cerré la puerta. Al salir, miré a los lados para asegurarme de que nadie me había visto, no quería darle explicaciones de que es lo que estaba haciendo en el garaje tan de noche. Miré por la ventana de la cocina, no vi a ninguno de los huéspedes a simple vista, pero para asegurarme, decidí que lo mejor era comprobar que todos estaban en la piscina. Dejé la bandeja en el suelo y caminé hacia la parte trasera, mi sombra me seguía de cerca haciéndome burla por ser tan precavida, “¿a quién le importa lo que esos metomentodo piensen? ¿A caso no es nuestra casa?”, algo de razón llevaba, era mi casa y tenía derecho hacer lo que quisiera en ella, pero… No quería que Rose tuviera que defenderme otra vez, no quería que ella tuviera que llevar más burlas y carga sobre sus hombros. Si hubiera tenido una hija, si la vida no hubiera quitado esa dicha, me habría gustado que fuera como ella. Cuando llegué me asomé por la esquina, resguardada en las sombras pude ver a tres de ellos, la reina Anna en ropa interior, el señorito Christopher solo con los pantalones y el señorito Tom intentando hacer que salieran del agua.

-Oh, venga Tom, no seas tan aburrido como Rose. A ella le paso ser un muermo pero a ti no.

-Anna, estás borracha, es tarde, armas jaleo y tampoco se trata de que Adelaida nos tenga que echar de la casa, así que ¿podrías hacer el favor de salir de la piscina? Los dos.

-¿Desde cuándo eres tan aburrido? ¿Es que solo el hecho de casarte con ella hace que te conviertas en un plasta? O ¿es que estás celoso de que esté en la piscina con Chris? – dijo nadando hacia él y besándole, luego le colocó las manos en su cintura.

-¡Dios, Anna! ¡Ya basta! Te pones insoportable cuando bebes. –dijo dándose media vuelta. Desde mi posición, no sabría decir si estaba celoso o solo enfadado por el comportamiento infantil de su amiga. – Te lo pido por favor, sal de la piscina y vamos a cama. No quisiera que te pasara nada estado borracha en la piscina y va también por ti Chris. Y no es ser aburrido, joder, es ser un poco responsable a veces, un poco… Inteligente. –Dijo poniendo el dedo índice en la sien, mientras se volvía hacías sus compañeros que le miraban con burla. Se quitó la chaqueta y se la tendió a Anna, esta salió de la piscina y se la puso, le dijo algo al oído y le besó

-Yo no voy a besarte – le dijo el señorito Christopher, que era el más ebrio de todos, creo que ni sabía quién era ni donde estaba, estaba sujeto al borde de la piscina para no irse al fondo. – ¿Me echáis una manita?

Entre los dos intentaban, entre gritos y risas, sacar al señorito de la piscina, yo me fui a la cocina de mal humor, por mi podían ahogarse. Cuando caminaba de vuelta me di cuenta de que la señorita Rose no estaba por ninguna parte. Volvía a mirar, solo para ver como el señorito tiraba a sus compañeros al agua. ¿Estaría arriba? La puerta de servicio estaba entreabierta y el resplandor blanquecino de los fluorescentes se colaba hacía la negrura del jardín, veía pequeñas polillas revolotear hipnotizadas por la luz. Las entendía perfectamente. Caminaba hacia ellas, pensando distraída en el día largo que me esperaba al día siguiente, cuando de pronto una luz se encendió en el segundo piso, provenía de la habitación de la señorita Rose, respiré con alivio, si estaba arriba yo tenía vía libre para poder recoger tranquila las cosas sin preguntas impertinentes. Puse un pie en el umbral de la puerta y me quedé de piedra. Me faltaba el aire. ¿Cómo era posible? Por el rabillo del ojo vi la luz aún encendida. ¿Qué demonios estaba pasando? Volvía mirar hacía la cocina, allí estaba la señorita Rose en el fregadero. Su semblante denotaba que estaba enfadada o preocupada por algo. Me pregunte qué era lo que la atormentaba tan profundamente. Yo vivía dentro de mi secreto, lo protegía y el a mí, pero si me fuera lejos de esta casa, podría descansar, los demonios no me seguirían. Pero el caso de esa muchacha era distinto, ella llevaba su secreto siempre encima, dentro de ella, daba igual a donde fuera, jamás tenía un segundo de descanso. Otra pregunta me atravesó el alma, ¿me habría oído hablar en el garaje? Me entró el pánico. ¿Qué haría si preguntaba? ¿Qué haría si había visto algo que no debía? ¿Por qué tenía que ser tan desobediente? Al verla allí trabajando para no pensar en sus secretos, en sus tormentos internos, para no llorar y fingir un día más que todo estaba bien, me recordó de nuevo a mí y supe que en ella podía confiar. Estaba algo enfadada porque me hubiera desobedecido otra vez, pero al mismo tiempo sentía su bondad al hacer las cosas. Era una buena chica; quizá podía contárselo todo y ella lo entendería, me escucharía, podría dormir tranquila, quizás ella también me contara sus secretos y ambas podríamos descansar. Pero, ¿y si eso no salía así? En ese caso tendría que matarla yo misma y eso sería horrible… Aunque quizás es lo que debería hacer, antes de que averiguara nada, antes de la casa la reclamara como suya, podía reclamarla yo; en mi bandeja llevaba un cuchillo sucio… No sería la primera vez que me veía obligada a tomar esa clase de medidas drásticas…

 

-¡Adelaida! – De pronto Rose me vio y todos mis pensamientos volaron como pájaros de papel por la puerta abierta.

 

No quería que muriera, pero si las cosas seguían así no podía garantizar su seguridad. ¿Por qué no podía estar arriba durmiendo o leyendo? Eso me hizo pensar en la luz que había visto encendida. Las risotadas histéricas de los borrachos se escuchaban con total claridad. Todo resultaba confuso. La casa no suele comportarse así.

 

-¿Decidió cenar en el jardín? – Dijo mientras me quitaba la bandeja.

 

Resultaba amable, respetuosa, educada y muy dulce. En su voz no había curiosidad mal sana, si no, más bien,  interés sincero. Era muy agradable poder estar con alguien así, no es algo muy común entre los huéspedes que vienen a mí hogar. Mentí y le dije que sí había cenado fuera, me puse a ayudarla con la loza, quería cambiar de tema, que no siguiera haciendo preguntas, quería cambiar de tema  a toda costa, por ese motivo decidí reprenderla por su comportamiento desobediente en el tono más suave que pude, tal y como mi ama de llaves hacía conmigo.

 

-Creí que estaba dormida y no quería que mañana tuviera que levantarse y recoger todo este desastre, a mí no me cuesta nada – Lo dijo todo con una sonrisa pero su voz sonaba cansada y triste. –Por cierto… ¿Con quién hablaba?

 

-¿Eh?

 

-Es que me pareció oír su voz en el garaje, a través de la pared y me preocupé, espero que ninguno de mis amigos la haya molestado con sus tonterías. – Me quedé pálida, me había oído hablar y ahora tenía que inventar una buena excusa, algo que zanjase el tema y no provocase más preguntas.

 

– Con un perro callejero. – Fue lo primero que me vino a la cabeza. Un perro abandonado, sin familia, sin hogar y que nunca ha conocido el amor, que me inspira miedo y lástima a la vez, al que he aprendido a querer para no estar sola y que me quiere para no estar solo, al que hablo aunque conteste solo con silencios. Me sentí triste y agotada de la vida de soledad que me había visto forzada a llevar y supongo que la señorita Rose pudo leerlo en mis ojos y por ello no preguntó más. El silencio pesaba como una losa y la tensión de las mentiras contadas sin gracia y a correr nos rodeaba. Veía en sus ojos, que ella podía ver en los míos, que no estaba diciendo la verdad. Pero le pareció bien de momento dejar las cosas así y yo lo agradecí en silencio. Negó con la cabeza, mientras sonreía para sí, “que Anna no se entere, no aguanta los perros”. El tono era de broma, aunque algo me decía que había verdad en sus palabras, le seguí la broma y me sorprendí a mí misma oyendo mi propia risa. Debía de hacer años que no me reía en alto. Estoy tanto tiempo sola, que a veces, cuando hablo, mi propia voz me asusta. Estábamos pasando un momento distendido y agradable, me sentía a gusto con aquella extraña que parecía acariciarme con sus palabras llenas de ternura y suplicar atención de madre con sus ojos llenos de curiosidad, cuando sus compañeros aparecieron entre risas y burlas, mojando todo el maldito suelo que tanto trabajo me había costado limpiar esa mañana, rompiendo aquel vínculo que había entre ambas y haciendo que volviéramos a la realidad de que yo no era su madre ni aquella su casa y que, en seis días tendría que irse y yo me quedaría sola de nuevo. Al ver al señorito Tom acercarse melosos a la señorita Rose, recordé lo que no hacía más que un momento había presenciado en la piscina, ¿tenían algo el señorito y la reina Anna o todo era fruto de alcohol? No era quién para juzgar ni tampoco era asunto mío, pero el cariño que en tan poco tiempo había llegado a sentir por aquella niña de cabellos de sangre, hacía que me preocupase, no quería que la dañaran y menos el hombre con el que tendría que pasar el resto de su vida. Quizá pudiera averiguar algo más, antes de hablar con la señorita y alarmarla de manera tonta.

 

La ropa de los caballeros goteaba en las baldosas haciendo charcos y regueros. El señorito Chris perseguía embriagado a la reina Anna, salpicando los muebles, sin ninguna clase de consideración hacia mi persona. ¿Qué clase de educación habían recibido esos dos orangutanes llenos de licor? Si ponía música de circo, podía cobrar entrada por verlos intentar mantenerse de pie. Era todo un espectáculo. En un momento dado el señorito resbaló y se calló con todo el trasero, me daban vergüenza ajena y a juzgar por la cara de la señorita, a ella también. Al mirar fijamente el agua que había en el suelo, sus risas me parecieron lejanas y difuminadas, sentí que el tiempo se paraba y que esta se tornaba roja como la sangre. “Merecen morir”, pensé para mí misma. Mi demonio estaba sentada en una de las sillas del comedor, observando con asco al señorito chapoteando en el suelo, ensuciando lo que yo tendría que limpiar luego. “Son unos desconsiderados, son unos irrespetuosos. Solo son despojos humanos que han ido a parar a mi casa. A veces siento que mi hogar se ha convertido en el basurero de la humanidad. Todos los seres inservibles acaban aquí y yo y mi casa nos vemos obligados a deshacernos de ellos…” Poco a poco me di cuenta de que ya no era mi voz la que sonaba en mi cabeza, si no la de ella. La de esa cosa asquerosa y repugnante sentada en la silla del comedor, jugando con sus pies descalzos en la sangre que goteaba de las ropas y cuerpos de aquellos individuos, con las horas contadas. Se reían, era lo único que sabían hacer, reírse con sus bocas desencajadas y los ojos desorbitados. Reírse como los payasos que eran. “No es tan difícil. Solo mátalos mientras duermen. Ahórrale trabajo a la casa. ¡Qué hubieran sido más respetuosos! Nadie los echará de menos. Tan solo son despojos.” Miré a Rose, en ella podía ver la misma desaprobación que yo sentía. “Ella no es igual. Ella no merece morir. Por una vez quiero salvar al alguien y no condenarlo”. El ente se levantó enfurecida, tiró la silla contra la pared y todo se llenó de oscuridad rojiza y espesa. Pegó su cara contra la mía, enseñándome sus dientes rotos en punta, olía su aliento pútrido de cadáver en descomposición, veía los gusanos asomar en sus cuencas vacías y en su garganta. “No me retes. Te saldrá caro. Quiero sus vidas y de una forma u otra, las tendré”. Y con eso se disipó y yo pude volver a la realidad del momento. Quería quedarme sola, necesitaba pensar en cómo podía salvar a la señorita Rose cuando ni siquiera era capaz de salvarme a mí misma. Por lo que le sugerí a la señorita que subiera con sus compañeros a dormir, pero ella reusó, “no quiero dejarle todo el trabajo a usted”. Su amabilidad me conmovió, no suelo recibir esas consideraciones por parte de nadie. Veía en sus ojos la súplica de que la dejara quedarse un rato más, que no la obligara a subir aún con ellos. Y yo no pude decirle que no. Como siempre la decisión de la señorita provocó burlas y acusaciones por parte de la reina, que parecía no estar contenta con nada de lo que su amiga hiciera. Y dejando de lado que la reina parecía confundir mi trabajo con el de una esclava a su servicio, me inquietó bastante ciertas acusaciones sobre la señorita Rose, como que todos sabían perfectamente porqué no se bañaba con sus compañeros o que “lo que le había pasado” era muy triste. ¿Qué clase de secretos guardaba es niña en su alma? ¿Qué clase de cosas horribles le habían pasado para que la reina la acusara de esa forma? Quería preguntárselo sin rodeos, que se abriera a mí y así poder salvarla no solo del destino que le aguardaba en mi casa, si no, también de su propio demonio, al cual aún no había visto pero sabía que estaba ahí, escondido, esperando el momento adecuado para salir y envolverla de oscuridad. Yo ya lo había vivido y ahora tenía la oportunidad de evitar que otra alma pasara por lo mismo. Cuando sus compañeros nos dejaron solas y por fin podía hablar con ella, las palabras se me atascaron en la garganta. No era asunto mío. No me incumbían su vida ni sus secretos y no quería perder la poca confianza que tenía de ella. Le sonreí y me puse a fregar los platos en silencio; quería decirle todo lo que sabía, lo que había visto y oído, quería hablarle sobre la casa, sobre mí y mi secreto, pero no pude, no me salieron más palabras que “gracias, señorita. Espero que pueda descansar”. Las lágrimas querían salir y al verla subir, me desvanecí en una silla. Aquella muchacha me inspiraba tanta ternura y al mismo tiempo tanto miedo. ¿Qué debía hacer? Ella parecía estar tan sola como lo estaba yo, pero… ¿Y si me equivocaba? ¿Y si me traicionaba? Mi demonio estaba sentada en la sala de lectura con un libro en las manos, una sonrisa extraña en su boca y los ojos clavados en la puerta de las escaleras.

