Totó

Había una vez, un huérfano llamado Jack, quien se sentía muy solo ya que no tenía amigos con los que jugar. Se pasaba el día jugando con los animales del bosque y lo que más deseaba con todo su corazón, era poder hablar con ellos y así no volver a sentirse solo nunca más. Por la noche, cuando todos los animales se iban a dormir, él se quedaba despierto mirando a la Luna. La observaba lleno de ternura y compasión, ya que sentía que el astro se debía sentir tan solo como él. Por el día, todo el mundo veía al Sol, podían admirarlo y estaba seguro de que esa era la razón, por la cual brillaba con tanta fuerza y calor, por estar rodeado de amigos. Pero la Luna salía de noche, cuando todos, incluidos los animales, dormían. Así que nadie podía admirar su belleza y por eso, creía él, su luz era más tenue y más fría. Una noche, decidió que haría algo al respecto, caminó decidido hacia un acantilado desde el que podía ver perfectamente al astro y se sentó en el borde.

-Hola – dijo con voz dulce pero fuerte, para que la Luna pudiera oírle desde el cielo – todas las noches te miro y siento que tú me entiendes. Yo también me siento muy solo, como si nadie me viera en realidad. Siento que si ahora desapareciera nadie se daría cuenta. Y eso es algo muy triste. Pero quiero que sepas que no estás solo, yo estoy aquí y sí te veo cada noche. Me paso horas admirando tu belleza fría y si algo te pasase, yo lo sabría. Por ello, como símbolo de amistad, he decidido ponerte un mote – dijo con una enorme sonrisa – y así sabrás que eres especial para alguien. Te llamaré Totó y seré siempre tu amigo.

El niño lloraba y sus lágrimas brillaban como diamantes, al reflejarse la luz de la Luna en ellas. Esa noche durmió allí, bajo la mirada de Totó y sintió que nunca había sido más feliz. Puede que él siguiera solo, pero su amigo Totó ya no lo estaría nunca más y eso llenaba su corazón con un sentimiento cálido, como cuando tomas leche caliente antes de dormir.

Por la mañana, una voz chillona en su oído le despertó de un susto.

-¡Eh despierta! Hay que ir a coger nueces antes de que se las lleven todas.

Jack no daba crédito a lo que sus ojitos veían:  la dorada ardilla con su cola roja como el fuego, con la que solía jugar cada día, le miraba inquieta con sus perlitas negras brillantes, mientras volvía decirle:

-Venga, no seas vago, ya es muy tarde y si no vamos ahora no quedarán nueces para comer.

-Espera… Puedo entender lo que me dices  – dijo Jack sin salir de su sorpresa.

-¿Es que antes no podías? – Le contestó la ardilla mientras se subía a su hombro y emprendían en el viaje.

Así se pasó el día, hablando con cada uno de los animales con los que encontraba y deseando que aquello no fuera solo un sueño. Cuando la noche llegó y vio a la Luna en el firmamento, supo que estaba despierto y que su día había sido completamente real.

-Qué día tan maravilloso he tenido hoy Totó. Ojalá hubieras podido verlo.

-Me alegro – le contestó una voz profunda y melancólica. Jack buscó de donde procedía la voz y casi se muere del susto al ver una enorme lechuza blanca como la nieve con sus ojos amarillos clavados en él.

-Oh, disculpe señor lechuzo, pero no me dirigía a usted, hablaba con mi amigo Totó – dijo el niño señalando al astro que brillaba con fuerza en el oscuro cielo nocturno.

-Lo sé – dijo el lechuzo – Totó, como tú le llamas, se comunica con nosotros cada noche. Con los seres nocturnos  y solitarios que adoramos su belleza fría y agradecemos su luz que nos guía en la oscuridad. Quiere que sepas, que agradece mucho tu gesto bondadoso y desinteresado y que él te considera un amigo también.

-De nada – dijo Jack un poco avergonzado.

-¿Qué te ocurre?

-Nada. Es solo que… Me siento un poco tonto, creí que era el único que le veía, el único que admiraba su belleza y que eso debía hacer que se sintiera solo y triste como yo. No me paré a pensar en que podía tener amigos nocturnos.

El lechuzo hizo una mueca y un ruido extraño que el niño interpretó como una especie de risa.

-Sabes niño, que alguien esté rodeado de seres no significa que no se sienta solo. La Luna está en el cielo, sin que nadie pueda abrázala y por mucho que le digamos lo bella que es, su luz siempre nos transmite tristeza. Al ponerle tú un mote salido de tu corazón, sintió algo cercano a una caricia y por eso decidió concederte tu deseo, así tú tampoco estarás solo y podrás hablar con Totó siempre que quieras, usando  mi voz.

De esa forma Jack jamás estuvo solo otra vez y dedicó su vida a que nadie se sintiese solo como le había pasado a él. Porque a veces, todo lo que se necesita es un gesto salido del corazón.

Tamar Sandoval