Un Silencioso Salón de Baile

No recuerdo cuanto tiempo llevo aquí. El tiempo se vuelve relativo rodeada de nada. Las horas se convierten en días, los días en meses y los meses parecen milenios. ¿Algún día fui feliz? ¿Algún día hubo una sonrisa dibujada en mi cara? Tampoco puedo recordarlo con claridad. En mi mente se acumulan sueños rotos, fragmentos inconexos de una realidad falsa o exagerada. Un cielo azul, el sol brillando sobre la hierba mojada, un vestido blanco, música, risas… ¿Alguna vez paso todo eso? ¿Por qué me torturo pensándolo? Ya no importa. Cada vez que me despierto me hayo en el mismo lugar. Cómo llegué aquí y por qué, son preguntas que no tienen contestación y que carecen de la mínima importancia. Abro los ojos y trató de buscar algo en la oscuridad. Pero apenas veo nada. Solo hay un haz de luz encima de mí. Proviene de una araña de un millón de cristales cubiertos de polvo, tan tristes como yo. Su luz blanca, tenue y fría ilumina un halo casi perfecto a mí alrededor. Luego la penumbra y más allá… la nada. Si acerco la mano hacía las tinieblas, noto un frío helado en mis dedos de porcelana. Tanto frío que duele. El suelo de ajedrez, antes brillante como un espejo, ahora es opaco y gris. Mi vestido está raído y hecho girones. A lo lejos me parece escuchar una triste melodía desde un piano, pero ya no sé si oigo visiones, solo por sentir que no me hayo sola en esta eterna oscuridad. Atrapada como un pájaro en su jaula de metal, tratando de batir las alas y chocando contra los fríos barrotes de su prisión. ¿Qué hice para merecer esto? ¿A quién dañé? ¿Tan grande agravio fue me nacimiento para que los dioses decidieran encerrarme? La música suena un poco más alta ahora, la oigo casi clara. Hace que mi corazón arda y mi alma llore lágrimas de desesperación por lo que es y por lo que será. La luz brilla un poco más y en torno a mí, aparecen espejos de plata mostrando todo aquello que yo podría haber sido. Cada sueño, cada ilusión. Me veo bailando en un gran salón, trabajando en un laboratorio, riendo con mis amigas en un café… Cada idea que en mi vida en tenido, cada pasión, cada momento que hacía latir mi corazón… reflejados en un centenar de espejos llenos de luz y color. En cada uno sonrío, en cada uno mis mejillas están sonrojadas, en cada uno la oscuridad huye tras las esquinas. La música la invade ahora todo, una triste sonata que retumba en el suelo de mármol y las paredes desnudas. Desde mis ojos, cristales líquidos recorren una piel que hace tiempo que no siente nada, un rosto muerto. Una muñeca con la habilidad de respirar. Tan solo eso. Miro con atención cada uno de esos reflejos, como ventanas hacía distintos mundos, que me muestran lo que mi corazón anhela. Con la mano temblorosa trató de tocar uno, solo quiero salir de esa horrible prisión, escapar igual que una mariposa. Volar, aun con las alas rotas. Rozo el cristal. Noto el calor en mis yemas, noto la sangre volver a fluir y el corazón latir con fuerza. ¿Será verdad? ¿Por fin este castigo habrá terminado? ¿Por fin podré ser feliz? Pero la vida no es como en los cuentos, no hay final feliz. Tan solo con rozarlo el espejo se hace añicos y con él, uno por uno, todos los demás. Mis sueños rotos tintinean en el suelo, mientras la oscuridad los engulle. Jamás saldré de aquí. La música se apaga lentamente. Esta es mi prisión, un silencioso salón de baile. Todo lo que podría haber sido y no fue. Un vestido comido por polillas, las manos frías y el corazón muerto.

Tamar Sandoval