 

-Ella es especial. Tú lo sabes y la casa también lo sabe. Dices que no quieres que muera, dices que quieres salvarla, pero no la conoces. ¿Y si sus secretos son más grandes de lo que puedas soportar? Ni si quiera yo he visto su demonio aún, ni si quiera yo sé que se esconde tras sus ojos llenos de curiosidad y su voz dulce. Podías haberle preguntado, pero tienes tanto miedo a que mis palabras sean ciertas, que te has quedado callada. – Dejó el libro en la estantería y caminó hacia mí. – ¿Qué pasaría si te equivocas y ella acaba siendo tu perdición? Si la matas o si la dejas morir, ella siempre estará aquí contigo. Ya no importarán tus secretos o los de ella, ni tu pasado o el suyo, siempre estará aquí y tú no estarás sola otra vez.

 

-Sí, tienes razón. Pero no estará viva. ¿Qué es mejor, tener un jardín de mariposas, aunque puedan irse o ser devoradas por una araña? ¿O tenerlas muertas en un cuadro? Sí, ambas están y de ambas maneras se puede admirar su belleza, pero solo vivas se demuestra el amor por ellas. Dejarlas libres, a pesar de los riesgos, y contagiarse de su felicidad es mucho mejor que admirar un cadáver sujeto por una alfiler. Un cadáver que al final solo transmite tristeza y melancolía. Prefiero estar sola el resto de mi vida, sabiendo que ella vuela libre y sonríe y vive, que vivir “con ella”, sin poder volver a ver su sonrisa o sus ojos chispeantes como el fuego. Aquí solo sería un bello recuerdo cubierto de polvo.

 

Me levanté y le di la espalda. Terminé de arreglar las cosas, sintiéndome tonta por no haber sido capaz de hablar con esa niña, por una vez deseaba salvar a alguien y no destruirlo; no quería que la casa la poseyera, no me lo quería ni imaginar. Mientras pensaba en que era lo que debía hacer, empecé a cerrar puertas y ventanas, asegurándome de que todo estuviera en orden. Caminaba sin hacer ruido, deprisa, con ganas de terminar y meterme en cama para fingir que dormía. Al ir a cerrar la puerta trasera, vi en la hierba las ropas de la reina Anna tiradas junto a la camiseta del señorito Christopher. Un calor intenso me subió desde el estómago. Estaba claro que me habían tomado por una criada. Decidí dejarlas allí. No era mi trabajo recoger sus cosas. Cerré la puerta con llave y me dirigí hacía mis aposentos. Notaba la casa cada vez más inquieta, cada vez más juguetona, la estaba llamando a su macabro juego y ella era demasiado curiosa para no caer; se me puso un dolor de cabeza insoportable, como una enorme aguja clavándose en el cerebro. Apagué las luces y cuando abría la puerta de la sala de música, me pareció oír un ruido. El de una puerta abriéndose y cerrándose, pero no escuche pasos algunos, tal cual como si un fantasma estuviera paseándose por mi casa. Entonces recordé que no había cerrado la puerta del ático, suspiré, ¿tanto deseaba la casa a la señorita Rose? Cogí la llave en la cómoda de mi dormitorio. Estaba tranquila porque seguía sin oír nada más, por lo que el ruido podía haber sido un huésped cerrando la puerta de las escaleras. Pero por prevenir, decidí que lo mejor era asegurarme de que todo estuviera bien. Así que me acerqué a la puerta de las escaleras, y cuando puse la mano en la manija fría, antes de que pudiera si quiera hacer el amago de abrir, escuché un chasquido, casi imperceptible. ¿Podría ser de nuevo la casa jugando a las adivinanzas? ¿O sería acaso la señorita Rose, desobedeciendo como parece ser habitual en ella? Me quedé allí. Con la mano en la manija, ya caliente y empañada, mirando la puerta en la oscuridad, escuchando los ruidos, todos y cada uno de ellos, buscando el que no estuviera en su sitio, notando la casa respirar agitada. Abrí la puerta sin hacer ruido, subí las escaleras en silencio, recordando que baldosa se movía, que peldaño estaba hueco, cuantos pasos tenía que dar hasta llegar al ático, para que nadie me oyera. No tenía miedo a las explicaciones, tenía miedo a la represalias. Al llegar arriba no pude creer lo que vi. De nuevo me quedé pálida. Allí estaba ella, pegada a la puerta, mirándola con sus ojos grandes y brillantes. Aceptando la invitación a jugar. Estaba como en trance, movida por lo que la casa le susurraba. Notaba los latidos fuertes en las paredes y la respiración entrecortada. Tuve la tentación de irme, estaba claro que la casa la había escogido a ella y que hiciera lo que hiciera no había salvación posible. Muy despacio empezó a girar la manija y la respiración de las paredes se hizo más agitada y excitada, por fin tendría un juguete nuevo después de tanto tiempo. Se me puso un nudo en el estómago, no quería rendirme así como así, debía intentarlo, ganar un poco más de tiempo. Por lo que mentí y le dije que la puerta estaba cerrada. Ella se sobresaltó, asustando así a toda la casa, que volvió a quedar en paz. Me pregunté qué es lo que hacía que esa chica estuviera siempre tan alerta, tan susceptible. Entre susurros me confió que estaba segura de que arriba había alguien, que había escuchado pasos y que por ese motivo había subido a ver que eran. Algo se rompió dentro de mí al confirmar mis mayores temores. Pero no importaba, había ganado al menos una noche más y eso era lo importante.

 

-¿No cree que lo lógico hubiera sido venir a avisarme?

 

-Tiene razón, pero no quería molestarla por una tontería.

 

-Y si de verdad hay alguien en mi ático… ¿Qué habría hecho? ¿Gritar?

 

-Lo cierto es que he actuado como una niña curiosa, le pido disculpas.

 

Le volví a recordar que en una casa tan vieja como la mía y más por la noche, lo ruidos son algo normal. Le mostré la llave de ático de manera inconsciente, quizá para que si tenía que morir lo hiciera de una forma rápida y no obligándola a tener que pasar por todo el juego de esta maldita morada encantada. Los segundos en los que ella sopesaba la situación y decidía si valía la pena o no satisfacer su curiosidad a esas horas de la noche, se me hicieron eternos. Apretaba la llave con fuerza y suplicaba al cielo que lo dejara estar, que por favor se fuera a cama a dormir, porque realmente, no sabía que podía pasar si abría esa puerta. Me sentía dividida, por una parte no quería oponerme a la voluntad de mi casa, no quería pensar en las represalias si lo hacía, ¿valía tanto la vida de esa niña como para dar la mía a cambio? Pero es que por otra parte, ella me recordaba tanto a mí, a como era yo antes de que todo se torciera del todo. ¿Cuántas desgracias pueden ser soportadas por un ser humano antes de perder la razón? ¿Cuántas lágrimas pueden ser derramadas antes de quedar seco para siempre? Yo lo estaba averiguando en mis propias carnes y no quería que ella también tuviera que hacerlo. Pero al mirarla a los ojos, supe que la decisión final no sería mía, ni tampoco de la casa, si no de ella. Solo ella sellaría su destino. Finalmente entró en razón y decidió volver a su habitación.

 

-No será nada – dijo – usted conoce la casa mejor que yo.

 

-Mañana la revisaré, para que se quede usted más tranquila. Y si necesita algo, no dude en bajar y le haré una tila. – El ofrecimiento era sincero y deseaba que lo viera así. No me habría importado lo más mínimo que hubiera querido bajar conmigo y charlar la noche entera si era necesario. Pero no fue así. Ella no se fiaba de mí y supongo que yo de ella tampoco. Cuando creí que la había convencido volví a bajar las escaleras y me dirigí cansada y triste a mi habitación. Guardé la llave de nuevo, eché el mandilón sucio a lavar y me quedé a oscuras mirando el espejo de reojo. Todo se veía tan distorsionado a través de los ojos de la casa. Hablé con él un rato sin saber muy bien que decir. Me sentía cansada, como nunca me había sentido antes. Las palabras dichas con dolor carecen de sentido para el que las dice y se desvanecen como humo. Tan solo quería descansar. Y así, tumbada de lado, mirándolo y hablando cosas sin sentido, me quedé dormida lentamente.

 

Me desperté muy temprano. Me sentía aún más agotada que el día anterior. Por un momento no recordaba que la casa tenía huéspedes, supongo que porque deseaba que así fuera. El sol de la mañana entraba aún frío por las ventanas, y la sala de música parecía congelada de lo mucho que brillaba, con esa fría luz matutina; caminé descalza por ella y de pronto tuve ganas de tocar el piano, como solía hacer hace muchos años, para despertar a la casa, pero no lo hice, ya no tenía sentido. Abrí las ventanas para que entrara aire fresco. Salí al jardín todavía descalza para sentir la grava en mis pies y luego la yerba húmeda por el rocío. Los pájaros se desperezaban con lentitud. Todo olía a paz y silencio. Me sentí joven y feliz, con el pelo suelto y briznas de césped entre los dedos de mis pies desnudos. Me quedé allí un buen rato con los ojos cerrados, pasando mis dedos por las flores aun dormidas. Luego entré, me duché, me vestí adecuadamente, por dentro y por fuera, y me encaminé a la cocina para preparar el desayuno, volviéndome a sentir vieja y cansada.

Pasé las primeras horas de la mañana ocupada cuidar de la casa y hacer el desayuno de mis huéspedes. Debían ser las nueve o nueve y media cuando escuche los pasos de la señorita Rose en la escalera. Supe que era ella por su manera de moverse casi sin hacer ruido, como queriendo pasar totalmente inadvertida. Me dio los buenos días, respetuosa como siempre, aunque se la notaba más distraída de lo normal, como si viviera en un mundo completamente separado del mío. Me preocupó que siguiera dándole vueltas a lo que había sucedido la noche anterior. Así que procuré ser amable con ella y no sacar el tema. No quería toparme con sus compañeros ya de mañana, por lo que le serví el desayuno y me retiré a la cocina. Pero cuando cruzaba el umbral, su voz sonó como un susurro pidiéndome que desayunara con ella. Se me antojó triste y cansada, como una pequeña niña que necesita un abrazo después de una horrible pesadilla. De nuevo, al mirarla, no pude negarme y me senté enfrente a ella con una sonrisa. “Habría sido una madre horrible”, pensé, “no soy capaz de decirle que no si me pone esos ojos, la tendría completamente consentida” y volví a sonreír. Ella hacía que no me sintiera sola y abandonada. Era obvio que había algo que le preocupada, yo sabía que era por la casa, la había empezado a llamar, como hacia siempre; necesitaba víctimas, necesitaba más almas para sus cimientos. Entonces, con timidez, como si despertase de un largo sueño, me preguntó si había revisado la puerta del ático. Le dije la verdad. Había revisado el ático y cerrado la puerta con llave, dato que omití para que estuviera tranquila. Al principio no pareció muy segura, pero después se animó y me comentó que iría al pueblo a dar un paseo. En su tono de voz, puede ver claramente, que ella tampoco quería estar con sus compañeros esa mañana y me pregunté si habría pasado algo más la noche pasada o solo sería el hastío general, el cansancio de tener que pisar con pies de plomo para no tener que soportar de nuevo la burlas. Su sonrisa hizo que me sintiera cómoda y, al igual que había hecho con la casa todos estos años, la cuidé. De pronto me apeteció hacerlo, fue un impulso materno que hacía tiempo que no sentía, que me llenó el alma y el corazón. A pesar de todo, la seguía notando distraída, mirando a cada lugar de la casa como si buscase algo invisible a los ojos de la mayoria, pero no a los suyos. Se quedó con la vista fija en el gran espejo de la sala, yo lo miré también, y vi lo que ella veía, la casa llamándola, sus fantasmas observando sus movimientos para tenderle una trampa, en la que más temprano que tarde acabaría cayendo. Luego me miró, “¿Usted cree en fantasmas?” La pregunta me hizo gracia, era difícil no hacerlo viviendo en esa enorme casa llena de ellos, pero no podía decirle eso, no quería asustarla, quería que se quedara allí conmigo y tener alguien con quien poder hablar. No escuchar solo mi voz el resto de mis días, por lo que le contesté que yo no creía en esas cosas. Sabía que llegado el séptimo día por la mañana, cogería sus maletas y se iría para siempre, a vivir su vida junto a su marido y sus amigos, que no la vería más; pero, al menos esos pocos días, quería que estuviera conmigo y no sentirme sola. Solo deseaba que se alejase de las paredes, de los fantasmas, de los espejos, que se me mantuviera a salvo de mis recuerdos y secretos, de mi dolor.  Como siempre me ayudó a recoger los platos, agarró su mochila y se marchó sin si quiera esperar a ver quién era el que bajaba las escaleras. No se despidió. No avisó a nadie. Tan solo me miró con complicidad y cerró la puerta con cuidado. No le dije nada, en sus ojos brillaba el deseo de ser libre por un rato, de volar como un pájaro, sin ataduras, ni lastres, ni gritos, risas o burlas, tan solo ella y lo que pudiera encontrar en su camino.

-Adelaida, ¿Es Rose la que se acaba de marchar?

-Buenos días para usted también señorito Tom. Sí, era su prometida la que se acaba de marchar. Quizá si abre la puerta, podría alcanzarla para despedirse.

-No creo que eso sea asunto tuyo, ¿no Adelaida? Si quiere irse, que se marche, me es indiferente, al final siempre hace lo que quiere. Es un mal defecto que tendré que corregir. – Dijo mientras miraba a través de la ventana del recibidor, como su prometida corría lejos de él y por primera vez, puede ver en el reflejo del cristal un atisbo del demonio del señorito Tom, uno de ojos dorados llenos de codicia y dientes largos de oro.

-Tiene toda la razón señorito, no es asunto mío. –Salí de la biblioteca para dirigirme a mi dormitorio, no tenía ganas de pasar tiempo con esas personas.

-¿A dónde vas? ¿Y mi desayuno? – Me preguntó malhumorado, yo miré el reloj que había en la repisa de la chimenea.

-Son las diez y cuarto, señorito. Dije claramente que el desayuno estaría a las nueve y les pedí que no se retrasaran. Así que supongo que tiene manos para ir a la cocina y calentárselo usted mismo. Ya que, a fin de cuentas, nada de lo que a ustedes les pase, es mi problema. Oh, y a ver si es capaz de no dejarme el comedor como un cochiquera, tengo cosas más interesantes que hacer que limpiar lo que ustedes ensucian. Recuerden, que esta es mi casa, no la suya y que yo no soy su sirvienta.

Se quedó allí, con cara de bobo, mirando cómo me iba y cerraba las puertas tras de mí. Realmente yo no suelo ser así de grosera. A pesar de que sé que lo más probable, es que la casa los reclame y desaparezcan entre sus muros, procuro tratar a mis huéspedes lo mejor que puedo. Pero ese hombre, con sus disimuladas mentiras, su falso amor, creyendo que Rose era tan tonta, que no se percataba de nada de lo que la rodeaba, que podía engañarla todo lo que él quisiera… me ponía enferma. Lo cierto es que no tenía nada en su contra, ninguna prueba sustancial, además de mi instinto y sus palabras, pero, para mí, era suficiente y para la casa, también. Notaba su odio hacia esas personas y en especial contra él y, en el fondo de mi corazón, deseaba que le diera su merecido de algún modo; por otro lado, notaba también su preocupación al no estar Rose, estaba claro que la echaba de menos y que se sentía impotente al no poder seguirla para asegurarse de que estaba bien y de que volvería.

Me fui a mi habitación y me tumbé un rato en el diván. Sentía que las paredes se me echaban encima. Como leones feroces, mis pensamientos, mis recuerdos, mis secretos, me acechaban escondidos en las sombras que formaban los ángulos de las paredes; veía sus ojos brillando intensamente en la oscuridad, dispuestos a abalanzarse sobre mí sí me descuidaba. No podía dormir. Ni si quiera descansar. Por una parte, sentía la necesidad de hablar con Rose, de intentar por todos los medios salvarla de esas personas que se hacían pasar por sus amigos, de esta casa que tanto deseaba poseerla, incluso de mi misma, porque en el fondo, yo también la quería para mí, para no estar sola nunca más, para que cuidara de mi secreto cuando yo ya no estuviera; por otro lado, tenía verdadero pavor a que, sí se lo contaba, pusiera en peligro mi casa, mi intimidad, que todo quedara al descubierto, perderle… . Me levanté, me dolía la cabeza, “ya solo quedan cinco días”, me dije a mi misma, “cinco días y se habrán marchado de aquí. Todo habrá acabado. Cerraré la casa para siempre. Ya es hora de que me jubile”. Suspire, eso no iba a ser tan fácil, en cinco días podían suceder muchísimas cosas que yo no podría controlar, como la que estaba sucediendo en ese instante: la casa se movía, respiraba agitada, que Rose no estuviera le provocaba una congoja que hacía tiempo que no notaba. Por la puerta entreabierta, veía la sala blanca brillar con fuerza, casi dolía mirar hacia allí; cuando la vista se me acostumbró, vislumbre el piano dormido. Pensé que quizás, si lo tocaba como antaño, conseguiría calmar su angustia. Caminé despacio hacia él, levanté la tapa y acaricié sus teclas de marfil, que parecían hechas con los huesos de los que allí habían desaparecido. Me senté en el taburete de terciopelo rojo oscuro, que en medio de toda la inmensidad blanca, parecía un charco de sangre recién derramada. Toqué tímidamente una nota, que salió volando por la habitación y travesó él techo. La casa la oyó. Miraba las partituras que ya me sabía de memoria, dormidas sobre el atril, cuando oí unas voces desde la cocina. Al principio no les di importancia, pero cuando empezaron a subir de volumen, decidí ir a ver lo que ocurría. Cerré la tapa del piano y lo dejé seguir descansando, otro día lo despertaría.

Abrí con cuidado las puertas de la sala y avancé sin hacer ruido hasta la entrada del comedor, lo bueno de llevar tantos años en el mismo lugar, es que se me de memoria cada tramo de suelo que hace ruido.

-Es que estoy harto Anna- decía Tom en voz alta – ella siempre hace lo que le da la gana, nunca escucha, es muy difícil mantenerla bajo control y aun por encima Chris no se le despega, ya me extraña que hoy no se haya despertado al oírla.

-Seguro que cuando baje y se entere de que Rose se ha ido sola, se enfadará y decidirá ir tras ella. Pero eso te beneficia Tom, ¿no te das cuenta? Todas las culpas serán para él, siempre lo son, siempre lo han sido y el las aceptará con gusto. No creo que haya de que preocuparse.

-No lo sé, Anna. No creo que haya que llegar tan lejos para conseguir lo que queremos. Ahora mismo le sacamos todo lo que se nos antoja y…

-¡Ya! ¿Hasta cuándo? Tenemos que dejar todos los cabos bien atados… Sé que es mucho trabajo, pero es por nuestro futuro – le dijo cogiéndole la mano ligeramente. – Además, no querrás pasarte la vida cargando con el fracasado de Chris ¿no? Siempre compitiendo por quitarte a Rose, es un plasta.

-Calla Anna, no quiero que nos oiga.

¿A que se estaban refiriendo con eso de que el señorito Christopher cargaría con las culpas? ¿Las culpas de qué? ¿Es que acaso Rose pensaba hacer algo malo? ¿O sería Tom? Yo no soy una cotilla, ni nada por el estilo; cuando viene gente a mi casa procuro ignorarlos lo más que pueda, ya la casa se encarga de destapar sus sucios secretos y hacerles pagar por ellos. Pero esta vez era distinto, esta vez… necesitaba salvar a Rose, me veía reflejada en ella, como si de un espejo se tratase, pero no uno que mostrase el físico, si no el alma. Quería seguir escuchando, pero oí que alguien bajaba por las escaleras. Por lo que sin hacer el mínimo ruido, fui hacia la puerta principal y salí por ella. Al mirar por la ventana, puede ver al señorito Christopher, aún medio dormido. Por la siguiente ventana vi como Anna le hacía señas a Tom para que se callase, estaba claro que fuera lo que fuese el señorito Christopher no debía enterarse. Todo aquello me preocupaba, ¿qué es lo que debía hacer? ¿Dejárselo a la casa? No, no podía hacerlo, ya había escogido a Rose como víctima, aunque también se encargara de esas personas… Rose tendría que pagar un alto precio primero y no estaba dispuesta. Tenía que averiguar más sobre los planes de ellos, conseguir alguna prueba y luego hablar con Rose, eso era lo que debía hacer y no tenía mucho tiempo para poder hacerlo. Estaba apoyada contra la pared, el sol me daba en la cara y su calor me reconfortaba un poco, como si me diera fuerzas para lo que estaba a punto de pasar. Abrí los ojos y pude ver una mariposa, parecida a la que había visto la mañana anterior; se posó en una flor, una rosa roja y simplemente cayó muerta al suelo, su tiempo se había agotado. Una congoja se apoderó de mi corazón, a mí también se me acababa el tiempo. Apoyé la manos en la pared, estaba caliente, y, aunque nadie más pudiera sentirlo, sentía su latido y su respiración, las lágrimas me empañaron la visión, no quería irme aún, no quería dejarle, pero por algún motivo sentía que aceptar a aquellas personas en mi casa, había sido la peor decisión que podía haber tomado y que probablemente fuera la última, tenía que jugar bien mis últimas cartas si quería ganar, puede que yo tuviera que irme, pero esa gentuza no iba a salir con vida de mi casa.

De pronto un golpe y grito furioso me sobresaltaron, ¿qué es lo que ocurría ahora? Miré de nuevo por la ventana y la empujé un poquito, de manera que esta se abriera tan solo una rendija por la que poder oír lo que ocurría dentro. Christopher estaba de pie, con los puños clavados en la mesa, había derramado su taza de café por el mantel, estaba muy enfadado.

-¿Cómo que se ha ido? Es más, ¿cómo mierdas dejas que se largue por ahí ella sola? ¿Y si le pasa algo? Dios, Tom de verdad que no sé qué ve en ti, si te va a dar igual lo que haga, ¿por qué no la dejas libre? ¿Para qué quieres casarte con alguien al que vas a ignorar todos los días? Me apuesto lo que te dé la gana a que ni siquiera sabes su libro favorito o su color. No sabes nada de ella en realidad. Te casas solo por el dinero de su familia, pero dime Tom, ¿vale la felicidad de ella que tú puedas tener tus castillos en el aire? ¿De verdad eso es lo poco que ella vale para ti?

-¿Qué la deje libre? – Dijo Anna con tono burlón – ¿Para qué tú puedas salir con ella otra vez?

¿Otra vez? Eso quería decir que el señorito Christopher y la señorita Rose habían sido pareja. Pero ¿por qué ella rompería con un hombre que se desvivía por vigilarla y protegerla, para salir con otro que la ignoraba y tan solo quería controlarla para que hiciera lo que él quiera? No tenía mucho sentido y eso solo quería decir que me faltaban aún piezas.

-Rose estaba mucho mejor conmigo de lo que lo estará nunca contigo, al menos yo la amaba.

-¿Contigo? Un borracho, un drogadicto. Siempre centrado en tu música. Fumas tanto que apenas se puede respirar a tu lado y ¿te preguntas que vio en mí? Vio a un hombre de verdad, no a un niño llorón, encaprichado de una muñequita. Porque eso es ella para ti Chris, una muñeca, si por ti fuera la tendrías expuesta en una preciosa vitrina donde nada ni nadie pudiera hacerle daño, no vaya a ser que se rompa, pero luego… ¿Cómo la tratabas tú?

-¡Cállate! ¡Tú no sabes nada! Ni de mí ni de ella. Es cierto que no la traté como se merecía, pero eso fue después de conoceros a vosotros, que ella cambió y… todo cambió… vosotros dos me la quitasteis, me robasteis mi vida. Al menos yo quería que fuera feliz, no como tú que tan solo quieres que sea tu marioneta. Que haga las cosas como a ti te place sin tener en cuenta si es lo que ella desea o no.

-¿Te robamos tu vida? – Volvió a intervenir la presuntuosa reina Anna – ¿Qué vida Christopher? Tú nunca has tenido ninguna vida, ni antes ni ahora.

-Tienes razón – dijo Christopher entre lágrimas- yo no tengo vida, porque os tengo que seguir a todas partes para asegurarme de que Rose está bien, tengo que fingir ser vuestro amigo cuando no os soporto, me caéis como el culo, pero me tengo que aguantar por ella. – De pronto levantó la vista y la clavó fija en Anna, en ese instante deba realmente miedo – y te digo una cosa, querida y preciosa Anna, lo voy a seguir haciendo, no me voy a apartar de vosotros ni un instante, no dejare que la lastiméis y en respuesta a tu pregunta, si, Anna, si tuviera la oportunidad la recuperaría esa vez no la dejaría escapar de nuevo, aunque tuviera que matar a todos los hijos de puta como vosotros que se me pusieran en el camino. Me largo.

-¿Vas a ir a buscarla Chris?

– No, Tom. Aunque me parece mal que se haya ido sola porque le podría pasar algo, también quiero que se divierta y si para eso tiene que estar sola un rato, me parece bien.

– Y una mierda, vas a ir a buscarla. No soportas no saber dónde está- le dijo Anna, como intentando exasperarle más de lo que ya estaba.

-Que te den Anna.

Con eso abrió la puerta de las escaleras y subió, cerrando de un portazo.

-Que idiota. No sé cómo se atreve a hablarnos de esa manera, el muy subnormal.

-Déjale Anna, tan solo es un fracasado que no vale para nada. Dentro de poco ya no tendremos que seguir preocupándonos por Rose o por Chris. Tienes toda la razón, no voy a seguir aguantado esto toda mi vida. No es que odie a Rose, es que amo más lo que su dinero puede comprar.

Entonces lo vi claramente. De nuevo reflejado en la ventana se veía al demonio del señorito. Era algo distorsionado, pero podía ver su forma. Un ser alto y desgastado, de largos brazos y largos dedos, con ropas raídas y arañadas. Su cara no era más que una calavera, con cuatro colgajos de piel seca aun pegados al sucio hueso, sus ojos vacíos de toda expresión brillaban con la luz de sol, dorados y muertos. Sus dientes eran de oro y la mandíbula inferior caía desencajada. En la cima de la cabeza había una corona, pero no la llevaba puesta, si no que salía directamente de su propio hueso. Formando picos desiguales de los que colgaban collares de perlas a modo de pelo. Me miró llenó de odio y cansancio.

-Amo el dinero más que cualquier otra cosa. Porque todo lo puedo comprar con dinero, incluso la felicidad.

-Pero no eres feliz. La codicia por tener algo que no te pertenece y que no puedes conseguir te ha consumido – le contesté triste. Que un hombre tan guapo y culto estuviera tan podrido en el interior, era lamentable.

-Eso no es asunto tuyo. Lo único que quiero es dinero para poder tener todo lo que quiera, que nunca me falte de nada.

-No todo se puede comprar – dije dándome la vuelta y volviendo a entrar en la casa, sentía como me seguía con sus ojos tristes y preferí nunca haber visto, que es lo que escondían los ojos mentirosos del señorito Tom. Volví a mi habitación, de camino acaricié de nuevo el piano, pero no lo toqué, sentí que no era el momento apropiado, me tumbé en mi cama y miré el enorme espejo que estaba a un lado. Me sentí vieja y cansada.

Los gritos de los huéspedes me despertaron. Me había quedado dormida con los ojos abiertos. Soñaba que estaba despierta haciendo cosas, me veía a mí misma haciéndolas, pero mi cuerpo seguía tumbado en cama, “estoy demasiado tensa, demasiado preocupada”, me dije a mi misma mientras me arreglaba el pelo sentada en el tocador. Los huéspedes volvieron a gritar. Estaban en la piscina haciendo el tonto. Al mirar el reloj me di cuenta de que debería darme prisa para que la comida estuviera a su hora, que mis huéspedes fueran unos impresentables no quería decir que yo también lo fuera, al contrario, cuanto peores fueran ellos, mejor debía comportarme yo, así me habían educado mis padres. Miré el gran cuadro colgado encima de la chimenea y una gran melancolía se apoderó de mi alma. Las lágrimas, caprichosas como siempre, quisieron salir para recordar el pasado, para intentar corregir algo incorregible, ya que el pasado es una espina clavada sin remedio debajo de muchas capas de piel, no es algo que se pueda arreglar, tan solo olvidar el dolor que produce y añadir capas nuevas cuando las anteriores se rompen y sangran. Respiré hondo, me sequé los ojos con un pañuelo, me coloqué bien el vestido y por encima me puse un delantal blanco que me cubría el pecho y gran parte de la falda, me aseguré de tener bien recogido el pelo y me remangué las mangas, sujetándolas con unos imperdibles de flores doradas; por ultimo me miré en el gran espejo y me dije a mi misma que tenía que ser fuerte. Tenía que salvar a Rose o, al menos, intentarlo.

Me dirigí a la cocina atravesando los rayos de sol que entraban por los ventanales, me pregunté si la señorita Rose habría llegado ya, tenía ganas de hablar con ella, aunque no supiera muy bien que decirle. Volví a escuchar ruido en la piscina y también la cisterna del piso superior, recordé entonces lo mal que lo pasó la señorita el día anterior cuando sus supuestos amigos la tiraron a la piscina, no creí probable que se encontrase allí en esas circunstancias, por lo que subí las escaleras convencida de que me la encontraría allí. Siempre tenía el pretexto de que necesitaba abrir un poco las ventanas para que se ventilara la casa y recoger algo de ropa sucia, en caso de que no fuese ella la que estuviese arriba. Subí rápido y al abrir la puerta del piso superior mi sorpresa fue mayúscula.

-¿No debería estar preparando la comida Adelaida?

-Señorito Christopher, ¿y usted no debería estar en la piscina con sus amigos? – Me miró con mala cara, era obvio que después de todo lo que le había dicho no tenía ganas de estar con ellos de nuevo.

-Paso de esos idiotas, ¿para qué quiero estar con unas personas como ellos?

-No sé, señorito, eso es asunto suyo, pero supongo que la respuesta más acertada es que son sus amigos, ¿no es así?

-Va, no son mis amigos señora. Son los amigos de Rose. Yo hago lo que sea por Rose, incluso soportar a esos dos.

-Lo dice como si tuviera que vigilarla de ellos.

-… . Podría ser. No es que no me fie de ella, es que no me fio de ellos. Me caen muy mal y nunca, nunca he puesto ni un poco de mi confianza en ninguno de los dos.

-Comprendo…

-Realmente, lo dudo Adelaida. Pero, no importa, todo acabará pronto, para todos y entonces Rose verá quien la quiere de verdad. – La cara del señorito cambio en ese momento, no sabría muy bien como describirla, aunque desde luego parecía bastante dolido por lo que Anna y Tom le había dicho antes, veía una gran tristeza en sus ojos, aunque también veía algo más, algo como… ¿odio, quizás? – Por cierto, ¿ha llegado ya Rose? Dentro de poco será hora de comer.

-¿No está aquí arriba, señorito?

-¿Tú la ves?

-No, desde luego no la veo. Pues, que yo sepa, abajo tampoco está. Pero vaya a comprobarlo.

-A eso iba. Y ¿a qué venía aquí arriba?

-No sabía que tenía que dar explicaciones de lo que hago o dejo de hacer en mi propia casa – dije claramente indignada.

-Tan solo me interesaba.

-Ya, bueno, pues si tanto le interesa, quería abrir bien las ventanas para ventilar la casa, hacer las camas y recoger la ropa sucia. ¿Se ofrece para ayudarme?

-¿Seguro que solo venía a eso?

-¿Qué demonios está insinuando señorito Christopher?

-Nada, nada. Pero quizá le apetecía cotillear en nuestras cosas aprovechando que estábamos todos en la piscina o quizás estaba buscando a Rose para algo…

-Usted tiene un grave problema de confianza señorito. Bien si me disculpa se me ha hecho muy tarde, voy a ir a preparar la comida y ya haré las tareas luego a la tarde.

Me di la vuelta y empecé a bajar las escaleras. Aquel muchacho me transmitía una energía que no me gustaba nada, pero aún no sabía decir que era. ¿Estaría borracho? No olía a alcohol, ¿quizá había tomado alguna substancia? Eso explicaría su temor a que revolviera en sus cosas. ¿Qué era lo que ocultaba con tanta vehemencia?

-Oiga, señora Adelaida. Y, si tantas tareas tenía que hacer antes de la comida, ¿qué ha estado haciendo encerrada en su cuarto toda la mañana?

-Sinceramente – dije girándome levemente y sonriendo un poco – sigo sin entender porque le tengo que dar explicaciones a usted de lo que hago o dejo de hacer en mi casa. Así que, si por un casual, decide ser de ayuda en vez de tan solo un estorbo que hace preguntas que no le importan, ¿podría ser tan amable de abrir bien las ventanas de  las habitaciones y de dejarme la ropa sucia apartada en el cesto que hay destinado para ello en su habitación? Se lo agradecería un mucho. – Seguí bajando, sin saber muy bien que era aquella sensación que tenía atrapada en el pecho y que no desapareció hasta que cerré la puerta de las escaleras y no volví a notar sus ojos clavados en mi espalda.

Me pregunté entonces si la señorita Rose estaría en la piscina, viendo la hora que era ya debía haber llegado. Fui a las duchas, desde donde pude observar la piscina, pero para mi sorpresa allí solo estaban la escandalosa reina Anna y el señorito Tom, ni rastro de Rose. Por un momento pensé que quizás lo mejor sería preguntarles si la habían visto, pero no tenía ganas de hablar con ellos y menos sobre ese tema, aunque tampoco me hizo falta.

-¿A llegado ya Rose?

-¿Tú la ves por aquí Chris? – dijo Anna indignada por la pregunta, parecía que no le hacía mucha ilusión eso de que le dieran más importancia a la señorita Rose que a ella.

-Pensé que estaría arriba contigo Chris, pero obviamente me he equivocado. Bueno, ya llegará.

-Como siempre te importa una mierda, ¿verdad Tom? ¿Y si le ha pasado algo?

-Ay Dios, Chris, ¿algo como qué?

-Podría haber ido al bosque y haberse perdido. O quizá se ha dado cuenta de que eres un imbécil y se ha largado.

-Eso implicaría que también te habría abandonado a ti. Otra vez – dijo Anna con malicia y luego se echó a reír.

Desde luego parecía un patio del recreo, niños de cinco años echándose pullas los unos a los otros. Pero lo que había dicho el señorito Christopher me preocupaba, ¿podría ser que la señorita hubiese decidido ir a pasear por el bosque y que se hubiera perdido? Desde luego era muy fácil perderse allí sin un buen guía, muchos ya les había pasado, algunos incluso llevándolo. Pero bueno, ella había dicho que iba a ir al pueblo, así que no creí conveniente preocuparse en exceso. Volví a la cocina y me puse a preparar la comida.

-Oye Adelaida.

-Sí, dígame señorito Tom. En que puedo servirle.

-Hoy queremos comer a las dos en punto, ya sabe, para aprovechar la tarde.

-No hay ningún problema por eso, tendrían que decírselo a ustedes mismos para llegar puntuales. De todas formas, ¿no va a esperar por la señorita Rose? No me parece bien poner la comida en la mesa sin que ella esté presente…

-Pues hoy a la mañana no le importó servirle solo el desayuno a ella, ¿no es cierto? Así que ahora nosotros vamos a comer esté ella o no. No me mires así Adelaida, escucha, ella siempre hace lo que le apetece sin llevar ninguna represalia o consecuencia por sus actos. Es lo que tiene ser hija de ricos, nunca nadie le dice nada, nunca. –Ahora su voz sonaba seria, parecía estar diciendo la verdad, aunque con algo de resentimiento. – Verás, todo eso está muy bien mientras estuvo soltera y sus actos no influían en nadie más, pero ahora Rose se va a casar conmigo y todo lo que ella haga me va a repercutir personalmente, por eso estoy enfadado. Si quiere ir a pasear sola que vaya, pero a menos que tenga la decencia de avisarme, de preguntarme si quiero desayunar con ella o al menos de llevarse el móvil consigo. Yo no soy sus padres, Adelaida, yo no voy a consentir que haga lo que le dé la gana sin llevarse las consecuencias con ella. Por eso, si no llega a tiempo a la comida, comerá frío.

-¿Y cuánto tiempo tiene que pasar hasta que se preocupe un poco por ella, señorito?

-Estoy seguro de que si le hubiera pasado algo, yo lo sabría, lo notaría de alguna forma. De todas maneras si para las tres o cuatro no ha aparecido, entonces empezaré a preocuparme. ¿Le parece razonable así?

-Es su prometida, no la mía. Si para usted está bien a mí me parece perfecto.

-Si eso es así, ¿para qué me preguntas nada? Pero, oye, está bien. No soy tonto, ¿sabes? He notado que ella te importa. Es normal, no veo fotos de familia en la casa, ni si quiera en esa habitación blanca del fondo, no, no he entrado, solo miré por el cristal de la puerta, ayer Rose me contó que tenías un precioso piano y que le gustaría pedirte si podía tocarlo, pero como está en tus dependencias no se atrevía, así que pensé en echarle un ojo para regalarle un igual o parecido como regalo de boda, eso es todo. A lo que iba, no parece que tengas familia y es obvio que ya eres bastante mayor como para tener una propia, por lo que me parece completamente normal que le hayas cogido cariño a Rose. Debe de ser muy duro estar tanto tiempo sola, rodeada por árboles y la esporádica compañía de extraños que te ignoran.

-No sé cómo se atreve señorito – tenía los ojos fríos y llenos de confianza, me miraba como si pudiera escrutar más allá de mi simple apariencia – usted no sabe nada mí, ni de mi vida. Que no haya fotos de mi familia, no significa que no la tenga. Y ¿usted que sabe quién me visita cuando no tengo huéspedes alojados en mi casa? – Le devolví la mirada fría, quería cortarle con ella por su atrevimiento – En el caso de la señorita Rose, sí, le he cogido cariño, es una chica educada y trabajadora, muy distinta de todos ustedes o de cualquiera que venga a esta casa y si lo he hecho do es cariño no es por mí, es por ella. Me da lástima que tenga que soportar a unos amigos y a un futuro esposo, tan desagradables como ustedes, siempre burlándose de ella, martirizándola por ser distinta. Ahora si me disculpa me voy a poner hacer la comida o no estará lista para la hora en la que desean comer.

-Claro, no te molesto más, solo una última cosa. Hablas de la lástima que te da Rose por lo mal que la tratamos, pero piensa en esto, nosotros nunca le pusimos una pistola en la cabeza y la forzamos a ser nuestra amiga, ella lo decidió por voluntad propia, igual que cuando le pedí matrimonio, ella dijo que si, sin ningún tipo de coacción. No somos perfectos, Adelaida, pero Rose tampoco lo es, así que estamos iguales.

-Yo no veo que ella les haga la vida imposible a ustedes – dije sin darme la vuelta.

-Ya, porque lo que Rose hace no se ve a simple vista. Pero, ¿crees que es divertido o agradable estar con una persona que nunca se pone en bikini o se desnuda delante de nadie? ¿Crees que es muy fácil salir a dar un paseo o ir a tomar un café y saber que ella lleva un libro el bolso y se pondrá a leerlo en cuanto se aburra? ¿No te parece un poco desconsiderado que a la mínima de cambio desaparezca de la faz de la tierra y no saber dónde está, salvo por una pequeña nota pegada con un imán a la nevera, y no saber si va a volver en minutos, horas o días? Sí, es verdad, Rose no se mete con nadie, no le gustan las bromas y es una chica más bien tranquila, pero créeme Adelaida, te hace la vida imposible igualmente; a veces hasta desearía que se metiese conmigo, que me gastase alguna broma, en vez de coger la puerta y largarse vete a saber tú a donde, a hacer vete tú a saber qué y sin saber cuándo va a volver.

Se marchó y yo no tuve nada que decir, porque, durante el poco tiempo que había estado con la señorita Rose, podía dar fe de que lo que decía el señorito Tom era cierto. Desde luego, resultaba impredecible e independiente, pero ¿de verdad era por ser hija de una familia adinerada? O ¿habría otra razón oculta dentro de ella? La señorita me recordaba a un gato; incluso cuando son domésticos y les das de comer y los acaricias y los cuidas todos los días, nunca sabes cuándo de pronto decidirán arañarte o simplemente marcharse por una ventana entreabierta y no volver en días. Quizá el motivo que tenía la señorita Rose para comportarse de esa manera era el mismo que tenían los gatos, la necesidad de libertad, de no tener que regirse por normas o de dar explicaciones, la necesidad de tener intimidad y una vida propia, sí, era posible que esa necesidad naciera del hecho de ser rica, pero no por el motivo que el señorito Tom pensaba. Miré la hora, me quedaba muy poco tiempo para preparar la comida, debía darme prisa, así que intente centrarme solo en ello, pero una parte de mí, siguió dándole vueltas al asunto hasta que llevé los alimentos al comedor y por primera vez, desde que habían llegado a mi casa, vi a los huéspedes sentados a la mesa esperado por la comida.

-¿Están seguros de que no quieren esperarla un poco? Puedo dejar la comida en el horno y se mantendrá caliente, tan solo son las dos, podría llegar en cualquier momento…

-De eso nada, así aprenderá a no hacer las cosas por su cuenta –dijo el señorito Tom seriamente.

-¿Todos están de acuerdo con ello? – Nadie contestó, tan solo me miraron, por lo que coloqué la bandeja de carne en la mesa, les mire y añadí – como ustedes deseen. Espero que les guste la comida. –Cuando me iba a la cocina miré hacia ellos y tan solo Tom y la reina Anna se estaba sirviendo, el señorito Christopher parecía un poco más reticente a comer sin la señorita.

-¿Ocurre algo Adelaida?

-No, nada. Si no le apetece eso, señorito Christopher, le puedo preparar otra cosa.

-No es eso, Adelaida, es que pretende esperar a su querida Rose – dijo la reina Anna a modo de burla- seguro que tarda porque a ligado con algún chico en el pueblo –dijo con maldad y se echó a reír – vamos Chris, no me mires así, solo era una broma, además debería parecerle peor a Tom, que a ti, ¿no crees?

-Anna, cállate de una vez, no me des la comida, ¿vale? – dijo el señorito Tom aún más serio que antes – y tú, Chris, comete la comida que Adelaida a preparado, si Rose quería comer caliente que hubiese llegado a su hora. No me mires así, estoy seguro de que está perfectamente, me creo más que haya ligado y que por eso tarde en volver, que el hecho de que le haya pasado algo, si así hubiera sido, yo lo sabría, no tienes de que preocuparte.

-¿Cómo una persona que no la ama de corazón podría notar nada?

-Bueno, Chris, en ese caso habrías sido el que tú hubiera notado algo ¿no? Porque… Tú la amas de corazón, ¿no es cierto? Por eso ella te dejo, ¿verdad? En todo caso no hay de qué preocuparse.

El señorito Christopher tenía los ojos rojos y vidriosos, llenos de verdades que se le clavaban como agujas. Los dientes y las manos apretados para contener un llanto que salía del fondo de su corazón y que aún sin sonido alguno era perfectamente audible para todos. Él la amaba, eso lo tenía claro, lo que me preocupaba era la forma de amarla. Obsesiva. Compulsiva. ¿Sería acaso por esa forma tan cerrada de amor que la señorita Rose decidió dejarle? Estaba derrotado, era una guerra que había perdido desde el mismo instante en el que ella le dio el “sí quiero” al señorito Tom, porque si le atacaba, ella le odiaría y la perdería para siempre, pero si no hacía nada, ella sería feliz con otro hombre que no era él, en otros brazos que no eran los suyos, besando unos labios que no le pertenecían. Hiciera lo que hiciese, ya había perdido. Quería decir algo, pero, ¿el qué? ¿Acaso conocía yo todos los pormenores de aquella situación? ¿A caso había algo que yo pudiera decir que le quitase el dolor o que hiciera que las palabras de Tom fueran menos ciertas o que dolieran menos? Me sentí inútil. No podía hacer nada, hasta que no conociera los detalles, hasta que no averiguase que es lo que había pasado o que era lo que esperaban que pasase. ¿Tenía Christopher la culpa por seguir enamorado, luchado por algo que ya hacía mucho que no era suyo? O ¿la culpa era de Tom? Centrado en sí mismo, deseando que la señorita fuera la muñeca perfecta, con una bonita sonrisa dibujada en la cara y un angelical “sí” pintando con carmín en los labios, vestida de princesa y cogida a su brazo, precioso parajillo encerrado de por vida por un crimen nunca cometido. Pero si iba a buscar culpables a esta situación, había dos señoritas que jugaban papeles muy importantes, pero ¿en el mismo bando o en el contrario? En el caso de la reina Anna estaba claro, Tom era el ganador absoluto, pero la pregunta era ¿por qué? Por qué una chica como ella se había hecho amiga de alguien como la señorita Rose, ¿sería por su dinero? O ¿sería por Tom? Quizá, como una cautelosa y seseante serpiente, intentaba robarle algo de lo que la vida le había negado a ella. De pronto me dio lástima al imaginarla delante de un gran espejo desnuda, llena de inseguridades que intentaba tapar con maquillaje y miradas frívolas; llorando por las noches al sentirse hueca, mirando revistas donde grandes modelos lucen sus perfectos cuerpos, enmarcados en perfectos vestidos, en grandes yates o divertidas fiestas, cosas banales que solo el dinero puede comprar y que no llenan el alma pero si los corazones de los demás con envidia. Pero lo que me más me intrigaba de todo era ¿Qué sabía la señorita de todo esto? ¿Sabía, acaso, que el señorito Christopher seguía amándola así y lo que sufría al estar en esta situación? Y si era así, ¿por qué lo permitía? Miré a Christopher, seguía sentado con la cabeza gacha y los puños cerrados, ¿Por qué la señorita Rose no llegaba de una vez? ¿Por qué se limitaba a huir en vez de parar esta horrible situación? De golpe se levantó de la mesa, miró a Tom con sus ojos rojos y este le devolvió la mirada. Por un instante creí que empezarían a golpes, pero en lugar de eso el señorito Christopher se dio la vuelta en dirección a las escaleras.

-¿A dónde vas?

-Al puto baño. No me he lavado las manos y tengo ganas de mear. –Subió de mala gana las escaleras, aún con los puños apretados y el odio recorriéndole la mejilla. Yo, tan solo me di la vuelta y entré en la cocina. No tenía nada que decir y no quería escuchar nada más. Unos minutos más tarde escuché al señorito Christopher sentarse a la mesa y empezar a comer. La señorita no llegó hasta las dos y media pasadas cuando todos ellos ya habían terminado casi de comer. Discutían sobre qué hacer a la tarde, cuando ella entró, todos ellos se quedaron en silencio. La miraron como se sentaba a la mesa. Nadie la saludó salvo yo. Resignada se levantó y vino hacia mí.

-¿Aún queda algo de comer? – me preguntó con una sonrisa tímida desde la puerta de la cocina. –Siento mucho haber llegado tarde.

-No es a mi quien le debe las disculpas, señorita. – Mi tono sonó un poco más seco de lo que quería, estaba preocupada por todo lo que había pasado esa mañana, me preguntaba si debía contarle algo de lo que había oído; por otro lado también me preguntaba si quizás había juzgado mal a la señorita y resultaba que esta no era tan buena chica como me había imaginado. Que quizás el hecho de que fuera tan independiente si resultase ser una verdadera carga para sus amigos y que los reproches estuviera justificados. Mirando desde el punto de vista de ellos, tener una amiga que nunca quisiera jugar con ellos a nada, que se negara a ponerse un simple bañador o que siempre estuviera ignorándolos, tampoco parecía muy  agradable. La cuestión era, ¿lo hace a propósito o tiene un verdadero motivo para hacerlo? Al mirarla me di cuenta de que la estaba preocupando, por lo que la insté a sentarse y a contarme que había hecho en el pueblo esa mañana. Ambas nos sentamos en la mesa que está al lado de la ventana, es la que uso yo a diario, ya que es el único lugar en el que no me siento observada por la casa y puedo estar tranquila. Desde allí veía el jardín lleno de vida en primavera y en verano, con los colores del fuego en otoño y la lluvia y la niebla tristes del inverno. Desde allí contemplaba el tiempo pasar, como todo cambiaba a fuera, mientras, aquí dentro se había detenido, o al menos, iba mucho más lento. No me gustaba salir, prefería contemplarlo todo así, a través de un cristal que me protegiese del mundo, de sus miradas y sus burlas, aunque ello implicase estar sola con mis secretos y los demonios que habitan en las paredes y se suben al techo y te miran mientras duermes y no hay nada que puedas esconder de ellos, la casa todo lo sabe. Como sabía que Rose acababa de volver, por este motivo estaba revoltosa, como un niño que ha recibido su primer beso, pero de nuevo nadie más que yo lo notaba.

Pasamos un rato agradable hablando sobre lo que había visto en el pueblo y sobre lo que había comprado. Lo contaba todo con un sonrisa en la cara, llena de vida y de alegría, daba gusto tener a alguien así conmigo, aunque solo fueran unos días, me pregunté si sería eso lo que sentiría una madre cuando escuchaba a si hijita hablar, si sería eso lo que mi madre sentía cuando yo le contaba lo que me había pasado en la escuela o en el parque… Aunque, con mi edad casi podía ser más mi nieta que mi hija. Es curioso como todo podría haber sido distinto si algo simple y pequeño que ocurrió, un día cualquiera, de una semana cualquiera, en un mes cualquiera, no hubiera pasado. Supongo que cuanto mayor te haces, más piensas en ese tipo de cosas. Rose, en cambio, parecía vivir la vida sin mirar atrás, sin plantearse qué habría ocurrido si en vez de toma esa decisión hubiera tomado otra. La envidiaba. Pero al mismo tiempo, le tenía cariño, me gustaba tenerla cerca y por ello no fui capaz de preguntarle por su historia con el señorito Christopher o la reina Anna, la dejé terminar de comer y le conté trivialidades sobre lo que había hecho por la mañana, luego la acompañe a la sala, donde estaba sus amigos aun discutiendo y me quedé allí de pie, más que nada para ver si averiguaba algo más o por si la señorita Rose necesitaba algo de mí.

Nada más sentarse en el sillón a lado del señorito Tom, el silencio volvió a reinar de nuevo, esta vez el señorito Tom tuvo la decencia de interesarse un poco por ella, aunque su tono era más de reproche que de otra cosa, ella le respondió de una forma conciliadora, aunque en ese momento me parecía más centrada en el señorito Christopher, como si le importase más su opinión que la del resto, pero ¿por qué? ¿Era por miedo o por cariño? No lo sabía, pero desde luego el señorito estaba muy enfadado can la señorita, mucho más de lo que aparentaba estarlo el señorito Tom. Cuantas más vueltas le daba menos sentido tenía aquella situación, no me podía imaginar la razón por la cual esas cuatro personas, tan distintas entre ellas, habían llegado a formar un grupo. Nadie soportaba a nadie, parecía más una imposición, que un deseo, el hecho de pasar la semana juntos. Pero el caso es que ahí estaban, sentados en los sofás de cuero de la sala, tomando café y discutiendo a gritos. Querían ir al bosque, eso no es algo que me extrañe, la mayor parte de los huéspedes que he tenido, han querido ir, es un sitio precioso y muy peligroso, no sé cuántas personas habían desaparecido ya en él, y cada año el número aumentaba en uno o dos. El motivo principal es que no llevan guía o se separan del grupo, el bosque tiene cientos de años y sus inmensos arboles forman un laberinto del cual es muy difícil salir si no se conoce bien o no se siguen correctamente las indicaciones; además de ello, en el bosque viven animales salvajes, tales como lobos, zorros u osos, que son muy territoriales y por este motivo, también está plagado de trampas para los mismos, dejadas por cazadores para evitar que pasen a las zonas transitadas por humanos, algunas de ellas son agujeros bastante profundos o cepos. Una vez, hace mucho tiempo, un niño que iba a la misma escuela que yo se metió en el bosque para aceptar una apuesta, desapareció durante dos días hasta que un cazador revisó una de sus trampas y se lo encontró allí, afortunadamente vivo, pero no todos corren la misma suerte. Así que, en cuanto oí que querían ir al rio que hay en el bosque, les deje claro que solos no podían ir, que les conseguiría un guía que les llevase, si así lo decidían al final, ya que yo no podía ir con ellos tal como me lo pedían. Me gustaba la idea de que se marchasen de excursión y quedarme sola un rato, pero parecía que aunque las señoritas y el señorito Tom si querían salir, el señorito Christopher deseaba quedarse en casa durmiendo, lo cual tampoco me resultaba un problema y podía usarlo como excusa para quedarme y quizá, son el incentivo apropiado, conseguir que me contase que es lo que había pasado entre la señorita Rose y él. Pero claro, cualquiera le lleva la contraria a la gran reina Anna, ella siempre lleva razón y sus deseos son órdenes para quien la escucha y si tiene que manipular lo hace y si tiene que amenazar, lo hace también. Siempre cortés y agradable, llamándome estafadora por cobrarle por una habitación con ratas encima, metiéndose con mi manera de hablar y de vestir, como si yo le hubiera impuesto a ella ese estilo de vida y amenazándome con una denuncia sin ningún fundamento. Realmente tenían más base las ratas para denuncia que ella, mira que si una baja y viera a la reina Anna, y esta se pusiera a gritar, a la pobre rata podría darle un infarto, podrían denunciarme por maltrato animal. Pero lo que realmente me molestó, fue el hecho de Rose no dijera nada en mi defensa, que simplemente se quedara callada y por las caras de los señoritos, diría que no fui a la única, aunque bien era cierto que ello también tenían boca para decir algo, si así lo deseaban, pero supongo que es más fácil si lo hacía Rose por ellos y era ella la que quedaba como una aburrida que solo sabe regañar. Estaba harta de aquella situación, me sentía muy decepcionada con Rose y muy enfadada con la insoportable reina Anna, por lo que recogí de mala gana todos los enseres del café, los puse sin ningún cuidado en la bandeja y los tiré, con la bandeja incluida, en el fregadero, para marcharme a mi habitación a cambiarme de ropa, si tanto deseaba ir al rio la llevaría al maldito rio.

Cerré la puerta de mi habitación de un portazo, cosa que no me gusta para nada hacer, creo que es del todo vulgar y de personas malcriadas, por lo que enseguida me arrepentí. La casa estaba muy intranquila, algo que no me ayudaba a relajarme, se notaba que tampoco le había parecido bien la manera de hablarme de la reina. Para mis adentros pensé que era algo bueno, así quizá se centraría ahora en ella en vez de en la señorita Rose. Respiré hondo, todo tenía su lado bueno, al ir al bosque con ellos, así tendría la oportunidad de pasar la tarde con ella y preguntarle por aquella complicada situación. Me temblaban las manos, hacía mucho tiempo que alguien no me trataba con tamaña falta de respeto, mi demonio estaba sentada en la cama mirándome y riéndose. La ignoré. No quería oír lo que tenía que decir, que la señorita Rose un hubiera dicho nada no significaba que debería morir. Sus razones tendría, estaba segura. Estuve un rato dando vueltas por la habitación hasta que conseguí calmarme y entonces me acordé de las tazas de café, suspiré, aquello tampoco había sido de una persona con buena educación, ¿Qué habrían dicho mis padres si vieran como me había comportado? Prefería ni imaginarlo. Volví a la cocina para, al menos, dejar colocada la loza, pero cuando llegué vi que alguien ya lo había hecho por mí, casi me dieron ganas de llorar, hacía mucho tiempo que nadie tenía tales cortesías para conmigo. Cuando volvía a la habitación me di cuenta de algo más, la ventana de la cocina estaba sin él pestillo. Sabía que no había sido yo y a juzgar por la situación, solo se me ocurría una persona que lo hubiera hecho, la misma que había colocado la loza, esa gatita curiosa que no era capaz de obedecer. Entonces vi claro su plan, el motivo por el cual no había salido en mi defensa, necesitaba que yo no estuviera en casa para averiguar los secretos que ésta guarda en su interior, aunque cerrara de nuevo la ventana, ella buscaría la forma de entrar y la casa se la mostraría. Ya era demasiado tarde, la habían reclamado.

Cerré de nuevo la puerta de mis aposentos, esta vez como si pesase una tonelada. Desde la pequeña salita podía ver por la puerta entreabierta el gran espejo de mi habitación, portal a otros mundos llenos de fantasmas del pasado, remordimientos en forma de llantos y goteras de sangre. Todo se veía distorsionado desde la visión de los espejos, porque mirabas a través de los ojos vidriosos, llenos de lágrimas de odio y rencor de aquellas almas perdidas para siempre entre las paredes, y si observabas con atención podías verlo a él, el demonio que todos llevamos dentro, aquello por lo que tenemos secretos que jamás nadie debe conocer. Yo le veía en aquel momento, me miraba, sabía porque, solo existía un motivo, quería a Rose, toda la casa la reclamaba, era hora de que pasase a formar parte del otro mundo, del mundo de las paredes, detrás de los espejos. Sonreí con amargura, no podía resistirme a la voluntad de la casa o yo tendría que ocupar su lugar y pagar por mis pecados, es el único motivo para traer huéspedes a la casa cada año, para que paguen mi deuda. Me desvestí sin ganas, bajo la atenta mirada de aquel demonio escondido tras el espejo, aquel que conocía todos mis secretos y por ello me castigaba de esa manera, o ella o yo, no era una decisión sencilla, pero si obvia. Escogí del armario un atuendo apropiado para la excursión, algo que me ponía hacía mucho tiempo para ir a montar a caballo con mi esposo, las lágrimas recorrían los surcos de mis arrugas y hacían cosquillas, se me iba la vida en ellas. Quizá podía fingir que me sentía mal y quedarme en casa, seguro que entonces el señorito Christopher también optaba por quedarse y yo ganaría al menos un día. Salí decidida de la habitación, pero me paré en seco, el demonio seguía allí.

-Es verdad – dije – aunque se lo contara todo, no me creería, no tiene motivos para hacerlo. Iría corriendo a la policía o a contárselo a sus compañeros. Y entonces mi secreto saldría a la luz y ya no me quedaría nada. No puedo hacerlo. Pero si te la entrego – cada vez hablaba más bajo y las lágrimas espesas llenas de remordimientos por algo que aún no había pasado, pero que inevitablemente iba a pasar, formaban charcos en mi piel o se quedaban colgando del mentón para luego suicidarse tirándose al vacío y estrellándose contra el suelo de madera, quedando sus restos esparcidos por el mismo – si te la entrego, entonces, ella también será mía para siempre, por que vivirá aquí conmigo, estará por toda la casa y nunca más estaré sola. – Sin darme cuenta me había acercado al espejo y cuando levante la vista pude ver mi rostro desfigurado, con una sonrisa macabra en la que se veían mis dientes afilados y por ojos cuencas vacías, llenas de oscuridad por las que se asomaban gusanos blancos que recorrían mis mejillas y caían al suelo, para revolcarse en los restos pútridos de mis lágrimas. Mi pelo revuelto, parecía telas de araña llenas de polvo y mis manos, las garras de un ser del averno, con afiladas uñas y los huesos clavándose en la piel. Se reía a saltos, como si llevase cuerda, y la cabeza torcida, se movía a trompicones.

-Nunca más estaré sola.

Y con una sonrisa en mis labios, salí de la alcoba, caminé por la blanca habitación, y me senté en la biblioteca, dándole la espalda a mi demonio que no dejaba de reír, “nunca más estaremos solas”.

-¿Se encuentra bien Adelaida? – La señorita Rose me miraba desde la puerta de las escaleras, llevaba unos pantalones cortos rosas y una camiseta negra de manga corta y esta vez llevaba el pelo recogido en un moño despeinado, se había maquillado un poco y me sonreía con cariño.

-¿Qué? Ah, hola señorita Rose, está muy guapa. Sí, estoy bien, tan solo algo cansada.

-Usted también está guapa, ¿monta a caballo?

-Hace siglos que no, señorita. Ahora mismo mis caderas no lo soportarían. Pero antaño era un deporte que me encantaba practicar. ¿Y usted, señorita? ¿Sabe montar?

-Sí, mis padres me compraron un poni por mi sexto cumpleaños y un caballo cuando cumplí los quince. Fue una de las cientos de clases particulares a las que me enviaron para que no me sintiera sola.

-¿Y funcionó?

-Claro que no – dijo el señorito Christopher terminando de bajar las escaleras – estaba sola igual, solo que en vez de en casa en las caballerizas, pero era lo mismo. Pero eso sus padres nunca lo han entendido, piensan que con regalos y caprichos todo se arregla. No les aguanto.

-Comprendo. Siento la pregunta.

-No te disculpes Adelaida, eso son cosas del pasado, ahora Rose no está sola, ni lo va a volver a estar, ¿verdad nena? – Tom la beso cariñosamente en los labios – Solo es que Chris es un poco rencoroso, si alguien le hace daño a Rose él no se lo perdona, es tal cual un hermano mayor.

-Ya vale, por favor. ¿Y Anna?

-Está arriba duchándose.

-¿Aún? Dios mío, creo que podemos echar unas partidas al billar. Esto, ¿se apunta Adelaida? Ya que la hemos arrastrado y ahora le toca esperar, creo que es lo mínimo. Además, así seremos pares.

-Si a ninguno de ustedes les molesta, claro que acepto, antes de estar aquí esperando, ¿creen que tardará mucho en bajar? – Miré el reloj de la sala, eran las cuatro pasadas e ir al rio llevaba por lo menos una hora ir y otra volver, más el tiempo quisieran estar allí – si no baja pronto, no me dará tiempo a venir para que la cena este a su hora. No tengo ganas de poner a cocinar muy tarde.

-Lo entiendo, seguro que no tarda mucho – contestó la señorita Rose no muy segura de lo que acababa de decir, los señoritos la miraron y pusieron los ojos en blanco, ya sabía lo que eso quería decir, la reina Anna iba a tardar una eternidad. Y así fue, hasta las cinco su majestad no se dejó ver. Supongo que ya no cabe decir que mis atuendos le gustaron tan poco como a mí su falta de respeto, aunque esta vez la señorita Rose si intervino. Estaba claro que se sentía culpable por lo de antes y por lo que estaba a punto de hacer. Pero la falta de respeto que mostraba la reina Anna era intolerable. Sí, la casa había escogido a la señorita Rose, pero Anna no se iba a librar, aunque tuviera que matarla con mis propias manos. Mi demonio se reía tan alto que el espejo retumbaba.

-Sí, esa arpía vestida de ramera, que me humilla burlándose de mis atuendos castos que tapan mis carnes de miradas indeseadas, va a morir. Morir. Morir. – Repetía el demonio, cada vez más llena de ira.

-Y será la última – añadí dentro de mí – ya no voy a acoger más huéspedes en mi casa. Estoy cansada de tanta sangre y dolor y fantasmas que me atormentan de noche. – Eso último no le gustó nada, se enfadó y gritó, atravesó el espejo y vino hacia mí, me rodeo con sus brazos fríos y me susurró al oído

-Eso ya lo veremos.

Por fin nos pusimos en camino y, a sabiendas de que no iba a disponer de tanto tiempo como yo pensaba en un principio, intenté sonsacarle a Rose algo de información sobre su relación con sus peculiares compañeros. No obtuve mucho, no al menos nada que me sirviera para esclarecer mis dudas, lo único que me quedó claro es que el señorito Tom y la reina Anna, no son más que dos acoplados, vieron que la señorita tenía dinero y se le pegaron como sanguijuelas, pero en el caso del señorito Christopher, el cual miraba de vez en cuando hacia atrás para asegurarse de que seguíamos allí, él siempre había estado con la señorita, por lo visto desde niños, así que no me extrañaba lo más mínimo que para Rose la opinión del señorito fuera mucho más importante que la de sus dos compañeros. Tampoco quería extralimitarme en mis conjeturas o mis consejos, no quería que se cerrara en banda, aún no había conseguido saber qué papel jugaban los dos en todo este asunto y porque motivo ella decidió cambiar a Christopher por Tom. Esa iba a ser mi siguiente pregunta, ya que era una de las cosas que más me intrigaban, pero, desde luego, era algo que tenía que preguntar con mucho cuidado, para no abusar de la confianza que la señorita estaba teniendo para conmigo. Estaba a punto de formularla cuando la reina Anna, como no, se metió de lleno entre los arboles porque había visto no sé qué cosa, eso era algo muy peligroso por las trampas, el único sitio seguro era el sendero marcado en los árboles. Lógicamente le regañé, no sé dónde tiene el cerebro esa niña, pero ella me contestó que si el sendero estaba marcado en los árboles para necesitaban de un guía, añadiendo que tan solo un “lerdo” se perdería, después de recordarle que ella misma se había salido del sendero, a lo que ella se puso de morros a punto de gritar, le enseñé dos marcas casi idénticas, una para los senderistas y otra para los cazadores, tan solo se diferencian en el color, por lo que si uno no conoce bien las señales escritas en los árboles se puede confundir fácilmente y perderse, eso sin mencionar que la lluvia y el propio crecimiento de los arboles deterioraban las señales y algunas era fácil pasarlas por alto si no se conocía bien el camino.

-Está bien, de acuerdo. Deja de soltarnos el rollo y vamos, quiero llegar de una vez al rio. Y si tan fácil y peligroso es perderse, ¿no deberías ir en la cabeza del grupo, en vez de estar de cháchara? Creo que no te pagamos para eso – dijo con una sonrisa y haciendo un gesto con la mano cediéndome el paso hacia el principio del grupo.

Me pregunté si era posible que esa niña naciera más insufrible. No me quedó más remedio que dejar a la señorita Rose atrás para contentar a la reina, no fuera a ser que le diera una pataleta y tuviera que ponerle el chupete. Con una sonrisa lo más amable que pude me puse en cabeza y comencé a caminar en silencio, tendría que posponer la charla para cuando llegásemos al rio, quizás allí tuviese la oportunidad de quedarme asolas con la señorita y así entender que era lo que estaba pasando, no me quedaba mucho tiempo, la casa ya la estaba reclamando, podía oír su voz desde donde nos encontrábamos, podía sentir su ira porque me llevaba a su víctima lejos. Ya estábamos llegando al rio, los había llevado por la senda más larga, no solo por el placer secreto que me producía escuchar los quejidos de la reina sobre lo mucho que le dolían los pies, sino también para intentar evitar que nadie tuviera la tentación de volver a la casa furtivamente, sonreí para mí, pensando que había sido un buen plan, que había conseguido burlar a la casa. Miré hacia atrás y cuál fue mi sorpresa al notar que la señorita Rose había desaparecido, busqué con la mirada mientras le señalaba al resto del grupo que si seguían por el camino, unos metros más adelante estaba el rio, nadie más parecía haber notado la desaparición de la señorita, pero aun así no me preocupé, tan solo me sentí estúpida por no haber vuelto a cerrar la ventana con pestillo, le había dado una ventaja considerable a la casa, había confiado demasiado en mi misma y ahora tendría que pagar las consecuencias. Escuché a Anna quejarse de lo fría que estaba el agua y pocos segundos después gritarle a Tom que la dejase en el suelo y el sonido del agua al tirar a la reina dentro del rio, también oía la risa medio apagada, sin ganas del señorito Christopher y luego decir que se iba a la sombra a dormir un rato. Ninguno noto que la señorita Rose no estaba por ninguna parte. Deshice mis pasos unos metros, solo para que la tristeza volviese a mi alma, no pude evitar que una lágrima llena de ira recorriese mi mejilla, en uno de los árboles había una marca hecha con tiza, había marcado el camino para poder volver ella sola y no perderse. Había oído la llamada dulce de la muerte, quien la había guiado hacia sus fríos brazos. Clavaba las uñas en la corteza del árbol, me dolía, pero no me importaba, tenía que hacer algo y tenía que hacerlo rápido.

-¿As visto a Rose, Adelaida? Hace un rato que la busco, pero no la encuentro por ninguna parte. ¿No sabrás donde está, verdad?

-Señorito Christopher, me ha… me ha asustado – dije seria y algo nerviosa, que podía hacer, ¿decirles que había desaparecido? Eso provocaría tener a la policía husmeando y aún tenía tiempo de salvarla, aún podía evitar que se perdiera entre los cimientos de la casa para siempre, estaba segura. Había cerrado bien el ático, por allí no podría llamarla, así que tendría que guiarla por otro lado y eso le llevaría un rato, además conocía bien bosque, podía coger un atajo, tardaría la mitad de tiempo en llegar a buen paso… aún podía salvarla, solo necesitaba un poco más de tiempo, debía inventarme un excusa.

-¿Y bien? ¿Sabes dónde está? – La manera que tenía de mirarme me perturbaba, no parecía en absoluto el chico amable de siempre. Como antes en la casa, me pareció que había algo en sus ojos que no encajaba, un secreto horrible, pero del que él se sentía muy orgulloso. – Yo creo que se ha perdido. A veces es un poco despistada, nada grave, pero aquí, en este sitio que no conoce, rodeada de árboles, todos casi iguales, solo un experto que conozca el lugar podría vagar sin perderse, ¿no es así? – Su manera de mirarme me ponía nerviosa, de alguna forma sentía como si pudiera leer a través de mí, eso hizo que me quedara en blanco, no sabía que decirle, al fondo podía oír a Tom y Anna reír y jugar, ¿acaso no se daban cuenta de que su compañera había desaparecido? ¿O acaso creían que estaba conmigo y con el señorito Christopher? Todos, se comportaban de forma rara y yo tenía que conseguir pensar rápido.

-Hace un buen rato que no la oigo, temo, que al ir última, se haya separado por algún motivo y que se haya perdido. – Tapé con la mano la señal del árbol – Pero no creo que esté muy lejos, ¿qué le parece si la buscamos? – Intenté ser amable, pero estaba nerviosa, aquella manera de mirar que solo tenía cuando se trataba de cosas que tuvieran que ver con la señorita Rose.

-Está bien, tienes razón, seguro que no anda muy lejos, iremos a decírselo a Anna y a Tom para que ellos también ayuden a buscar. Vamos.

Caminé detrás de él, me temblaban las manos, no tenía tiempo que perder, necesitaba volver a la casa e intentar salvar a la señorita Rose, los pensamientos se me acumulaban, ¿y si llamaban a la policía? ¿Y si la señorita se había perdido intentando volver a casa? ¿Y si yo no llegaba a tiempo? Demasiadas posibilidades y muy poco tiempo para razonarlas. Al llegar a la rivera del rio, el señorito Christopher les contó que no encontrábamos a la señorita por ninguna parte, que debíamos buscarla entre todos antes de que fuera demasiado tarde, pero en vez preocuparse, ambos se echaron a reír.

-Pero, ¿qué dices Chris? – Dijo Anna aun riéndose – ¿A caso no quedó claro esta mañana lo independiente que es Rose? Tú deberías saberlo mejor que nadie.

-Anna tiene razón, Chris, estará por ahí dibujando, esperando que alguien vaya corriendo a buscarla.

-Y cuando vea que nadie va a por ella se enfadará y volverá a casa, cuando lleguemos nos la encontraremos leyendo libros en la biblioteca. Ella es así de “divertida”.

No me podía creer lo que estaba oyendo, por un segundo olvidé que el tiempo me apremiaba. Nada tenía sentido, allí estaban delante de mi aquellas personas que decían ser sus amigos, las personas que ella había escogido como su familia, para compartir risas y lágrimas, pasaban de ella, ni siquiera se preguntaban dónde estaba o si estaría bien.

-¿Están mal de la cabeza? Su amiga desaparece y ¿ustedes no hacen nada? ¿Simplemente van a esperar a ver si aparece por arte de magia? ¿Y si le ha pasado algo a la señorita Rose?

-Óyeme Adelaida, no creo que tengas ningún derecho a decirnos lo que podemos o no podemos hacer. Hablas como si conocieras a Rose mejor que nosotros y no es así, ella está perfectamente – dijo el señorito Tom con aires de superioridad – venga Chris, olvida lo que esta paranoica dice y vamos a pescar.

-Mira Tom, tú puedes hacer lo que te dé la gana como de costumbre. Por mí como si te pescas el jodido rio entero, pero yo voy a ir a buscarla.

-Por supuesto, Christopher el héroe, solo te hace falta la capa – dijo la reina Anna y se echó a reír, cogió al señorito Tom del brazo y se lo llevó de vuelta al agua.

-Mira Chris, si te quedas más tranquilo daremos una vuelta por la orilla del rio ¿vale? Además nos quedaremos por aquí cerca por si aparece, hasta pondré música para que tenga algo por lo que guiarse… ¿Qué te parece mi idea?

-Me parece que eres un capullo que no se merece casarse con una mujer como ella y que visto lo visto está más a salvo en el bosque perdida, rodeada de animales salvajes y trampas, que con vosotros.

Estaba totalmente de acuerdo con el señorito Christopher, solo se equivocaba en una cosa, que la señorita Rose no estaba perdida en el bosque, dentro de un rato estaría perdida en un lugar mucho peor.

-Está bien, no tenemos tiempo que perder. Ustedes quédense aquí si así lo prefieren. Señorito Christopher, ¿por qué no investiga la zona de la orilla del rio? Yo iré por el sendero de los cazadores, que es más rápido y así llegare enseguida a la casa, por si acaso ha vuelto sobre sus pasos. Volveré enseguida para guiarles de vuelta.

-Espera un segundo Adelaida.

-¿Si, señorita Anna? ¿Desea algo de la casa ya que voy para allá?

-No. Tengo una pregunta, ¿había un camino más corto para llegar aquí? Y siendo así, ¿por qué demonios nos ha traído por el camino largo?

-Hay muchos caminos, señorita. Les he llevado por el más fácil de transitar y el más seguro. Los demás están en desuso o están llenos de trampas. ¿Habría preferido llegar antes pero solo con media pierna? – Dicho eso me di la vuelta y me encaminé hacia el sendero, el señorito Christopher soltó una risotada y se encamino por la orilla del rio.

Caminé deprisa, sabiendo que ya había perdido demasiado tiempo, que quizás llegaría tarde y tan solo encontrase sus pertenecías y nada más de ella. No tardé mucho en llegar a la casa, abrí la puerta del garaje y entré en la cocina, allí vi su mochila tirada debajo de la ventana medio abierta. Unas nubes oscurecieron por un momento el cielo, creando sombras juguetonas en cada rincón de la casa, notaba los fantasmas relamiéndose los labios, tan solo con pensar en el sabor de la sangre de su víctima. ¿Podría ser que de verdad hubiera llegado demasiado tarde? La puerta de las escaleras también estaba abierta, subí apresuradamente las escaleras, el corazón lo llevaba en una mano, casi no podía respirar. ¿Estaba segura de haber cerrado la puerta del ático? Realmente no me importaba mucho que Rose subiera, lo que me preocupaba es lo que pudiera bajar. Solo los peores demonios son capaces de vivir en la oscuridad, rodeados de susurros y secretos, llenos de odio y dolor. Las manos me temblaban cuando llegué arriba y así el pomo de la puerta, solo para comprobar con alivio que seguía cerrada. Pensé que lo mejor sería recorrer las habitaciones, quizás al ver la que puerta estaba cerrada se hubiera rendido, pero en ese momento escuche un ruido que provenía de mi dormitorio. El terror me volvió a saltar, no podía ser. Bajé las escaleras lo más rápido que pude y me adentré en la habitación blanca, llena ojos que me miraban desde las oscuras esquinas. El sol había vuelto a desaparecer. La casa entera reía. Había llegado demasiado tarde. Desde el umbral de mis aposentos pude observar claramente a la señorita, había tirado un taburete y tropezado con el marco del espejo, pulsando el interruptor que abría los secretos de mi casa. El olor a muerte era palpable en la habitación. Ella asomaba la cabeza tímidamente por el pasadizo abierto, ni si quiera notaba que yo estaba allí. Las lágrimas recorrían mi mejilla, me quemaban la piel, llenas de remordimientos por cada error cometido, por cada gota de sangre derramada por mi culpa. Para seguir viva tenía que hacer sacrificios, pero ¿valía la pena? ¿Qué pecado había cometido Rose? ¿Valía su vida el precio de la mía? Debía detenerla, aún estaba a tiempo, la cogería de la mano y le explicaría todo, eso es lo que debería haber hecho, pero…pero no pude. El miedo a quedarme sola, a perderlo todo…miedo a mis propios secretos. Desde el espejo mi demonio me saludo.

-Empújala – dijo con una sonrisa – hazlo o él vendrá a por ti. Es lo mejor y lo sabes – de sus labios caían gusanos putrefactos, veía como su mano huesuda se levantaba y acercaba a la espalda de la señorita. – Nunca más volveré a estar sola, ella vivirá aquí conmigo…para siempre.

Cuando me di cuenta la había empujado y cerrado la puerta. Mi demonio reía histérica desde el espejo. Me quedé allí mirando aquella abominación. No solo mi reflejo estaba corrompido, también toda mi habitación. Se veía raída, muy vieja y descolorida. En las paredes aparecían manchas oscuras y pegajosas cada vez más grandes, hasta que toda la estancia se tiñó de rojo. De entre las tablas del suelo empezó a borbotear lo que, sin duda, parecía sangre, solo que muy espesa, llenando cada vez más y más el pavimento, hasta que el asqueroso líquido le llegó a los tobillos a mi “yo”, quien salpicó el espejo dando un pequeño saltito, como si de una niña pequeña chapoteando en un charco se tratase, luego se echó a reír de nuevo, mientras detrás de ella salían espectros, de ojos brillantes y manos largas y afiladas. Estaban por todas partes, en las esquinas, debajo de la cama y de detrás de los muebles. Se reían. “Una más para la colección, él estará contento”, decían. Me sentía triste. Me dolía el estómago. Tenía nauseas. Sentía que mi vida debería acabar lo antes posible.

-¡Deja de reírte! ¡Yo no soy tu! ¡Tú no eres mi reflejo! Me… me das asco…

-Demuéstralo… – dijo con voz seseante mi “yo” – déjala libre… aún estás a tiempo de volver a abrir el espejo… ¿no?

Tenía razón, aún podía liberarla. Se lo explicaría todo. Ella lo entendería. La sangre seguía subiendo, ya le llegaba por la cintura.

-¿Qué decides? – su sonrisa me daba cada vez más nauseas. Todos esos gusanos en su boca… – Vamos, no queda mucho tiempo. Él viene.

Entonces oí un ruido fuera de la casa, como un golpe. Me asusté. ¿Podría ser que alguno de los huéspedes hubiera decidido volver? Eso sería terrible, yo aún debía deshacerme de las cosas de Rose. Coloqué todo como estaba y salí de mi habitación. También era cierto que ella se lo había buscado. Guardé las cosas en el ático, revisé el jardín y al no ver nada, regresé al bosque para informar de que no había ni rastro de Rose. Que quizá sería mejor llamar a la policía. Ya no importaba. Jamás la encontrarían. Sus cosas estaban donde todas las demás cosas de aquellos que había desaparecido con el tiempo y que ahora dormían en los cimientos de mi acogedora casa. En el fondo, no sé de qué me quejaba, jamás estaba sola realmente, rodeada por sus almas encadenadas a mí hogar, ya nunca podrían irse.

-Dios, esa chica siempre nos arruina toda la diversión. Si no está llamando la atención no está contenta. Pues por mí que se joda. Si se ha perdido es su problema, nadie la mandó separase del grupo. Nos quedaremos un rato más y ya después llamaremos a la policía. Sigo diciendo que lo más probable que es vuelva a casa en algún momento. No es tonta.

-Tú estás mal de la azotea Anna. En serio hay algo que no funciona dentro de ti.

-Ya vale Chris. En parte tiene razón.

-¿Qué? Tío, que estás hablando de la mujer con la que vas a pasar tu vida, al menos podías estar algo preocupado ¿no?

-¿Qué coño te crees? ¿Qué Rose no me importa un mierda? Mira Chris siento no ser tan buen novio como lo eras tú, siempre preocupado porque no se le cayera ni una pestaña. ¡Ah! Espera. Si tan buen novio eras… ¿Por qué cojones va a pasar su vida conmigo en vez de que contigo? ¿Quizá sería por aquella paliza que le diste al estar súper pedo?

De pronto el señorito Christopher se encendió y le pego un enorme puñetazo al señorito Tom, que lo tiró al suelo sangrando por la nariz.

-Antes de conoceros a vosotros nunca había tenido problemas con la bebida, nunca le había hecho daño. La culpa es vuestra, siempre lo ha sido. Y me importa una mierda toda la basura que sale de tu boca, sin tan jodidamente feliz es contigo, ¿Por qué no hace más que escaparse de ti? Quizá es porque se ha dado cuenta de lo gilipollas que eres. Así que ahora mismo nos volvemos a casa y llamaremos a la policía, porque si algo le pasa por tu culpa, por no estar atento a ella… Te mato.

-¿Quién huevos te crees que eres para…?

En ese momento el señorito Christopher estaba fuera de sí, se fue junto de Anna la agarró por el cuello y mirándola a los ojos le dijo:

-Soy la persona que te puede enviar al hospital si no mueves tu culo ahora mismo. A mí no me vaciles más, ¿de acuerdo, Anna? – El aura del señorito Christopher había cambiado por completo, su demonio salía por sus poros en forma de humo, no podía verlo, pero intuía que era algo abominable, algo que lo controlaba desde lo más profundo de su corazón. Una obsesión callada y ciega que le corroía.

Dicho eso la soltó de malas y se dirigió hacia la casa, dando grandes zancadas. Unos minutos después todos le seguíamos en silencio. Nada más llegar el señorito Christopher llamó a la policía y en una hora ya estaba montado el dispositivo para buscar a la señorita Rose. Yo preferí quedarme a esperarla en casa, por si volvía. Ahora entendía parte de la historia, aunque, ya no importaba. La única pregunta que me rondaba la cabeza era si mi querida Rose ya habría muerto y de ser así, que muerte habría escogido para ella la casa. Solo deseaba que fuera rápida.
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